Los repollos andinistas que vencieron al soroche

En el cusco, a 3900 metros de altitud, hay una puerta que pareciera mágica porque conecta la agreste puna con la selva tropical. Es de madera rústica y permite a quien la cruza ingresar a un sorprendente túnel del espacio. En el exterior, a pesar del sol de mediodía y de la ausencia de nubes, la temperatura no sobrepasa los 12 °C. Dentro hace por lo menos 35 °C. La construcción donde está situada es bastante particular. Sus muros son de adobe, están pintados con cal blanca y se encuentran rematados con haces de ichu trinchudo que asoman a modo de alero. A lo largo de su borde, unos adoquines de tierra mantienen tensado un extenso plástico traslúcido que hace las veces de toldo. Sobre la puerta, con letras pintadas a mano en forma de media luna, se lee: “LOS NUEVOS ‘SIEMBRADORES’ DE HORTALIZAS”.

Jesús Condori y Guadalupe Quispe, los nuevos ‘siembradores’ de hortalizas, son los artífices de este biohuerto cubierto con un fitotoldo. “Antes teníamos que comprar las hortalizas en el Cusco; ahora, no solo las producimos, sino que además generamos excedentes que vendemos en Tinke”, comenta el campesino, que ya se ha sacado la casaca debido al calor. “Ahora mi corazón sí trabaja contento”. Cinco grandes repollos, dos docenas de lechugas romanas y otras tantas de cebollas, ordenadas en filas, crecen muy ajenas a lo que señala cualquier manual básico de producción agrícola: “por encima de los 3800 metros de altitud, y hasta los 4200, solo crecen papas y algún que otro tubérculo”. Y las hortalizas de Jesús están como si nada. En este biohuerto destacan tres variedades de acelga que rivalizan en colores con el chullo y el chaleco de lana de diseño tradicional que luce su ‘sembrador’. Las hay de hojas blancas, fucsias y amarillas. A su costado crecen unas plantas de espinacas frondosas que además se ven muy sanas.

Guadalupe señala con el dedo los frutos de un arbusto de aguaymanto. Arranca un par y prueba si están lo suficientemente maduros como para preparar su celebrada mermelada. La pared del fondo está tomada por una higuera cuyas ramas han crecido tanto que están a punto de romper el toldo que las protege del exterior. “Todavía no tiene higos, pero los tendrá”, afirma el agricultor mientras se voltea artificiosamente para desvelarnos la joya más preciada de su tesoro vegetal: la gran parra de uva moscatel que está a punto de florecer. En el biohuerto de Jesús las uvas también desafían la altitud.

La implementación de biohuertos bajo fitotoldo ha sido providencial para las familias que viven en zonas altoandinas por encima de los 3.500 metros de altitud porque gracias a ellos han podido asegurar una dieta más balanceada. Según el Informe sobre Desarrollo Humano de 2013, la inseguridad alimentaria es una de las peores amenazas para lograr el desarrollo humano. En 2012 el 18,1% de los niños y niñas menores de cinco años en el Perú estaban desnutridos; y el 27,7% de la población en general, padecía déficit calórico.

A Paulina Condori, de 42 años, le encanta sentarse delante de un buen plato de ensalada y devorarlo, pero hasta hace poco tiempo esta escena solo sucedía cuando su hija Saly, al visitarla, le reponía con verduras su despensa. A 4300 metros sobre el nivel del mar, la alimentación de las familias alpaqueras no es todo menos variada: papas –una cantidad enorme de papas nativas–, trigo y cebada; y cada tanto proteínas animales: queso, charqui de alpaca y truchas que pescan en lagunas. Pero ahora Paulina no solo come verduras, sino que además puede envíar hasta la capital del distrito los repollos, acelgas y zanahorias que cultiva en la altura “para que mis hijitas coman ‘verduras sanitas’, que no estén contaminadas”. Auténtico amor de madre.

En Checcaspampa Lucila Yucra confirma que “el biohuerto es nuestro supermercado familiar”. Ella misma lo levantó y techó. Lo construyó en dos semanas y empleó otras dos en preparar la tierra antes de llenarlo de hortalizas.

Para Gloria Hilario, yachachiq de Promesa y Cotaruse, en Apurímac, los biohuertos cumplen un papel fundamental al introducir criterios de adaptación al cambio climático y lograr que las familias sean resilientes. Ella, gracias al manual técnico “Biohuertos familiares para la producción de hortalizas”, producido por Foncodes con el apoyo del PACC Perú, ha sabido cómo orientar mejor a los campesinos en su diseño e implementación. “El manual ha sido la mejor herramienta para reforzar mis conocimientos”.

Al construir el suyo, Sabino Martínez cambió para mejor la vida de su familia. “Antes solo plantábamos en época de lluvias y las hortalizas no crecían bien. Ahora las cosechamos todas las semanas”, asegura el alpaquero mientras escoge los almácigos de cebolla que han alcanzado el grosor necesario para ser trasplantados. Su biohuerto utiliza el riego por goteo para no malgastar agua.

Julio y María Quispe, que viven en la misma comunidad, también han seguido el ejemplo del vecino. Junto a una pared tienen un bidón de plástico azul, cerrado herméticamente, donde fermentan 40 litros de biol. Este es un abono foliar orgánico que han aprendido a preparar gracias a los yachachiq y los técnicos del PACC Perú. Con este ‘líquido milagroso’ consiguen revitalizar las plantas con estrés luego de heladas, granizadas y nevadas a muy bajo costo. Jesús Condori sigue trabajando en el interior deshierbando el biohuerto.

Cualquier persona que pase cinco minutos con el agricultor se dará cuenta que Jesús cuida a sus lechugas tanto como a sus nietos. Albina, una de sus nueras, le observa desde fuera con un bebé de pocos meses cargado a la espalda. Tiene 20 años y, hasta que conoció a su familia política, nunca había consumido regularmente verduras. Ahora lo agradece. La joven está deseando que David Jerson cumpla seis meses para alimentarlo con ‘verduritas’. El niño será de la primera generación que juegue a 3900 metros de altitud entre acelgas y lechugas, si el taita Jesús se lo permite. ■


Un texto de Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Enrique Castro-Mendívil, forma parte del libro Yachay Ruwanapaq. Fue publicado por el MINAM, COSUDE y PACC-Perú en marzo del 2017.

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Redaccion Apacheta

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