Las hijas de Mama Puquio (I)

En las alturas de Cancosani, en los límites entre Arequipa y Moquegua, los comuneros le temen al clima. Dicen que se ha vuelto traicionero, que cambia sin previo aviso, que ya no es posible confiar en él. Cada jornada en el campo les da la razón. Las lluvias llegan ahora a destiempo, de forma escasa pero torrencial. Las temperaturas son extremas. Y las fuertes granizadas, seguidas de largos periodos de sol, le dan al entorno una apariencia de paisaje casi lunar en el que el viento perfila continuos remolinos.

Por si esto fuera poco, el volcán Ubinas, ubicado a tan solo unos kilómetros, está más activo que nunca: las cenizas, fruto de sus erupciones, queman el pasto del que se alimentan las alpacas, su única fuente de ingresos desde hace mucho tiempo. La altura, además, no permite ningún tipo de sembrío en la zona. “Las inclemencias del tiempo han disparado el número de abortos en los animales hasta un 80 %”, explica Luis Soto, técnico agropecuario y expresidente de la Asociación de Productores Alpaqueros del anexo. Actualmente son 52 las familias de la comunidad que viven de unos camélidos que este año no procrearán.

A la falta de lluvias y otras señales atmosféricas, los comuneros advierten un hecho que les perturba desde hace algunos meses: cuando el cráter del Ubinas explosiona, los camélidos, asustados, se agrupan instintivamente en torno a la boca del manantial. Y entonces la preocupación crece. Cuentan los abuelos que las alpacas llegaron a Cancosani desde el inframundo a través de Mama Puquio, el principal ojo de agua de la comunidad. Y que a él regresarán en busca de las aguas sagradas de la Pachamama cuando el cosmos llegue a su fin. Los comuneros sienten que ese momento está por llegar. Piensan que las alteraciones del tiempo son una señal de ello.


Situada a 4220 metros sobre el nivel del mar, Cancosani vive exclusivamente de sus 6800 alpacas. De ellas sus pobladores obtienen la carne que los alimenta, el cuero para sus utensilios, el guano para sus bofedales y la fibra que comercializan, cada vez a mejores precios, en la ciudad de Arequipa. En la comunidad, la actividad agrícola es nula. Solo hay dos fitotoldos abandonados por falta de recursos y un par de bodeguitas a las que, una vez por semana, llega algo de fruta. Los alimentos como la papa y la cebada se consiguen a través del trueque, con las poblaciones del otro lado del volcán, a tres días de camino a pie. “Por medio kilo de carne de alpaca, obtenemos hasta dos kilos de maíz”, cuenta Timoteo Velásquez, comunero experto en el destete de camélidos.

El secreto de la adaptación al cambio climático en Cancosani nace y muere en las alpacas. Ellas son el epicentro del universo de la comunidad, la única fuente económica para su subsistencia. Todos los esfuerzos de sus pobladores giran en torno a su desarrollo. Saben que para sobresalir como una de las comunidades que produce la mejor fibra de alpaca de la región, deben tener en sus campos animales que garanticen un mayor rendimiento. Con ese objetivo es que enriquecen la calidad de sus machos reproductores a través de diferentes programas de mejoramiento, que incluyen la capacitación tecnológica de los alpaqueros.

La fórmula del éxito es una regla de tres sencilla con una variable imprescindible: el agua. Las alpacas que mejor fibra dan, son aquellas que están más y mejor nutridas. El big bang de la cuestión, una vez más, está en el Mama Puquio y los numerosos ojos de agua que ya se han identificado en Cancosani. “Al menos 30 grandes y más de 50 pequeños”, sostiene Saturnino Soto, alpaquero y presidente del Comité de Usuarios de Agua que trabaja para obtener la licencia de uso para la comunidad.


Las alpacas son animales de costumbres a los que les gusta pastar en grupo, siempre en los mismos lugares. En la época de lluvias pasan el mayor tiempo en las zonas más altas, donde abunda el ichu del que se alimentan; pero en la temporada seca se trasladan a los bofedales de las partes bajas de los cerros, en los que crecen plantas acuáticas de gran valor nutritivo. Son los únicos espacios que presentan humedad durante todo el año. En tiempos de sequías prolongadas, su importancia se multiplica pues de ellos depende la vida de los cientos de camélidos de la comunidad. Por eso, los pastores de Cancosani trabajan de forma ardua para protegerlos.


