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Para lograr la sostenibilidad de las cuatro tecnologías productivas promovidas por el Haku Wiñay/Noa Jayatai los técnicos determinaron que era fundamental asegurar los recursos hídricos de los usuarios del proyecto. Fue así que el PACC Perú propuso una nueva tecnología –la siembra y cosecha de agua– que había promovido con muy buenos resultados en dos microcuencas con características similares, también en el sur del país y de la cual se conocían otras experiencias con resultados significativos en otras regiones.
–¿Sembrar y cosechar agua? –los campesinos le tomaban el pelo al yachachiq de Llullucha.
–Sembrar agua…sí…sembrar agua –repetía Gumercindo.
–Se siembran los tubérculos… ¿pero agua?… ¡Cómo vamos a sembrar agua! Y Gumercindo les enseñó cómo.
La siembra y cosecha de agua es una tecnología que consiste en almacenar el agua de lluvia mediante qochas o lagunas rústicas construidas por el hombre en las zonas más altas de las cuencas. Con el tiempo parte del agua se llegará a infiltrar en la tierra para descender por las entrañas de las montañas hasta que, meses después, salga a través de los manantiales situados en las partes bajas.
Paulina Condori comenzó con ello hace relativamente poco tiempo. La alpaquera, que tiene 43 años, vive sola rodeada de cerros pelados y erosionados a 4.300 metros de altitud en una modesta casita de adobe en Palcca Alta. Aunque conoce algunas palabras en español, se le hace mucho más fluido conversar en quechua. Una de sus cuatro hijas, Saly, que ha llegado desde Ocongate a visitarla, nos traduce: “Cuando dejaba de llover y desaparecía el pasto, mis ‘alpaquitas’ enflaquecían y muchas morían. Y yo me preguntaba: ¿Por qué se secan las lagunas? ¿Dónde se esconde el agua? Entonces vinieron los técnicos y nos explicaron en qué consistía el ciclo del agua”, dice animadamente la señora Paulina.
Saly nos revela que a Paulina, al comenzar la siembra de agua, le invadió una profunda tristeza porque, después de trabajar duro reteniendo el agua, la tierra se la tragó. ‘Algo he hecho mal’, dice Saly que pensaba su mamá. Pero unos meses después el agua reapareció a través de unos antiguos manantiales que permanecían secos. La alpaquera recuperó el agua y la convicción de que sí, de que algo había hecho bien.
Alberto Guzmán es el vecino de Paulina y también su familiar. Desde que llegó el Haku Wiñay/Noa Jayatai el pastor ha habilitado tres qochas y actualmente construye una cuarta. Además, con la asesoría del yachachiq, ha diseñado un sistema de zanjas de infiltración que facilitan la captura del agua de la lluvia y la conducen hacia sus reservorios. Flavio Valer, el asesor técnico local del PACC Perú en la zona, estima que Alberto ha logrado recuperar más de dos hectáreas de praderas altoandinas. Este invierno sus alpacas podrán pastar en los bofedales que han surgido gracias a la humedad. “¡No me lo imaginaba ni en sueños!”, nos confiesa ilusionado.
Alberto señala que todo lo hace por sus nietos. También que, al tener más agua, sembrará nuevos pastos, comprará más ganado y agrandará su modesto negocio lácteo. A sus cincuenta y muchos años sigue demostrando que el espíritu emprendedor sigue intacto. Le pido a Saly que le pregunte al señor si considera que está viviendo una segunda juventud. Saly pregunta y él responde: “El agua me ha cambiado el carácter, ahora soy mucho más alegre, optimista y feliz. Lo bonito del proyecto es que, al trabajar para nosotros, también lo hacemos para los demás. Quiero construir más qochas para que las comunidades de abajo dispongan de agua y puedan vivir mejor”.
