Las hijas de Mama Puquio (II)

El objetivo de la comunidad es lograr, cada año, una generación de crías que produzcan más que sus padres. Gracias al apoyo recibido en las dos últimas décadas de organismos como el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena) hoy Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), Ministerio de Agricultura y Riego (Minagri) y Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo (Desco), las familias de Cancosani han mejorado todos los niveles de la cadena —sanidad, alimentación, manejo y mejoramiento genético— y ya están logrando un alto rendimiento en la producción.

“Antes el volumen de fibra obtenido por cada animal era de 3 libras y ahora hemos doblado esa cantidad. Un gran progreso, pero aún tenemos que llegar a las 10 libras, que es a lo que aspiramos. También hemos mejorado la calidad y la finura del vellón en un 60 %, como han reconocido estudios de la Universidad Cayetano Heredia, de Lima. Si no tenemos buena fibra no somos competentes”, dice Saturnino, mientras lleva sus camélidos desde el dormidero, en la estancia Vizcachay, hasta los bofedales cercanos a Mama Puquio, entre la estancia Surpo y el río Blanco, divididos en diez cercos para evitar el sobrepastoreo.

Todas las alpacas de Cancosani son de la raza huacaya y su fibra ya comienza a ser disputada en Arequipa, donde es comprada directamente por la Federación de Camélidos de la región. Sin “compadres” ni intermediarios. La comunidad tiene su propia balanza. Hace el acopio dos veces al año y ha creado su espacio de comercialización propio, donde le es posible obtener el peso exacto y el precio justo por su producto. Ellos mismos categorizan y clasifican la fibra, según las diferentes calidades. Su buena organización les permite negociar la venta en las mejores condiciones.

Ya lo notan en sus bolsillos. El costo de la fibra, según la calidad de la lana ofrecida, puede llegar a los 8 nuevos soles por libra. Se paga más si el vellón tiene el color entero, si está libre de manchas e impurezas (polvo, semillas e incluso hojas), si tiene brillo (señal de que está limpio) y buena finura (entre 12 y 24 micras, según la edad del animal). También se valora de forma especial su densidad (directamente proporcional a la angostura), el rizo (del que depende la cohesión del hilo) y la cobertura (según represente o no la totalidad del animal).

Su producto, en estas condiciones, es ahora adquirido por una reconocida empresa peruana dedicada a la venta de hilos y tops de alpaca. Les pagan más que cuando llevaban la fibra sin separar.


“Son muchos los beneficios que nos proporciona el trabajar unidos”, comenta Luis Soto, unos de los principales impulsores de la creación de la Asociación de Productores Alpaqueros, en el 2005. “Y no hablo solo de la comercialización, quizás el lado más visible de nuestro trabajo. Al repartirnos las tareas todos contribuimos al mejoramiento genético de nuestros animales, los mantenemos bien alimentados, con los mejores pastos, y si se ponen enfermos las medicinas son más baratas, porque las compramos al por mayor”.

El técnico agropecuario está satisfecho con lo avanzando, pero no quiere ser triunfalista y recuerda el largo camino que aún queda por andar. La situación económica de la comunidad ha mejorado en los últimos años, pero aún falta lo más importante: la garantía de que las nuevas generaciones continuarán el proyecto iniciado.

“Las alpacas son nuestra fuente de ingresos, como tener plata en el banco, en la ciudad. Compartir con ellas es una bonita vivencia, pero ya no hay jóvenes que se dediquen al cuidado de estos animales. Todos acaban quinto de secundaria y rapidito se van a Arequipa, a trabajar como choferes de combi.

Son muy pocos los que logran conseguir otro tipo de trabajos. Y yo me pregunto: ¿es eso mejor que vivir en el campo, con los camélidos? No lo están entendiendo. La alpaca da para sobrevivir. Pero ellos solo quieren ingresos rápidos”, comenta sin poder ocultar su tristeza.

Luis tiene miedo de que en “una o dos generaciones” todos prefieran marchar a la ciudad, porque eso significaría que no habría nadie que cuidara los pastos, nadie que se encargara de los animales, nadie que plantara más tolas, ni que agradeciera a los apus por su generosidad. La comunidad se quedaría entonces sin agua. Y las alpacas, como vaticinan los abuelos, volverían al seno de la Pachamama. Un apocalipsis al que los alpaqueros se resisten.

Ideas para evitarlo no les faltan. Ya están buscando fondos para comprar mallas para cercar 15 hectáreas más de pastos naturales, llevar a la comunidad más alpacas tuis de calidad, desarrollar un completo sistema de riego por aspersión que aproveche el recurso hídrico de las quebradas y reconstruir los viejos fitotoldos para comenzar a cultivar sus propias verduras. Vientos de cambio corren en esta pequeña población altoandina. La revolución en Cancosani no ha hecho más que empezar. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Omar Lucas– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

Imagen por defecto
Redaccion Apacheta

Deja un comentario