La chacra más saludable

Cuando se atraviesa la entrada al predio de Antonio Anamaría, en Vito, Apurímac, todo parece estar en armonía. El agua discurre rápido por una acequia, junto a una sencilla construcción de adobe.

A Antonio, de 58 años, se le ve feliz bajo su sombrero, con su polo blanco con el número seis a la espalda. Está trabajando en uno de sus dos biohuertos, el que está más elevado, casi a la altura del techo de la casa. Allí planta hortalizas. También algunos árboles, en el lado que da a los cerros, para detener heladas y granizadas. El segundo biohuerto, unos metros más abajo, mucho más pequeño, está listo para la acción: otros vegetales esperan su turno en un almácigo para ser trasplantados.

Antonio conoció esta forma de cultivo saludable a través de los concursos campesinos organizados por el Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú, con la asociación civil Pachamama Raymi, y la Municipalidad de Juan Espinoza Medrano. Lo promovían para equilibrar la alimentación de las familias. En las zonas elevadas —esta chacra está a 3.060 metros de altura— la dieta es baja en vitaminas y minerales; se consumen muchos cereales y tubérculos, y pocas hortalizas. “Antes las comprábamos en la tienda, pero desde que las he plantado, poco ya”.

Su esposa Efrosina Felícitas, de 46 años, está sentada en el suelo, sobre una piel de oveja, y maneja un telar de cintura. Teje tal y como aprendió de Gregoria, su concuñada, hace casi veinticuatro años, cuando estaba embarazada de su hijo mayor, Samuel. Ahora elabora, por encargo, ponchos, llicllas o mantas, y chumpis, unas fajas que llevan los hombres. Y lo hace desde las cinco de la madrugada hasta las seis de la tarde, durante un día y medio, si es un chumpi, o en tres días y medio, si es un poncho.

El predio de Antonio y Efrosina es fértil. Además de hortalizas, da habas, papa, tarwi, maíz, y tubérculos nativos como la oca, la mashua, el añu, y la papa lisa. El secreto está en los abonos orgánicos, otro de los aprendizajes obtenidos. “Lo hago con rastrojos, bosta de vaca, de cuicitos. Y de eso sale el compost. En tres o cuatro meses, lo ponemos a las plantas”. Si no prepara compost, utiliza el estiércol de sus diez vacas. O el humus de lombriz, que aprovecha la digestión que hacen estos gusanos. O el biol, un fertilizante líquido para las hojas que resulta de la mezcla de heces, agua, ceniza, azúcar, leche o suero, levadura, chicha, alfalfa picada, y cáscara de huevo.

En la chacra están tres de sus seis hijos: Diana, de 10 años, que trenza con cuidado el cabello de su madre; y Agustín, de 16, y Paulino, de 14, que desterronan la tierra que removieron con la chaquitaqlla meses atrás, para airearla.

“Trabajamos para que nuestros hijos estén mejor en el futuro. Con lo poco que producimos, con los trabajos con los que nos apoyamos, los estamos educando”, dice Efrosina. Así es: Bernabé, de 21 años, estudia en Lima, y Candy, de 18, en Abancay. “Nuestros hijos, con el estudio, van a estar mejor”. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

Imagen por defecto
Redaccion Apacheta

Deja un comentario