En Checcaspampa cosechan el agua que los alpaqueros siembran en las alturas. Cerca de la carretera vive un joven matrimonio, compuesto por Ebert Abal Huamán y Lucila Yucra, y sus dos hijitas: Dina Melisa, de 7 años, y Jony Emelyn, de 5. Desde que el proyecto Haku Wiñay/Noa Jayatai les tocó la puerta, no sólo han mejorado su economía familiar, sino también su alimentación. El yachachiq de la comunidad les ayudó a instalar un nuevo sistema de riego por aspersión para que la producción de pastos no dependiera únicamente de las lluvias. Hoy en día crecen más altos y más fuertes y cosechan la suficiente cantidad para alimentar a todo un ejército de cuyes, que son su verdadero sostén económico.
Con el proyecto recibieron un capital de trabajo inicial que le sirvió para comprar los materiales para la construccción de un nuevo galpón, y los primeros reproductores. Empezaron el negocio con seis y ahora tienen más de setecientos cuyes. Hace unos días, durante la última peregrinación al Señor de Qoyllur Ritti, Lucila cocinó y vendió más de cien y ganó más de S/4.000. Para Lucila, ella lo logró porque el Señor es muy milagroso; según Abel, fue cosa de los peregrinos que renovaron la fe en la sazón de su mujer.
“Juan Quispe nos visita dos o tres veces al mes y nos ayuda en todo lo que necesitamos”. Abel solo tiene palabras de agradecimiento a su yachachiq. “Gracias a sus consejos mi esposa ha podido construir un biohuerto bajo fitotoldo. Nunca habíamos imaginado tener hortalizas frescas todo el año. Ahora vivimos tranquilos porque sabemos que nuestras hijitas crecen sanas y bien alimentadas”.
Los biohuertos bajo techo se han convertido en la mejor opción para producir verduras y hortalizas en comunidades por encima de los 3.500 metros de altitud, donde las heladas impiden su crecimiento a la intemperie. El de Lucila es un espacio estándar de diez metros de largo por tres metros de ancho. Sus paredes, que son de adobe, retienen el calor durante el día y lo irradian por la noche. Su cubierta facilita un microclima tropical donde lechugas, repollos y cebollas crecen ajenas al frío del exterior. Hoy comprobamos que el biohuerto se ha convertido en un aula para los cuatro miembros de la familia. Brígida Huallpa, yachachiq de la comunidad Lahua Lahua, está a punto de impartir la lección sobre el control de plagas. Dina Melisa y Jony Emelyn son las más entusiastas.
Brígida es una mujer decidida y tenaz. Confiesa que le encanta viajar para conocer otras experiencias. Y cuando lo hace nunca llega con las manos vacías. Los bolsillos de su mandil siempre están llenos de semillas y esquejes que recolecta de su biohuerto y reparte generosamente entre sus visitas. La yachachiq tampoco regresa con las manos vacías. Según Brígida, es su manera de distribuir esperanza y sembrar un futuro mejor.
Hace unos años, alrededor de su vivienda, no había ni árboles ni plantas. Pero ahora un escudo de árboles nativos protege sus cultivos de las heladas intempestivas. Alejado el peligro de la avena, los tubérculos y las verduras, su extensa familia –un marido, ocho hijos, dos hermanas y un cuñado– tendrán el sustento asegurado hasta que comience la siguiente campaña agrícola.
La escarcha hace crujir los brotes helados bajo las pisadas tempraneras de Alejandro Casilla. El sol, que recién asoma por el filo de los cerros, todavía proyecta frías sombras sobre el valle. Alejandro apura el paso con la esperanza de encontrar a su cuñada en la casa. Ni bien entra a la cocina donde está Brígida, saluda y comparte su preocupación pues hace demasiado tiempo que no llueve. “En el pasado teníamos agua de sobra, y no nos importaba dejarla correr; ahora lo lamentamos”.
–Las autoridades locales se han vuelto comerciantes –, sentencia Alejandro y Brígida asiente –. Son varios los que han abandonado las faenas del campo ilusionados por las nuevas oportunidades que ofrece la carretera transoceánica que pasa por un costado de Ocongate. Por eso los que deciden no les interesa mejorar los antiguos sistemas de riego. No se dan cuenta que la agricultura sigue siendo la única opción para la gran mayoría.
