La revolución del agua

Lo presentan como la leyenda del pueblo. Es quien se enfrentó a los latifundistas, a los gamonales, repiten algunos pobladores de Pacpapata. Esta mañana soleada, la historia de Pedro Pascual Zárate Ramírez resuena en esta comunidad cusqueña del distrito de Santa Teresa: un campesino quechua hablante de 86 años que en su juventud luchó junto al líder político Hugo Blanco contra los abusos cometidos por los hacendados; que fue sindicado como guerrillero y encarcelado; que un día regresó a trabajar la tierra. Pero hoy, además, se escucha un nuevo relato sobre otra revolución que ha tomado dimensiones mayores e involucrado a sus habitantes: la revolución del agua.

Las primeras pistas sobre esta historia social y ambiental se aprecian antes de arribar a la comunidad ubicada a 1700 metros de altura sobre el nivel del mar, a unas seis horas de la ciudad de Cusco. Unos letreros colocados en distintos puntos de una ruta asfaltada con algunas casas de adobe sobre el borde grafican el presente del pueblo: “Donde hay una gota de agua, hay un gramo de comida”; “Plantemos un árbol”; “No cazar animales”; “No quemar bosques”. La toma de conciencia es reciente, más no la sensación de vulnerabilidad: a una hora en auto se ubica el poblado de Santa Teresa, que fue devastado por el aluvión del río Sacsara en 1998 durante el Fenómeno de El Niño. Hoy, éste se erige en una zona más alta y más alejada del río, donde viven cerca de doce mil personas. Los pobladores que viven alrededor de Santa Teresa y las comunidades campesinas que viven más alejadas del pueblo se adaptan al riesgo.


Las advertencias para los viajeros que llegan a Santa Teresa, en La Convención, tienen que ver con los aluviones, los huaycos, las amenazas naturales. En época de lluvias, de noviembre a febrero, los deslizamientos de tierra que bajan de las montañas son frecuentes, bloqueando las vías de acceso. Para quienes vienen con poco presupuesto, Santa Teresa es la puerta de entrada a la ciudadela de Machu Picchu y los deslizamientos, un mal rato en una aventura que hacen por tierra, para evitar los altos costos del tren. Para los pobladores locales, que bebían agua de un manantial contaminado por estos deslizamientos, en cambio, ocasionaban otro problema más profundo con impacto en su salud.

Los antiguos comuneros reforestaron para retener la infiltración de agua en el suelo y hacer que no falte.

“Antes, el manantial terminaba sucio. Los niños sufrían de diarreas, tenían parásitos. Con el reservorio de agua, la tratamos con filtros y cloro. Ya no se enferman”.

La voz que relata el cambio es de Valentina Gómez, la primera presidenta mujer de la comunidad Pacpapata, compuesta por 78 familias, es decir, poco más de 300 personas. Aquí, como sucedió en Totora, Lucmapampa y Sullucuyoc, entre otras localidades, el municipio de Santa Teresa empezó a construir puntos de captación de agua de los manantiales y ríos, y reservorios para almacenarla, tratarla y hacerle frente a los movimientos en masa que afectan los sistemas de agua y saneamiento. Para que la puedan beber y los niños no enfermen. Y también, para salvaguardar la vida de los pobladores ante los huaycos.

Todo comenzó hace seis años, pero al poco tiempo de empezar a operar los sistemas y a llegar el agua a sus casas, éstos fueron abandonados por sus pobladores. Mantener el funcionamiento de un reservorio y una caja de captación de agua requería tiempo y dedicación, trabajo en equipo y coordinación; aspectos ausentes hasta hace muy poco.

Con el canon gasífero que recibe el municipio distrital de Santa Teresa, los comuneros cuentan que se acostumbraron a que las autoridades locales les solucionen gran parte de sus problemas. Sus pobladores se encargaban básicamente de sus chacras y de la cosecha de papa y café. En esas labores se encontraban embarcados, hasta que se dio un acontecimiento que los impulsó al cambio.


Empezado el 2014, la ONG CARE y el municipio de Santa Teresa idearon una manera de motivar a las comunidades: lanzaron un concurso a fin de obtener “servicios e instalaciones de agua y saneamiento resilientes a las amenazas y a los efectos cambio climático” llamado “Ununchiswan kausay”. Y apuntaron a empoderar a las Juntas Administradoras de Servicios y Saneamiento (JASS), que recibieron capacitaciones y cuyo papel fue determinante.

En el JASS Wasi de Pacpapata, el local donde se reúne la dirigencia JASS y los comuneros, se aprecia el punto de inicio y de no retorno: es un mapa del presente dibujado y pintado con plumones de colores que grafica los seis reservorios con que cuenta Pacpapata y su planta de tratamiento, así como las zonas de riesgo y los puntos de evacuación ante los deslizamientos de tierra; al lado, aparece otro mapa del futuro: las metas a construir, como los techos para los sistemas de agua y más puntos de captación, entre otras obras.

