Una técnica ancestral

Es diciembre, temporada de lluvia en Ccamahura, pero hasta ahora lo único que ha caído del cielo es granizo. Celso Ccompi Ccoyo, presidente de Recursos Naturales de su comunidad, mira la montaña que lo ha visto crecer y da una razón sobre el estado del tiempo: “No llueve por culpa de las fábricas y los motorizados que están del otro lado”. Con sus palabras el mundo se divide en dos: los que viven bajo las montañas y los que viven lejos de ellas, en la ciudad. La comunidad de Celso se encuentra en el distrito de San Salvador, en la provincia de Calca, en Cusco, en las alturas. La lluvia, piensa, ha ido desapareciendo a causa del calentamiento global.

Hasta hace seis años, Ccamahura, que alberga a 160 familias, no contaba con una vía que lo conectara con la capital del distrito de San Salvador, a poco menos de una hora en auto. Ninguno de los que transitaba abajo, en la zona urbana, sabía que arriba, en esta comunidad quechuahablante que supera los tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, se emplean técnicas ancestrales que reducen los impactos del cambio climático sobre los suelos y la agricultura: los Chukis, Pasaq Wachu y los Kunka Kunka.

Esta técnica evita la aparición de enfermedades en los cultivos, como el de las papas nativas, lo que garantiza que las familias dispongan de alimentos durante todo el año.

Ese era el escenario: arriba en las montañas, un grupo reducido de pobladores de las comunidades de Ccamahuara, Siusa y Occoruro, todas vecinas, atesoraba una técnica ancestral de labranza que era transmitida de padres a hijos, entre familias locales. La Organización No Gubernamental (ONG) Centro de Estudios y Prevención de Desastres (PREDES), se adentró en esa zona al emprender el estudio “Saberes locales sobre gestión de riesgo de desastres, adaptación al cambio climático y protección de medios de vida” y fueron gratamente sorprendidos con lo que allí se practicaba. El conocimiento que tenían los pobladores en el campo resultaba clave para garantizar la producción en situaciones de lluvias torrenciales o temperaturas extremas. Entonces empezaron a registrar y valorar esos saberes olvidados.

Para los pobladores como Celso, que de pronto empiecen a llegar ingenieros agrónomos a hablarles del valor de su forma de sembrar y cosechar resulta extraño, sorpresivo: “La hemos aprendido de nuestros padres, ellos de sus abuelos. Nuestros hijos igual”. Para ellos, ha sido un proceso natural, una tradición heredada como tesoro y requerida a partir de hoy por el mundo moderno.

¿En qué consisten estas prácticas que se remontan a la época de los incas y que han permitido que más de cien variedades de papas nativas sigan creciendo en esta zona de Cusco?


Las labores empiezan temprano con un pago a la Tierra (Pachamama). Las lidera Juan Curo Mendoza, el poblador con mayor edad. Ha juntado y sentado en la tierra a hombres y mujeres formando un círculo. Invoca a los apus, ofrenda la hoja de coca, la eleva al cielo y la sopla como quien pide un deseo. Lo mismo hace con las semillas de papa: las alza y solicita a los apus una buena producción para los hijos y los nietos. Todo lo dice en quechua. Luego comparte las hojas de coca con todos, y los comuneros imploran a la Pachamama y a Dios para obtener una buena cosecha. Es un ritual en el que se pasa de las miradas serias a las sonrisas. Y se da comienzo a la siembra.

Lo que viene después es la simbiosis del hombre y la mujer del Ande: Celso y Livorio Ccoyo abren un hoyo de tierra usando cada uno su chaquitaclla, ese instrumento de labranza semejante a una lanza que no daña el suelo; y Pilar Ccompi y Luisa Cusiquispe depositan las semillas de papa y el estiércol y los sellan con sus pisadas, dejando un montículo de tierra. Es una ceremonia alegre y ardua, centrada en la fertilidad. Chuki es el nombre que recibe esta forma de labranza mínima.

El trabajo siempre se hace en conjunto: un hombre y una mujer, generalmente esposos.

Si son parcelas inclinadas, Juan emplea surcos -llamados Pasaq Wachu- a favor de la pendiente: la mayoría verticales y otros pocos horizontales (entre los primeros, para evitar la erosión de suelos); y si el terreno posee una pendiente mínima, utiliza los surcos –llamados Kunka Kunka-; ambos para evitar que el agua se empoce y se pudra la papa. Usando un mazo de madera, Juan se encarga de revolver y darle una forma al surco que estará determinada por el terreno en el que se siembra; si es arcilloso o arenoso, si es inclinado o no. Así protege los cultivos de los impactos de las lluvias torrenciales y también de las heladas que amenazan con congelarlos.