–También nos preocupa haber perdido parte nuestras antiguas costumbres–, completa Brígida– . Sabemos que los ‘abuelitos’ respetaban a la Pachamama y ésta era generosa con ellos, que adoraban al sol y que tenían agua.
Desde su patio se aprecia una espectacular vista de la montaña sagrada que según la tradición tutela el destino de la región. La mirada de Brígida se dirige hacia su cumbre para luego decir: “cuando era niña el Ausangate siempre mantenía su ‘poncho blanco’, pero ahora que soy mayor apenas conserva la nieve”.
La escasez de agua es un tema primordial que todos los campesinos mencionan cuando les pregunto si sienten los efectos del cambio climático. Solo a unos pocos, como Teodoro Ccolqque alza la voz para denunciar que en realidad hay agua en exceso. El yachachiq de Pinchimuro ha comprobado que, a pesar de la ausencia de lluvias, los ríos cercanos al nevado descienden colmados de agua.
–El Apu se está deshielando. Debido al calentamiento global estamos perdiendo nuestras reservas de agua –, dice compungido el experto junto al cauce del río Pukamayo.
El inventario de 2012 de la Autoridad Nacional del Agua (ANA) señala que la cordillera del Vilcanota –cuyo techo es precisamente el Ausangate– ha perdido en los últimos cuarenta años más del 30% de su superficie glaciar: ha pasado de tener 418 km2 en 1970, a tan sólo 280. También señala que en el conjunto de las dieciséis cordilleras del país se han identificado 988 nuevas lagunas relacionadas al retroceso glaciar. Y la cordillera cusqueña no ha sido la excepción. La formación de estas lagunas y los probables aludes son dos amenazas latentes que planean sobre las comunidades que habitan en las últimas estribaciones del nevado sagrado.
Cae la tarde en Lauramarca. El sol se ha convertido en una yema de huevo que tiñe al Ausangate con los colores del atardecer. Teodoro se despide con un sincero apretón de manos de Brígida, con quien ha conversado animadamente durante la última hora y media. Ellos suelen coincidir una vez al mes, cuando los yachachiq se reúnen con el coordinador técnico en Ocongate. El encuentro de hoy en casa de Jesús Condori, un usuario del proyecto, ha sido una excepción.
Teodoro arranca con un movimiento seco y enérgico el motor de la Fortti de 150 centrímetros cúbicos con la que se desplaza todos los días para visitar a los campesinos. La jornada del yachachiq no terminará a las cinco de la tarde como es habitual porque hoy le toca conducir el programa de radio que lleva la voz de los yachachiq hasta el último rincón del distrito. Haku Wiñay –el programa radial comparte el nombre del proyecto– se retransmite todos los lunes y jueves de 8 a 9 de la noche. Radio Ausangate, en el 103.5 de la FM local, es la emisora más escuchada de la región.
Son las ocho en punto, Teodoro aprieta el ‘play’ y comienza a sonar, en español, la sintonía que en dos años ya se ha hecho habitual: “Hermanos del campo”, canta una voz femenina, “ya lo estamos viendo, el clima está cambiando, ya no es como antes, por eso, hermanitos, cuidemos el agua”.
Después, el yachachiq, que ya no se pone nervioso frente al micrófono, hablará en quechua para todos los oyentes: “Mucho me gusta compartir con ustedes, hermanos, que he visitado varios biohuertos donde las hortalizas crecen vigorosas. También he comprobado que las familias están criando mejor a sus cuyes. ¿Y eso que significa? significa que todos están invirtiendo en una mejor alimentación… ¿Pero han pensado que sin agua nada podríamos producir? Que sin agua no habría más vida”. Una pausa y comenzará a sonar un alegre huaynito. ■
Un texto de Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Enrique Castro-Mendívil, que forma parte del libro Yachay Ruwanapaq. Fue publicado por el MINAM, COSUDE y PACC-Perú en marzo del 2017.