Los comuneros de Totora, Lucmapampa y Sullucuyo, en Santa Teresa, están organizados para mantener los reservorios limpios y en buen estado a través de filtros y cloro.

“Ni nosotros ni nuestros ancestros consumíamos agua potable. La comunidad agarró conciencia con el concurso, empezamos a reforestar para asegurar la infiltración de agua en el suelo, a pintar y arreglar el depósito, a limpiar el reservorio. Ya no queremos fastidiar a la municipalidad. Hemos hecho fondos: parrilladas, truchadas, polladas. Nosotros mismos”.

El que habla es Hermenegildo Carbajal, el tesorero del JASS Pacpapata, un líder nato, espontáneo, cuyo discurso eclipsa por momentos a las figuras del presidente y vicepresidente de la JASS Pacpapata: Benturino Pillco y Mariano Condori. Ellos mismos, los miembros de JASS y la comunidad, hicieron diversas labores como la limpieza de la red de distribución y sistema de agua, cercos de protección de reservorios, pintados y campañas de limpieza, entre otras tareas, que les devolvió algo olvidado: el ayni, la minka, las faenas comunales, la solidaridad y reciprocidad en el campo. Y eso trajo resultados.

Desde marzo hasta diciembre del 2014, el caudal registrado en los sistemas de Pacpapata, en promedio, fue de cinco litros y medio de agua por segundo; el mínimo, explican, es cuatro litros por segundo para garantizar el recurso a la población de la comunidad. Por este servicio brindado, se ha acordado un pago de S/. 2 soles mensuales; de incumplirse durante tres meses seguidos, se cortará el recurso al hogar moroso. Este 2015, además, la comunidad debe hacer una retribución anual a la Autoridad Nacional del Agua: S/. 50 soles. Más allá de los números, la mayor ganancia tras el concurso ha sido conocer sus debilidades y fortalezas.

“Nosotros no hemos cuidado la naturaleza. Hemos quemado mucho para sembrar. Antes talábamos, ahora cuidamos. Eso hemos acordado dentro de la comunidad”.

Hermenegildo, al igual que otros líderes de Pacpapata, han incorporado en su vocabulario dos palabras que empiezan a tomar fuerza en Santa Teresa: cambio climático. Es como si de pronto hubiesen despertado esa sensibilidad que tenían un poco dormida, pero presente.

El jurado del concurso notó esa transformación y les dio el primer premio, lo que se tradujo en materiales diversos, equivalente a unos cinco mil soles, para que sigan construyendo un futuro responsable con el ambiente. La decisión tomada, evaluó el uso eficiente del agua, la protección de las fuentes de este recurso, la operación y mantenimiento de los sistemas y la mejora de la gestión de la JASS. Este resultado ha despertado una sana competencia por parte de la JASS Sullucuyoc, cuya labor se acerca mucho a lo realizado en Pacpapata, por lo que obtuvo el segundo lugar. Y además ha sembrado el interés por mejorar dichas prácticas, no sólo en la JASS Lucmapampa y en la JASS Torora, que ocuparon el tercer y cuarto lugar, sino también en todos los pobladores que se han visto beneficiados.


Más allá de esa sana competencia, las 40 JASS de Santa Teresa, en especial ocho de ellas, vienen sumado algo clave a sus vidas: un conocimiento sobre el cuidado y el uso del agua. Este cambio de actitud permitió que la historia sobre algunas de las comunidades de este distrito llegue a Lima al concurso Buenas Prácticas frente al Cambio Climático en el medio rural en el marco del Premio Nacional Ambiental, organizado por el Ministerio del Ambiente el 2014.

“Sin agua nos morimos, estaríamos como en África con conflictos sociales”.

Es la conclusión a la que llegarán el presidente de la JASS Sullucuyoc, Raúl Flores, y el secretario Julián Ttito. Con los materiales recibidos al obtener el segundo premio, esta comunidad ubicada a 1.490 metros sobre el nivel del mar promete este año obtener el primer lugar. Habrá revancha.

Walter Espinoza goza de la ventaja de poder cultivar sus hortalizas en el fitotoldo. Aquí posa junta su hija Danna. El agua limpia no les falta.

Por ahora, en el JASS Wasi de Pacpapata, un hecho preocupa y es asociado a lo que empiezan a repetir los dirigentes: cambio climático. La temporada de lluvia no se rige más por las estaciones fijas; es más, no ha estado lloviendo y hay quienes aseguran que declararán a Santa Teresa en emergencia por la ausencia de precipitaciones. De eso se habla y se discute mientras se diseñan nuevos proyectos, como construir un JASS Wasi de dos pisos en Pacpapata.

“Tenemos que ser una JASS piloto presentable”.

En eso concuerdan quienes están presentes hoy, tras la proclama del tesorero Hermenegildo. Pacpapata busca ser un modelo a replicarse en La Convención. En esta tierra, está claro que se librarán otras batallas, otras revoluciones; por lo pronto, empezó la del agua. ■


Crónica escrita por Gonzalo Galarza –con fotografías de Cecilia Larrabure– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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Redaccion Apacheta

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