La guardiana del maíz

La chacra de Celedonia Huamaní es pequeña pero tiene de todo. En ella ha sembrado quinua, papa, cebolla, apio, poro, alverjas y, por supuesto, maíz. La muestra con orgullo al asombrado visitante. No puede evitarlo. Porque antes, reconoce, “no le daba la debida importancia a la tierra. Y sólo cultivaba una cosa: papa o maíz”. Un sistema que no le servía de mucho, pues tanto ella como su esposo, Hermilio Gayupe Pérez, pasaban hambre.

Todo cambió cuando se hizo promotora del Proyecto Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac y aprendió que en la variedad está el gusto. Ahora sabe que “cuando los cultivos son asociativos comparten entre ellos sus vitaminas y funciona mejor”. Ya no gasta el dinero que no le sobra comprando verduras cada domingo en la plaza de Miska, su comunidad. Consume todo de su chacra. Y a veces vende “alguito”, así sea “para comprar siquiera una vela o fosforitos”.

Lo cuenta sentada con una enorme sonrisa en la puerta de su casa, de la que ha sacado una manta no muy grande de cuyas entrañas brotan diversos tipos de choclos. Es su tesoro. Y quiere compartirlo. Se agacha con suavidad y con enorme delicadeza elige uno de los maíces. Lo sujeta entre sus manos, lo observa con detenimiento durante un buen rato, lo acaricia y finalmente sonríe. “¿Ves? No tiene ningún punto. Ni rojito ni negrito. Y sus anclas (sus raíces) eran buenas. Este es un maíz sano”, sentencia. Y explica como por el mes de mayo así lo marcó con una cinta cuando aún no había sido cosechado.

No hay agricultor en la comunidad de Miska que sepa tanto como Celedonia Huamaní sobre el maíz.

El choclo seleccionado, de la raza chullpi, es de grano pequeño. Y en Lima se lo pelean en las cebicherías. Allá en la capital, tostado y con mucha sal, es el que todos conocen como cancha. Y su consumo es masivo. Por eso Celedonia sabe que hay que guardarlo para semilla. Porque ahora es uno, pero tras la próxima cosecha se habrá multiplicado y será mucho mayor la cantidad de choclos que puedan enviar a la costa. Ella lo sabe muy bien. Hace unos meses estuvo en Lima representando a su región en la Feria Expoalimentaria. Allí fueron muchos los empresarios interesados en comprarle este grano. “Por eso es que ahora vamos a producir más”, asegura casi en un susurro. Como si aún fuera un secreto que no se debe saber.


Celedonia es la guardiana del maíz. No hay nadie en Miska que sepa tanto como ella sobre esta gramínea de tallo largo en forma de caña que transformó los Andes en el escenario de unas de las civilizaciones agrícolas más productivas de la historia de la humanidad, a pesar de lo abrupto del terreno y de su extrema altitud. Ella ha aprendido como pocos todo sobre la selección masal. Desde que fue capacitada por el Proyecto MST-Apurímac reconoce con precisión los mejores fenotipos del maíz en chacra, los selecciona para que sus granos sirvan de semillas básicas en la siguiente campaña agrícola y, de esta manera, lograr un incremento tanto en cantidad como en calidad de la futura producción a partir de las cualidades genéticas del cultivo. Y disfruta compartiendo sus conocimientos con sus vecinos.

“Nunca pensé que me convertiría en maestra”, dice riendo. Pero así ha sido. Y le gusta. Ahora capacita a cinco miembros de su comunidad que quieren replicar en sus chacras su productiva experiencia. Pero sus alumnos, en verdad, son muchos más. Los campesinos acuden a sus clases acompañados de sus hijos. Y ella lo prefiere. Sabe que los niños aprenden más rápido que los adultos, y el efecto multiplicador de sus enseñanzas es más potente, porque luego los menores transmiten lo aprendido a sus amigos en el colegio. “Si los más jóvenes ven que hay un cambio ya no querrán ir a la ciudad cuando terminen la secundaria. Y si lo hacen será para volver con nosotros y aplicar lo aprendido en el desarrollo de su comunidad”, asevera.

Celedonia también es tejedora. Ella se siente muy agradecida por las capacitaciones que ha tenido.

Celedonia dice estar muy satisfecha. Ahora se siente agricultora, promotora y, en sus ratos libres, tejedora. Parte importante del cambio que ya comienza a darse, aún lentamente, en su comunidad. Y agradece mucho que el Proyecto se esfuerce por llevarles nuevos conocimientos con los que ellos mismos puedan cambiar su realidad. Por eso, en la Escuela de Promotores a la que asiste, ya han pedido al Proyecto un nuevo curso, esta vez de capacitación y asistencia técnica en sanidad de cuyes. Desea seguir ampliando sus conocimientos.


“Ahora me siento mucho más útil. Y algo más valiente. Al menos le he perdido el miedo a Lima”, dice con el pequeño cordero que tiene de mascota entre sus brazos. Celedonia vivió en la capital desde cuarto de secundaria, trabajando en la casa de una familia que quiso llevarla a vivir con ellos a Estados Unidos. Pero ella no quiso. La gran ciudad le hacía mal y cada vez estaba más enferma. Por eso, años después, ya casada con Hermilio, regresó a Miska. Y se le pasaron todos los males. Este mes de setiembre, después de casi dos décadas, volvió a la metrópoli. Pero esta vez lo vivió de forma diferente. Y de la experiencia de tres días en Expoalimentaria salió reforzada y con múltiples ideas para desarrollar su pueblo. “Quieren maíz chullpi y rontulla, que al ser preparado en sopa, parece arroz y es tan bueno para hacer chicha. También tarwi y quinua. Con este grano he visto hacer maravillas como tamales y mazamorra con duraznos y maracuyá. Tenemos que revalorizar nuestros cultivos. Son únicos. Y sí, soy una defensora de la agricultura. Creo firmemente que puede ser una profesión con futuro”.

“La clave está en trabajar bien”, dice, mientras explica con los choclos el efecto multiplicador de su labor como promotora. “Y para eso hay que seleccionar bien los granos más gorditos, para que el año próximo la cosecha salga mejor aún. Ya lo decían mis abuelos. Para que salgan puritos hay que cultivarlos separados del resto, si no se casan. Y cuánta razón tenían”. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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