Una cocina sin malos humos

En la cocina económica de Eusebia solo se escuchan alegres huaynos en la vieja radio ubicada junto a la ventana y el plop-plop que hace el agua al hervir en una reluciente olla sobre el fuego. Antes, la banda sonora de este lugar era aderezada con un concierto de toses, que desde la mañana hasta la noche, salían de los pulmones de esta agricultora. “Antes tenía la cocina permanente llena de humo. Estaba tan acostumbrada que ni me daba cuenta”, comenta Eusebia Chicha Ancco, con una pícara sonrisa.

Eusebia, como el resto de mujeres de San Antonio, en Apurímac, pasaba la mayor parte del día frente a un fogón chato que le obligaba a cocinar agachada, y sin un desfogue para el humo, que buscando salir por algún lado, negreaba los fondos de las ollas, las paredes y los pulmones de Eusebia.

“En la cocina anterior mi esposa lloraba todo el día por el humo”, apunta Eugenio. Fue él, después de una capacitación del Proyecto MST Apurímac, quien se propuso reformar el fogón y crearle una chimenea. Siguió las indicaciones recibidas y con adobes levantó dos palmos su altura, luego achicó el hueco donde se deposita la leña y creó un tubo de evacuación del fastidioso humo. Ahora las ollas solo reciben el calor que se genera en la parte inferior y el humo no hace del trabajo doméstico de su esposa una experiencia insufrible. Una ventaja de este tipo de cocinas es que resulta mucho menos nociva para el medio ambiente porque, al controlar mejor la combustión de la madera, consume menos atados de leña, con lo cual se reduce la tala de árboles.

Y como suele suceder en los pueblos chicos, lo que comenzó en una casa, en dos meses se ha extendido como un reguero de pólvora entre las doscientas viviendas de San Antonio. Las mujeres, curiosas por ver “la cocina sin humo” de Eusebia, buscaban cualquier excusa para visitar la casa de su comadre. Ahora, sus maridos, con la asesoría técnica de Eugenio, también han sustituido las suyas. Las comidas de la familia Paúcar siguen siendo igual de ricas y contundentes; Eusebia, que ha dejado de llorar en su cocina, ahora ríe, conversa y baila al ritmo de un huayno radial, cuyos acordes son los únicos que llenan este espacio de la casa. ■


Extracto de una crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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