Venenillo: Cuando el plátano venció a la coca (II)

En el primer año de emergencia nacional por la pandemia, Venenillo parecía un pueblo fantasma. La mayoría de vecinos, como en la época más sangrienta de la subversión, se aislaron en sus chacras, en sus chozas y tambos.

“No salíamos a la ciudad, teníamos miedo. Todos estaban como secuestrados. No podía encontrarme con mis socias. Los vecinos nos mirábamos como leprosos”, recuerda Arminda Zevallos, que, aunque no se hizo una prueba, cree que sí se contagió. “Me dolía mi cuerpo, los huesos, tosía, tomé Paracetamol y yerbas, pero no me hacía nada”.

En su casa también había problemas. Su marido perdió su trabajo como profesor de primaria. Sus hijos pequeños difícilmente podían seguir sus clases virtuales por el celular. Aunque, tal vez, lo que más le entristeció fue que cerraran su iglesia. “Entonces todos los hermanos salíamos a las chacras, caminábamos una hora y media hasta un lugar abierto y orábamos. Eso nos animaba”.

Así fue casi medio año, hasta que, a finales de 2020, por fin las tres emprendedoras de “Warmi Aruj” volvieron a juntarse (con mascarillas, alcohol y a una distancia prudente). Por esos meses el proyecto “Alianza por la Amazonía frente al Covid-19”, impulsado por Cedro y USAID Perú, también había llegado a Venenillo. El objetivo: atenuar los impactos sanitarios, sociales, emocionales y económicos de la pandemia en poblaciones vulnerables de desarrollo alternativo.

Para reconocer oportunidades en Venenillo, el equipo de la socióloga Verónica Colqui, coordinadora regional en Huánuco del proyecto, indagaron sobre los pequeños emprendimientos de la provincia de Leoncio Prado, donde se ubica Venenillo. Revisaron la base de datos de la subgerencia de desarrollo empresarial de la provincia e identificaron más de 30 iniciativas. Entonces el equipo fue a buscarlos. Querían saber cuántos de esos proyectos seguían con vida.

En el caserío de Venenillo encontraron tres. Uno de ellos fue el de “Warmi Aruj”. Así, a lo largo de todo el 2021, la población en Venenillo recibió diversas capacitaciones en negocios, así como asistencia en salud física y mental.

“Cuando empezamos a trabajar en mayo de 2021, existía un nivel alto de estrés por causa de la pandemia”, cuenta Sarvia Reyes, especialista en soporte psicoemocional de la Alianza por la Amazonía. La psicóloga de 27 años recuerda que cuando conversaba con las madres, le contaban que “tenían problemas de convivencia con sus hijos, sus maridos habían perdido el trabajo o se enfermaban, otras tenían préstamos y vivían desesperadas por conseguir plata”. Eso les causaba irritabilidad, dolores de cabeza, falta de sueño y concentración. Ir a la iglesia les daba cierta paz, pero no era suficiente. Por eso en cada taller de capacitación técnica o visita a sus hogares para monitorear sus emprendimientos, Sarvia dedicaba un espacio para hablarles de resiliencia, cómo prevenir la violencia en su vida familiar, e incluso enseñarles ejercicios de respiración para manejar la ansiedad.

“A eso no le llaman depresión, sino tener ‘una preocupación’. Y no le dan mucha importancia porque así siempre ha sido su vida. Por su misma rudeza. Ellas no van a decir: hoy no voy a la chacra porque me siento mal. No. Ellas sí o sí tienen que ir”, explica Sarvia. Para la psicóloga, la pobreza también es eso: no tener tiempo ni recursos para ocuparnos de las emociones que nos hacen daño.

Pese a todo, el trabajo de Sarvia y sus compañeras dio fruto. Al fin del primer año del proyecto, el 80% de las personas atendidas (en sesiones de orientación, consejería y soporte psicoemocional) incorporó cambios positivos en su autoestima, manejo del estrés y resiliencia, habilidades para enfrentar problemas emocionales causados por la crisis sanitaria.

Para esos momentos, ya existía la vacuna contra el Covid-19. Sin embargo, muchos vecinos de Venenillo, ya sea por desinformación o razones religiosas, se resistían a ella. “Pensaba que era la marca de la bestia”, se ríe Arminda Zevallos al recordar esos momentos. Hasta hace unos meses le llegaban mensajes a su WhatsApp de sus vecinos y hermanos de la iglesia que le advertían del “sello del Anticristo”, o que le iban “a poner un chip”.

“Por eso tenía temor. Incluso a mi niña no la hice vacunar. Pero luego en las capacitaciones de la Alianza por la Amazonía nos enseñaron que la vacuna es para protegernos. También para poder viajar y entrar a los bancos a hacer trámites”, dice. A través de talleres y charlas informativas, junto con los agentes de salud, Arminda y sus amigas terminaron de convencerse, además de continuar con el lavado de manos, el uso de mascarillas y los protocolos de bioseguridad a la hora de hacer sus chifles.


