El rincón de Tula

La chacra de Tula Sánchez es pequeña. Apenas doscientos metros cuadrados. Está en el centro poblado de Mollebamba, Apurímac, en un camino en pendiente, unos doscientos metros más arriba de su casa.

—Tengo mi huertita, todo tengo ahicito —dice.

Hay un biohuerto con repollos, coliflores, lechugas, brócolis, cebollas, y zanahorias. También hay papas. Y maíz. Y frutales injertados, como la pera, el durazno, el membrillo. Y un arbusto de capulí o aguaymanto. Y cinco intimpas, el árbol del sol, traídas de Abancay. Y flores: claveles, San José, y campanillas, como las tres que lleva prendidas en su sombrero. Y hierbas aromáticas. Y catorce pinos, que rodean todo, protegiéndolo.

—Este es mi rinconcito, sí.

La chacra de Tula Sánchez, de 48 años, también es de Cayetano Guerrero, su esposo, de 60, aunque él trabaja como coordinador educativo del distrito de Juan Espinoza Medrano, y solo va a ayudar en sus ratos libres.

Cuando el Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú inició su trabajo en esta comunidad, Tula y Cayetano se interesaron: “Ojalá podamos cambiar en algo el clima”. Se pusieron manos a la obra. Asistieron a varias capacitaciones realizadas por campesinos expertos. “Nos enseñaron cómo podíamos optimizar el agua” con el riego por aspersión. Les descubrieron la agroforestería: “Cuantos más árboles plantes alrededor, menos afecta la helada”. Les contaron que en un biohuerto no se usan productos químicos, se diversifican y se rotan los cultivos, y se mejora el suelo con abonos orgánicos. “Antes le dábamos poco valor a las verduras. Son muy buenas. ¡Más importantes que la carne!”.

El PACC, junto con la asociación civil Pachamama Raymi, también les trajo la pasión de Tula: la cría de cuyes. Al lado de su chacra hay una construcción de adobe, con techo de calamina a dos aguas. Y pegado a ella, un galpón donde corretean setenta roedores de las líneas Perú e Inti, junto a un viejo televisor de 25 pulgadas. Y tanta es la pasión que Tula pone en su cuidado, que duerme en la estancia contigua, y no abajo, en casa. “Vivo y duermo arriba, porque tengo mis animalitos”. Así que, desde que se levanta a las cinco de la madrugada, va y viene de la chacra a su casa y viceversa, para cocinar el desayuno, el almuerzo o la cena, cargar agua, o ver si estudian sus hijos Gerso, de 15 años, o Gualdis, de 18.

—¿Concursos? Sí, ganamos dos veces un segundo puesto. Con mis cuyes, mi huertita, mis frutos.

Aunque no es capaz de calcular cuánto ha crecido su economía con la cría de estos animales, tiene claro que les ayuda. Por ejemplo, este año ha sembrado su chacra con ocho cargas de abono elaborado con heces de cuy. O si sus hijos Beatriz o Abel, que viven fuera, necesitan dinero para pagar el alquiler, ella sabe que tiene que vender, como sea, cinco o diez cuyes. “Antes miraba el bolsillo de mi esposo, y todo era compra. Ahora quiero vender, producir más”.
Cada noche Tula programa qué hará al día siguiente. Nunca duda: en algún momento estará en su chacra. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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