La estrategia comienza en las laderas de las colinas, reforestadas hasta la fecha con 85 hectáreas de tolas, pequeños arbustos autóctonos que, además de proteger el suelo de la erosión, retienen la humedad que necesita el ichu para crecer sano. Continúa con la clausura de grandes extensiones de praderas a las que, por un tiempo, el ganado tiene vetado el acceso, por lo que el forraje descansa y recupera su vigor. En estas áreas enmalladas se excavan las zanjas de infiltración que permiten al terreno absorber el agua de lluvia que antes se perdía pendiente abajo. El paisaje está lleno de esta suerte de cortes transversales de la montaña.

“Son fruto de la Mita, las faenas comunales rotativas en las que todas las familias de la Asociación de Productores Alpaqueros participamos. Avanzamos a buen ritmo. En los últimos seis años hemos hecho más de 300 zanjas, a razón de unas 50 por cada ciclo agrícola. Hemos recuperado también 301 hectáreas de pastos naturales”, precisa Luis Soto.

Mama Puquio y el resto de los ojos de agua lo agradecen. La restauración de las praderas altoandinas y la forestación con especies nativas permiten que la recarga de los acuíferos subterráneos que alimentan los manantes de la zona sea una realidad, y que los bofedales que los flanquean se reproduzcan hasta triplicar, en muchos de los casos, su tamaño original. Si el pastor, además, orienta el agua a través de canales de riego, la ampliación de las zonas húmedas se vuelve una constante beneficiosa para la tierra y los animales.


Nada es suficiente si se trata de garantizar la seguridad alimentaria de las alpacas. Porque no solo la cantidad y la calidad de los pastos naturales varían a lo largo del año, según lo hagan las condiciones climatológicas. Las necesidades de los animales también son diferentes según cada etapa de su vida. No se alimentan igual las hembras en estado reproductivo, que las crías o los machos. “Es justamente cuando no llueve durante periodos de tiempo prolongados que existe una baja disponibilidad del pasto, pero aumenta el requerimiento de los camélidos”, afirma Saturnino.

Para evitar este problema y tener siempre alimento disponible, las familias de Cancosani han levantado sus cercos de manejo. Todos ellos tienen usos múltiples y dos cosas en común: ocupan una hectárea de terreno y se construyen en torno a un bofedal que garantiza la humedad necesaria para producir el mejor forraje. Estos perímetros enmallados permiten al criador recuperar pastos degradados, utilizar áreas poco frecuentadas por el ganado que obliguen a los animales a pastar en esa zona, facilitar la rotación del pastoreo y manejar la crianza de las alpacas.

“Cada cerco tiene una función diferente. Están los que albergan durante periodos de un mes a los animales más débiles, hasta que se ponen fuertes; los que mantienen en cuarentena a los que vienen de fuera; los que clasifican a los camélidos por sexos; y los que facilitan el destete, como el mío”, afirma Timoteo, mientras levanta la red de pesca que oculta el agujero por el que accede al área en el que pastan tranquilas decenas de crías de alpacas.

La medida tiene como fin mejorar el nivel de reproducción. El aumento de crías nacidas por hato y año, influye positivamente en el número de animales disponibles para la venta, amplía el margen de selección de los machos reproductores y permite acelerar el aumento del tamaño del rebaño. Las pérdidas en cualquier fase del proceso reproductivo, por el contrario, implican un desperdicio de los limitados recursos disponibles y un fuerte revés económico para la comunidad.

“Separamos a las hijas de las mamás a partir de los seis meses de edad, que es cuando ambas comienzan a competir por el pasto. Lo hacemos para evitar problemas cuando las mamás gestan de nuevo, para que éstas tengan toda la leche disponible. Y metemos a las crías más flaquitas en un pasto rico en bofedales, especial para ellas, durante dos o tres meses. Así ya no mueren, que es lo que más me preocupa. ¿Cómo no hacerlo? Vivimos de nuestras alpacas, ellas son las que sustentan a mi familia, las que dan educación a mis hijos. Todo sale de ellas. No puedo siquiera imaginar qué pasaría si no existieran. ¡Cancosani desaparecería!”, reflexiona Timoteo en voz alta. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Omar Lucas– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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Redaccion Apacheta

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