La revolución de las algas

Desde hace casi una década, la comunidad pesquera de Marcona encontró que el mar varaba oportunidades en forma de algas. El sargazo, un recurso que antes era considerado como una plaga, fue convertido en una fuente de sustento y una nueva forma de trabajar y progresar. Ahora, cooperativamente, los pescadores de Marcona se han convertido en guardianes de la biodiversidad y agentes de cambio para su comunidad.

Su costa tiene un atributo peculiar: es la principal zona de afloramiento en el mundo. Movimientos ascendentes de masas de agua fría traen consigo gran cantidad de nutrientes desde el fondo marino hacia la superficie. Gracias a esto, la producción biológica es muy rica y variada, pero también bastante frágil.

Este distrito ecológico tiene dos áreas naturales protegidas (la reserva San Fernando y Punta San Juan) y un área de comanejo, o PPD, que es su proyecto bandera. El PPD es el Programa Piloto Demostrativo de Recuperación de Ecosistemas Acuáticos y Usos Sostenibles de su Biodiversidad. Se estableció gracias al apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el marco de la segunda fase del proyecto Humboldt, que tiene como uno de sus objetivos crear oportunidades productivas con personas organizadas e integradas.


Allí viven cerca de 600 pescadores que aprovechan su abundante vida marina. Se han agrupado en 16 asociaciones, que a su vez integran dos gremios: el de pescadores embarcados, que trabajan extrayendo peces en sus botes; y los no embarcados, que viven de los recursos en la orilla. Todos ellos conforman la Comunidad Pesquera Artesanal de Marcona (Copmar). Consiste en designar un área a sendas asociaciones, que se hacen responsables de su cuidado y, a cambio, se benefician de la extracción sostenible de sus recursos.


Los pescadores de esta parte del Perú han aprendido a aprovechar un recurso que antes era denostado. Se trata del sargazo, o Macrosystis Pyrifera, una planta submarina, que al cumplir su ciclo de vida, se desprende del fondo y flota a la deriva hasta que llega a amontonarse en las costas.

Para los pescadores, estas algas eran consideradas basura, porque se pudrían en la orilla y se llenaban de mosquitos y alimañas. Sin embargo, todo cambió cuando se enteraron que existía un mercado ávido de este producto. Esto fue lo que los llevó a asociarse para recolectar el sargazo y venderlo a la industria.

El alga tiene un sinfín de aplicaciones. Algunos de sus componentes son insumos en la producción de alimentos elaborados; como helados, alimentos para bebés, etc. En la industria farmacéutica se utiliza para el tratamiento de la obesidad y se estudian algunas propiedades que podrían servir para tratar la diabetes. Además, su alto contenido de azúcares puede ser aprovechado en la elaboración de biocombustibles como el Etanol.

“A base de las algas, tenemos un sustento, y esto me ha permitido educar a mis hijos. El mayor acaba de graduarse en ingeniería mecánica y el segundo está estudiando Derecho”. Antonia Paz Aguilar, pescadora no embarcada de la Asociación “Arca de Noé”.

Aquí el desarrollo y las oportunidades no distinguen género. Antonia no es la única mujer. En su asociación son otras diez mujeres que comparten los mismos derechos y responsabilidades que los hombres.


Al norte de Marcona se encuentra el Área Natural Protegida San Fernando, una gran reserva que alberga poblaciones de lobos marinos, pingüinos de Humboldt y muchos tipos de aves guaneras. Este santuario ecológico ha recuperado a la población de mamíferos y aves. Gracias al aprovechamiento del alga, la presión sobre la explotación del pescado es mucho menor.

Ahora, los pescadores ya no tienen como única fuente de ingreso la extracción de pescado. La colecta pasiva de algas se ha convertido en una fuente adicional. Esto ha generado una reducción en la presión del recurso pesquero. También ha significado mayor bienestar para las otras especies que también prosperan.

“Antes los pescadores salíamos en los botes y utilizábamos las redes de cortina. Eso nos hacía pelear con los lobos, porque rompían las redes para llevarse nuestro pescado. Ahora somos amigos de los lobos y de las aves. No afectamos nada. Todo gracias a la colecta pasiva”, relata Felipe Cahuana Sea, presidente de la asociación de pescadores embarcados Apromar.

Ahora, los miembros de la comunidad pesquera sueñan con construir un complejo pesquero que les permita acopiar y procesar el alga, tener astilleros para reparar sus embarcaciones y una planta que les permita procesar los mariscos que recogen de las playas.

La experiencia de Marcona es una prueba de que el mar puede brindar al hombre sustento y desarrollo, si se le cuida y trata con responsabilidad.

Texto escrito por Andrés Velarde, con fotografías de Mónica Suárez. Fue publicada por el PNUD en el 2017.

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Redaccion Apacheta

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