La fábrica de agua

Es martes, y Claudio y Edgar llevan varios días muy atareados tirando de la pampa para construir una acequia junto al bofedal natural donde viven la mayor parte del año. Este nuevo canal ampliará la superficie de pastos altoandinos para que se alimenten sus alpacas; aunque también contribuirá a incrementar el caudal del río Sondondo, lo cual beneficiará a la agricultura que se desarrolla en la cuenca media del valle, al sur de Ayacucho.

Las praderas altoandinas de Chuikuñapampa suelen ser las primeras que reciben el impacto de las precipitaciones en el invierno. A 3.900 metros de altitud se forman las primeras corrientes de agua que los campesinos locales han bautizado como ‘Negromayo’. Posteriormente cambiarán de nombre hasta cinco veces más antes de tributar, a miles de kilómetros en el ‘Gran Río’, que es como conocen al río Amazonas.

Édgar Capcha es heredero de las técnicas de domesticación de camélidos que tienen su origen en el valle hace más de 5 mil años.

La acequia es una de las primeras acciones que los Capcha están ejecutando para rediseñar su terreno, un proceso apoyado por los técnicos del Ministerio del Ambiente y que se denomina ‘microzonificación ecológica y económica’. “Llevamos un año definiendo qué zonas son las más adecuadas para las diferentes actividades productivas que nos mantienen”, cuenta Edgar.

El procedimiento es tan sencillo como eficiente: en la parte superior de una ladera con pendiente, un agricultor realiza una zanja de 30 metros de profundidad a lo largo de 300 metros. Luego se canaliza parte del agua desde el bofedal original hasta un pequeño dique que permite graduar su desborde. Con esa humedad se garantiza el menú alpaquero, consistente en brotes de sillu-sillu y diferentes tipos de trébol.

“Cuando gestionamos bien los recursos naturales logramos fibra de mejor calidad porque la alimentación principal de nuestras alpaquitas entra por la boca, en los bofedales bien cuidados. De esta manera no gastamos en suplementos y de paso cuidamos el medio ambiente”, explica Claudio.

El agua es uno de los recursos más preciados en el Valle de Sondondo, al sur de Ayacucho.

Esta transformación del paisaje no solo es cosa del presente. El valle del Sondondo es un gran libro abierto donde se aprecia cada paso que el hombre andino ha dado para conquistar este territorio inicialmente hostil. Según John Capcha, el hermano menor de Edgar y arqueólogo local, los primeros grupos de nómadas llegaron a las tierras altas hace siete mil años. Los cazadores, instalados al abrigo de las rocas del cerro Oscconta, ligaron su supervivencia a la de los camélidos, que fueron los primeros animales que lograron domesticar. Cuando se multiplicaron los rebaños y los bofedales comenzaron a escasear, hicieron la primera ampliación de los pastos.

Después, los pastores más aventureros siguieron el curso de las aguas hacia las tierras bajas, más inseguras pero más templadas, y las convirtieron en su nuevo hogar. Entonces seleccionaron las plantas más resistentes y las hicieron suyas: había nacido la agricultura a la vera de los ríos Negromayo y Sondondo.

Lucía y Marina están preocupadas porque ha disminuido el caudal del agua que brota del principal manantial de la comunidad de Huayllawarmi.

Fueron pasando los siglos y con tecnología y creatividad domesticaron también las montañas. Supieron domar el agua que venía de los humedales, llenaron las escarpadas laderas con andenes donde sembraron tubérculos, raíces y otras plantas que ampliaron su oferta calórica. Fue hace casi dos mil años, durante el imperio Wari, cuando se vivió la segunda gran transformación del paisaje, la ampliación de la frontera agrícola del valle, cuyos beneficios se han prolongado hasta la actualidad.


En el siglo XXI los problemas que enfrentan los agricultores del valle tienen como protagonista al cambio climático. Éste es un tema que ya se menciona abiertamente en las asambleas que se realizan periódicamente en los diferentes pueblos que integran la cuenca. Y los líderes locales, como Clímaco Romero –responsable de la oficina de desarrollo económico local de la Municipalidad de Cabana Sur–, trabajan de la mano con los productores para enfrentar sus amenazas. “Mi sueño es que los andenes se vean como los míticos jardines colgantes de Babilonia. Rescatar todas las terrazas en desuso y que el valle sea tan fértil como lo fue en el pasado”, dice Romero.

La cosecha de agua permite mitigar los efectos del cambio climático.

En reuniones, los campesinos renuevan el espíritu que motivó a sus predecesores a luchar por su supervivencia desarrollando un sistema integral de manejo de suelos, animales y agua, que transformó el paisaje en su hogar. “Nosotros no hemos inventado nada simplemente hemos retomado la tecnología tradicional y la estamos replicando con ciertas modificaciones”, apunta Edgar Capcha. “Ahora entiendo por qué cuidar el agua es tan importante. Como en los últimos años he recuperado ocho puquiales puedo decir que soy millonario”.

Parte de este capital se quedará en el valle y el resto seguirá la ruta trazada por las caprichosas cuencas de la vertiente oriental mientras adopta nuevas identidades: río Sondondo, río Pampas y río Apurímac. Ya en la selva baja se abrirá paso como río Ene y después como río Tambo, hasta alcanzar la cuenca alta del Ucayali. Finalmente, aquellas primeras gotas que comenzaron su viaje en las pampas de Chuikuñapampa llegarán al Amazonas.

Las laderas del valle están moldeadas por 5.600 hectáreas de andenes en los que se cultiva maíz, tubérculos y granos andinos.

Y quizá en el ‘Gran Río’, convertidas en nubes, empujadas por un fuerte viento del norte, regresen al cerro Oscconta, para perpetuar la vida en el valle del Sondondo y seguir haciendo millonarios a sus pobladores. ■


Crónica escrita por Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Enrique Castro-Mendívil, que forma parte de la serie Historias del Agua. Fue publicada por la Autoridad Nacional del Agua (ANA) en el 2014.

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Redaccion Apacheta

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