Un semillero de agua en el cielo

Aún no ha salido el sol pero Esperanza Bovis Chaua ya prepara afanosa el desayuno para María, de ocho años, y Fabrizzio, de cuatro, dos de sus cinco hijos que aún están en edad escolar. Es muy temprano. La radio le confiesa casi en un susurro que apenas pasan de las cuatro y media de la mañana, pero a “La Gringa”, como la conocen todos en el caserío de Santa Rosa de Tiambra -distrito de Huasahuasi, provincia de Tarma, en el departamento de Junín, a doscientos treinta kilómetros al este de Lima- no le importa. Quiere dejar todo listo antes de irse. En un rato también meterá en una olla las papas que formarán parte de su almuerzo. Hoy el día será largo: debe subir junto a otras madres a la plantación de pinos que desde hace catorce años corona la comunidad para proceder a su poda. Una labor que les llevará hasta que desaparezca la luz que todavía no la alumbra.

La cita es en la puerta de la posta médica, a las ocho de la mañana, junto a su local comunal y el vivero en el que crecen cinco mil pequeños pinos, de los que solo se vislumbran algunas diminutas ramas. Es miércoles, un día poco habitual, pero las guardianas del bosque han adelantado el encuentro dos jornadas porque el viernes la comunidad entera disfrutará de la fiesta en honor a su patrona, Santa Rosa de Lima, y nadie trabajará. Las podadoras son en su inmensa mayoría mujeres. Conversan un poco, ríen, miran el cielo que amenaza lluvia y comienzan su ascenso hasta casi los tres mil metros, serrucho en mano, por un camino sin marcar y una pendiente casi imposible. Pronto los pinos las saludan. Son cientos y cientos de ellos, de las especies pátula (pino candelabro) y radiata (pino californiano). Un total de treinta hectáreas. La vista se pierde hasta la cumbre.

Podar los pinos se han vuelto una tarea en la que todos participan en Huasahuasi.

“Cada semana subimos a la faena y es duro pero nos gusta tener lindos nuestros pinos para que haya un buen ambiente y mucha agua. Ellos son vida y si murieran quedaríamos muy tristes. Sería como si la familia hubiera muerto. Porque así los siento y los cuido, como si fueran mi familia”, relata Esperanza durante un receso de su trabajo para tomar aliento. Su sentir parece ser compartido por el resto de las campesinas que trabajan a su lado. Todas podan las ramas que sobresalen, con firmeza y mucho cariño. Saben que solo así el árbol crecerá hasta casi tocar las nubes.


Ese es el objetivo. Pinos que crecen sanos y fuertes en terrenos antes erosionados. Ellos repueblan de pasto la zona, incrementan la cobertura boscosa y, como esponjas, retienen una humedad que se filtra en el subsuelo y llega en forma de agua al río Huasahuasi, cuyo caudal riega las chacras del pequeño caserío, atraviesa algo más adelante la comunidad de su mismo nombre y se pierde rumbo a la espesura de la ceja de selva de Chanchamayo.

La especie es exótica pero se ha adaptado muy bien a las condiciones de la altura de los Andes. Además que en Tiambra, y en virtud a convenios firmados entre la Municipalidad Distrital de Huasahuasi, AgroRural (antes Pronamachs Tarma) y las localidades beneficiarias, ya hay plantaciones en el caserío de San Juan de la Libertad (quince hectáreas) y las comunidades campesinas de San Antonio de Casca (tres hectáreas) y Santa Rosa de Chiras (ciento cincuenta hectáreas), pionera esta última del proyecto de plantaciones forestales en Tarma.

El vivero comunal acoge un total de 5 mil pequeñas coníferas que esperan ser plantadas en los cerros que protegen la comunidad.

“Antes todo esto era un pajonal, puras lomas de ichu. Pero éste no servía de mucho, no tiene nutrientes y no hace que la vaca dé leche. Así que plantamos pinos, quinuales como barreras de protección natural e hicimos zanjas de infiltración. Ya son muchos los años que hacemos buenas cosechas de agua”, explica Silvestre Isidro Churquín, presidente de Chiras, mientras camina por la zona de Chacuarumi, hasta el nacimiento del Carbonpuquio, uno de los dos ojos de agua -junto al Putaca- que abastecen la zona. Allí cuenta emocionado que antes su caudal “era un cuarto de lo que es ahora” y que gracias a los 10 litros/segundo que emana en la actualidad los tres mil metros cúbicos del reservorio que construyeron ladera abajo siempre se mantienen al mismo nivel. Los venados también han vuelto al lugar.


Los campesinos están encantados. Si el riego es por surco se beneficia a un promedio de ocho personas al día (tres veces más que hace apenas unos años). Y la cantidad se incrementa hasta veinte personas si el riego es por aspersión. El agua es imprescindible para esta comunidad agrícola que vive del cultivo de una papa que necesita de una irrigación fuerte y superficial, pero que, por cada metro cúbico aplicado de agua, produce más energía alimentaria, proteína y calcio a comparación que el maíz, el trigo o el arroz.

Carbonpuquio es uno de los dos ojos de agua que brinda este recurso hídrico a la zona.

Aprovechar los ojos de agua de la forma más eficiente es una de las claves del éxito de sus cultivos. El distrito de Huasahuasi es primer productor de la semilla de papa certificada que compran los agricultores de Arequipa, Ica, Lima, Tacna, Huánuco, Áncash y la propia Junín. El trabajo es duro pero compensa. En eso están todos de acuerdo. Tanto en el pueblo de Chiras como en Tiambra, donde el sol ya ha alcanzado el mediodía y las mujeres han parado de trabajar. Es la hora del almuerzo y todas irán a sus casas. Hace buen rato que llueve de forma intensa y la bajada es peligrosa. Un recorrido de riesgo que se incrementa por el peso de las ramas que algunas mujeres cargan sobre sus espaldas para usar como combustible en sus cocinas una vez que estén secas.

Tienen que reponer fuerzas. Todas, menos Esperanza, regresarán después del almuerzo. No es vaguería. A esta lideresa (que es presidenta del Vaso de Leche, presidenta de la Asociación de Padres del Jardín de su hijo y forma parte de la Directiva de AgroRural en su comunidad) la esperan en Huasahuasi para preparar los bizcochuelos que el viernes se disfrutarán en la gran fiesta de la localidad, celebrada en la cancha de fútbol, junto a un río cargado que ruge con fuerza. A sus costados, las chacras y las flores que nunca faltan observarán el banquete. Y en los cerros los centenares de pinos harán lo propio: desde hace mucho ellos también son parte de la comunidad. ■


Crónica escrita por Carolina Martín, con fotografías de Paul Vallejo, que forma parte de la serie Historias del Agua. Fue publicada por la Autoridad Nacional del Agua (ANA) en el 2013.

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Redaccion Apacheta

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