A simple vista, estas prácticas de conservación de suelos, pueden resultar sencillas. Pero es en esa sencillez donde radica su valor: resulta fácil ponerlas en práctica y replicarlas; claro, teniendo los conocimientos ancestrales incorporados. Además, estas prácticas son válidas en distintos pisos ecológicos y para diversos cultivos de consumo, siendo el principal, la papa. También cultivan oca, izaño (mashua) y lisas (olluco).

“Siempre es un trabajo con un varón y una mujer. Todo el sistema permite que el agua no malogre la papa. Yo tengo más de sesenta variedades. Crecen juntas. Mis hijos estudian en institutos pero vienen a apoyar. No quiero que desaparezca la forma de sembrar”.

La técnica Chuki o siembra de cultivo (papa principalmente) con labranza mínima evita la remoción de suelos.

El que habla es Juan, quien con 65 años explica que: después de una campaña de producción de papa en una parcela, que puede llevar entre seis y ocho meses, deja descansar esa parcela por cinco años. “La tierra se cansa”, resume, y explica que la papa es un ser vivo, que la llaman Santoruma mama: “el espíritu de la papa”, y que pese al mal tiempo, está seguro que la Pachamama y el Señor les va a proveer de alimentos.


En estas comunidades de Calca se trabaja a través del Ayni y la Minka. El primero es una labor donde colaboran varios miembros de la comunidad durante un día, sin recibir nada a cambio; el segundo implica más días en el campo y se suele retribuir con productos o dinero. Es como se han mantenido cientos de años, trabajando en forma colectiva y heredando las tierras de los ayllus -o la comunidad familiar-. En Ccamahura, por eso, los apellidos se repiten. Se casan entre ellos por amor, o como bromea Pilar Ccompi, por la fuerza: “Cuando quieren, se roban a las mujeres solteras y nadie dice nada. Hasta que los padres los obligan a convivir”.

Fuera de eso, cuenta Pilar, no hay ladrones, sino libertad, aire fresco y papa orgánica, sin fertilizantes químicos. Quienes han llegado hasta aquí, atraídos por la técnica ancestral de labranza, han comprobado que se cultivan al menos 130 variedades de papas en las alturas. Por eso, tras la cosecha, hacen su selección: unas son usadas como semillas, otras se transforman en chuño y están las que se almacenan hasta la siguiente siembra. Nadie se queda sin alimento.


Si llueve en Ccamahura, a los minutos cae granizo; como sucede este diciembre, que durante media hora pequeñas piedras de hielo aterrizan en la propiedad de Pilar Ccompi. No llueve en toda la montaña, sino solo en algunas zonas. “La papa puede volver a crecer pero no será lo mismo”, dice Celso Ccompi sobre el impacto de la granizada en los cultivos. La única forma de regarlos ha sido siempre con el agua del cielo. Y si esta no llega, amenaza su alimentación, sus ingresos. Y si solo es hielo, preocupa más aún. Una arroba de papa, que equivale a un costal con once kilos y medio, lo venden en el mejor de los casos a diez soles. Por eso Celso al igual que otros pobladores, además del campo, se dedican a otras labores. Como trabajar en la construcción de nuevas vías de comunicación en las alturas.

“Igual estamos en el campo a las cinco de la mañana. No lo descuidamos”, dice Celso.

La promoción de formas de labranza ancestrales de la tierra, tanto en la preparación y en la realización de surcos, ha permitido reducir el riesgo de erosión de los suelos.

Con el apoyo de los ingenieros de PREDES, Celso, Juan, Pilar, Livorio, Luisa y otros comuneros, reafirman y comparten el valor de estas prácticas que son habituales para ellos: orgánica, agroecológica, a favor del ambiente y en defensa de la agrobiodiversidad. En las comunidades de Ccamahuara, Siusa y Occoruro la amenaza que representa el cambio climático, también es una oportunidad: en sus saberes y sus chacras están los conocimientos para minimizar sus impactos, lo que podría convertirlos en especialistas de un centro de investigación, capacitación y promoción local de la labranza ancestral. Ellos como líderes de un centro de conservación en las alturas. Ellos como productores de una variedad de papas cuya producción podría comercializarse y llegar a mercados del Perú y del mundo. Ellos como guías de un turismo vivencial que promociona un sistema de conservación de suelos. Ellos, en el momento en que, como dice Celso, los dos mundos, los que viven bajo las montañas y los que viven del otro lado en la ciudad, estrecharán lazos. ■


Crónica escrita por Gonzalo Galarza –con fotografías de Cecilia Larrabure– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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Redaccion Apacheta

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