‘Oro verde’ para cambiar una vida

Belinda Mancilla tiene 48 años. Su vida ha dado un giro, al menos, tres veces. Cuando murió su esposo y se quedó sola a cargo de sus cinco hijos (Gisela, los mellizos Berly y Shirley, Thalía, y el pequeño Valentín). Cuando se encontró con Rufo Rea y decidieron construir una nueva familia. Y cuando el Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú llegó a Mollebamba, Apurímac.

Cierto día Belinda y Rufo, de 50 años, escucharon hablar de un concurso campesino. Se llamaba Apu Ritt’i Raymi (Fiesta del Nevado Sagrado) y su lema era Yakuykiwan Kawsanchis (Gracias a tu agua vivimos). El PACC, la asociación civil Pachamama Raymi, y la Municipalidad de Juan Espinoza Medrano habían organizado este tipo de competiciones con la idea de que los comuneros se formaran y adaptaran sus medios de vida a las nuevas condiciones del clima.

—El ser humano no se da cuenta de que el clima es diferente —dice Belinda—. Uno tiene que adaptarse.

“¿Por qué optamos por los concursos?”, se pregunta Víctor Bustinza, coordinador adjunto del PACC. “Porque su metodología es enseñar haciendo. Es un aprendizaje entre iguales, de campesino a campesino. Se da un nivel de confianza extraordinario. No es el ingeniero que llega e interviene”. Promovían la agroforestería —o combinación de árboles y cultivos—, la instalación de biohuertos donde producir vegetales de manera natural, los abonos orgánicos, el buen uso del agua, la crianza de animales menores, y la mejora de las viviendas.

Fueron un éxito: los cuatro concursos que se organizaron movilizaron a más de la mitad de la población de las microcuencas Mollebamba y Huacrahuacho.

Belinda realizó la inscripción, tal y como establecían las bases: “La esposa inscribe a toda la familia.” Y mientras participaban, ella, Rufo y sus hijos aprendieron muchas cosas. Que rodear sus chacras con pinos y arbustos reduce el efecto de la helada. Que tener un biohuerto con zanahorias, lechugas, repollos, acelgas, cebollas, rabanitos o beterraga enriquece su alimentación. Que combinar esos cultivos con frutales mejora el rendimiento. Que en lugar de alimentar a sus cuyes con maíz chala y retama es preferible hacerlo con alfalfa. Que el uso de abono orgánico elaborado con las heces de sus roedores casi duplica la cosecha de este forraje. Que esta producción les permite pagar la educación de sus hijos en Lima, Ayacucho y Abancay: “El alfa —así llaman a la alfalfa— es ‘oro verde’. ¿Por qué no hemos sembrado desde más antes?”. Y que plantar pinos en sus tierras de secano les dará madera en el futuro. Les fue muy bien: ocuparon el primer puesto. Fue Belinda quien recibió los 400 soles del premio, “como jefe y representante de la familia”.

Es de noche y Rufo, Belinda, y su hija Thalía —que les visita— toman un vaso de ulpada, con un poco de mote. Hablan del futuro. “Los hijos tendrán ingresos con estas plantas, si es que las cuidan como nosotros. Cuando seamos viejitos tienen que reconocer el sacrificio que estamos haciendo”, dice la mujer. El hombre asiente. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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