Las emprendedoras de Venenillo, por supuesto, no solo aprendieron a proteger sus cuerpos y sus emociones. Gracias al componente de recuperación económica del proyecto también aprendieron a cuidar sus bolsillos. A través de talleres de educación financiera a lo largo del 2021, las tres amigas fueron capacitadas en lo que la socióloga Verónica Colqui llama “el ABC del emprendedor”.

“No les podíamos hablar de costos de producción, costo fijo, costo variable, porque es complicado. Lo hicimos más fácil: tienes que saber cuánto te cuesta hacer el producto, cuánto vale tu mano de obra, cuánto estás ganando o perdiendo”, explica Colqui. Así aprendieron a diseñar un plan de negocio, cómo manejar su presupuesto, cómo solicitar un microcrédito, cómo identificar su propuesta de valor: qué tienen sus chifles que otros chifles no tienen.

Con ese entrenamiento, “Warmi Aruj” ganó un concurso de emprendedores impulsado por la Alianza por la Amazonía y, con esto, dos freidoras de acero especializadas en chifles y un picador industrial que acoplaron a los equipos que ya tenían. Ahora podrían triplicar su capacidad de producción a mil bolsitas de chifle al día, y hasta se animaron a diseñar una etiqueta con el nombre de su asociación en una tipografía colorida y divertida, con la foto de sus chifles y unos plátanos verdes. Más allá del premio, el proyecto continuó fortaleciendo a estas emprendedoras con más de 50 horas de capacitaciones y asistencias técnicas en manipulación de alimentos, innovación y calidad de productos, habilidades de negociación y también financió la gestión de un registro sanitario para ampliar su mercado.

Hoy las señoras de “Warmi Aruj” han colocado sus productos en algunos puestos en otros caseríos del Alto Huallaga, a través de conocidos y familiares. Y ahora que acaban de sacar su registro sanitario, pueden llegar mucho más allá de Venenillo. A Casma, en la ciudad costera de Chimbote, ya han despachado 500 bolsitas a un cliente. En Chiclayo y en Lima, algunos familiares que tienen bodegas también les han hecho pedidos.

“Aunque ahora con el alza de los combustibles, vamos a subirle el precio, de un sol a un sol cincuenta, para que nos salga a cuenta”, dice Liz Rufino, con mentalidad de empresaria, mientras alista una enorme batea donde tiene medio ciento de bolsitas de chifles de palillo (verde y maduro) y de pituca. Son los pedidos que van a repartir en las tiendas del caserío.

Con lo aprendido en las capacitaciones, las tres socias tienen el proyecto de contar con una planta de producción donde puedan desarrollar otros productos derivados del plátano, como mermeladas, vinagres y harinas para postres, además de aprender a convertir el cacao de sus chacras en pasta de chocolate, como ya está haciendo Arminda Zevallos.

“Bastantes cositas se pueden hacer. Ahora trabajo sanamente”, dice Arminda esta mañana soleada. En su chacra, muestra las diferencias entre las especies de plátano: “del palillo sus hojas son más anchas, verde oscuro, del moquicho es larguito nomás, el de la isla es medio amarillón, y del morado pues su tallo es morado. ¿Hacer chifles con esos plátanos? Aún no lo hago, pero ya está en mi mente”.

A ese conocimiento que le ha dado la tierra, Arminda y sus amigas han sumado la mentalidad que debe tener un emprendedor. “Antes no sabía dónde guardar mi dinero. Lo guardaba debajo del colchón, no sabíamos ahorrar. Ahora ya tengo mi cuenta en el Banco de la Nación, y mi dinero está seguro. Eso me va a servir para alguna emergencia, para mis hijos. Ahora sé tratar a mis clientes, ser amable, mostrar mi producto, hacerles probar, con cariño. Ese ejemplo le doy a mis hijos”, dice Arminda. Su hijo mayor, el que antes era rebelde, ahora está en Chimbote estudiando para ser profesor.

No es un secreto para nadie aquí que el narcotráfico sigue en el Alto Huallaga. El peligro no ha desaparecido. “Nuestra presencia representa darles una opción, para que no vuelvan a la coca, para que continúen en la vida licita”, afirma Verónica Colqui.

Las emprendedoras saben de vecinos que aún cultivan la hoja en sus chacras, “bien adentro en el monte”, pero ellas no quieren volver a lo de antes. “¡Ahora yo mismo boto la coca de mi chacra!”, afirma Liz Rufino. Meses antes, cuenta, encontró una planta prohibida junto a su cacao, “seguramente, alguna semilla traída por las aves”, y la macheteó hasta sacarla de raíz.

“Pero ayer fui a la chacra y encontré de nuevo la coca. Había crecido y se había vuelto bien coposa, bien verde, abrazada al cacao, como si lo asfixiara”, se reía la emprendedora de Venenillo. “Así que en cualquier momento la voy a eliminar. Ya no le quiero ya, ¿para qué? Cuando vives de la coca, no tienes tranquilidad. Y no quiero que nada me quite mi paz”. ■


Texto escrito por Joseph Zárate –con fotografías de Omar Lucas– que forma parte de la publicación Alianza por la Amazonía frente al Covid-19. Fue publicada por CEDRO y USAID en el 2022.

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Redaccion Apacheta

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