La parcela de los mil y un cultivos

El mapa parlante preside la fachada de una de las tres construcciones de adobe de la parcela de Robustiano Soria, de 64 años, y María Ccoscco, de 60 años. Es la que corresponde a la habitación en la que ahora duermen solos, aunque durante muchos años compartieron ese espacio con sus ocho hijos, ya adultos. El enorme papelógrafo, que recoge con trazos firmes hechos por este agricultor el dibujo que representa la parcela soñada de este matrimonio, lo marca claro. Al igual que el lugar en el que están la cocina, el almacén, la chacra y los animales. Todo está representado en él. Y así lo muestra con orgullo este campesino conocido por todos como Rubén (su nombre siempre le pareció demasiado largo), quien marca con su dedo y explica con pasión cada punto de su particular carta del tesoro.

Está feliz y tiene la energía de un treintañero. Su terreno es su vida. Y en él vuelca todos los conocimientos aprendidos con el Proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac” (MST-Apurímac), del que es promotor. Ahora que sus hijos han crecido y ya no tiene tantas bocas que alimentar, disfruta de su tierra más que nunca. Atrás quedaron los tiempos en los que quiso venderlo todo y marcharse a la ciudad. Ha convertido su parcela en una suerte de laboratorio en la que cultiva productos imposibles. Como ese rocoto que todos dijeron que nunca daría fruto pero ya muestra sus primeros brotes. O esas cuatro variedades de tuna que sabe son tan difíciles de conseguir.

En la parcela de la pareja se pueden encontrar desde papas nativas hasta rocoto y tuna.

Caminar por esta chacra sembrada sobre una suave pendiente de Bellavista desde la que se divisa el paisaje andino que da nombre a este anexo de Ccocha (provincia de Cotabambas, Apurímac) es casi como hacerlo en el más completo de los supermercados. Porque María y Rubén tienen absolutamente de todo en este terreno de 875 metros cuadrados. “Esto es una chanfainita”, dice entre risas este último. Pero como en el rico plato, nada está mezclado al azar.

La parcela está dividida en dos pisos ecológicos. En el primero cultivan frutillas, hierbabuena, rosas, geranios, tuna, rocoto e infinidad de tipos de papa nativa, la favorita de María. “Es la que llena la olla pues”. Y sabe de lo que habla. Gracias a este tubérculo (en aquel entonces la chacra era básicamente papal) ella sacó adelante durante años a toda su familia. En el segundo, situado en una zona más baja y por lo tanto con un clima más cálido, cultivan árboles frutales como perales y manzanos.


Hoy, gracias al MST-Apurímac, su chacra es integral, es decir, funciona como una unidad productiva que combina en un mismo espacio la siembra de diversos cultivos y la crianza de animales bajo los principios de la agroecología. Y esta pareja la trabaja complementando sus conocimientos ancestrales con técnicas modernas. Además de tener su biohuerto, la vivienda (saludable) se complementa con un patio, un jardín, un baño, un almacén, una zona de relleno sanitario, una cocina en la que corretean decenas de cuyes entre los fogones y las cinco chaquitakllas (todas ellas diferentes) que el matrimonio tiene colgadas en una pared, dos vacas (“que en esta época no dan leche, ya que no hay pasto”, cuenta María) y unos cuantos panales de abejas gracias a cuyo trabajo producen una exquisita miel.

Robustiano y su esposa fortalecieron sus capacidades gracias al Proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac”.

“Hasta biol hemos preparado gracias al MST”, acota Rubén, contento por poder hacer su propio fertilizante orgánico mejorado con ingredientes de su parcela, como el agua, el estiércol de vacuno y de gallina, la alfalfa, cáscaras de huevo molidas, chicha, azúcar y sal. “Lo hicimos hace dos meses y recién mañana lo meteremos en la mochila y lo probaremos”. Tiene puestas buenas esperanzas en su uso. Todo lo aprendido con el Proyecto que ha aplicado en su chacra le ha dado excelentes resultados. Como la siembra en surcos del maíz, “que salió muy bien. Solo una helada la cogió”. Y como ese tiene varios ejemplos más.

Rubén, que es una persona muy responsable y muy querida por su comunidad, lo tiene claro. Sabe que la producción agroecológica, el correcto manejo del suelo y la adecuada gestión del agua han transformado su parcela en lo que es, un vergel admirado por todos los vecinos del anexo. Por eso no duda en convocar a todos los pobladores, dos veces al mes, para mantener limpios los canales gracias a los cuales llega a sus parcelas el líquido elemento. Todos colaboran. Saben que no participar implica una multa de 5 soles que nadie quiere pagar. La recompensa por hacerlo, eso sí, va mucho más allá del dinero. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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