El pueblo que rescató sus andenes

Cuentan los mitos y leyendas de Huarochirí que Cuniraya Huiracocha, poderoso dios del campo, vivía entre sus valles construyendo andenes y canales de riego. Humillaba y sorprendía a todos los demás dioses con su fuerza. Con una pupuna o flor de cañaveral rompía la tierra y hacía acequias trayendo fertilidad a las chacras que creaba. Y así fue llenando las difíciles alturas de Lima de extensos andenes que siguen activos hasta nuestros días.

Cientos de años después, sin poderes mágicos, los pobladores de Matucana, en Huarochirí, continúan protegiendo este legado que dejó Cuniraya. En todo el Perú existen más de 600 mil hectáreas de andenes construidos en épocas preinca e inca, según el Ministerio de Agricultura. Lima cuenta con 55 mil, y es la segunda región del Perú con más andenería tan solo detrás de Cusco. En este rincón del país, en la comunidad campesina Barrio Bajo de Matucana ubicada a más de tres mil metros de altitud, siguen aprovechando la sabiduría ancestral de sus antepasados para tomar ventaja de su complicada geografía. El esfuerzo de sus pobladores para organizarse y su decisión de salir adelante es clave en esta historia.

Con el apoyo del Minagri y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se trabajó entre los años 2011 y 2013 el proyecto “Recuperación de Andenes y manejo del agua en la Comunidad Campesina Barrio Bajo de Matucana”. Este tenía la intención de ver la factibilidad técnica para implementar un programa nacional de reconstrucción de andenes en la sierra del Perú, el cual permitiría al Programa de Desarrollo Productivo Agrario Rural (Agrorural) cofinanciar las ejecuciones con los Gobiernos Regionales y alianzas público privadas. “Queremos replicar este ejemplo en el resto del país. La idea es sencilla: recuperar el andén, proveer de más agua a la zona, trabajar con cultivos conectados al mercado y brindar seguridad alimentaria”, comenta el ingeniero José Velásquez, encargado de trabajar con esta comunidad de 450 personas que sufre por la ausencia de agua, pero que no se desanima ante las adversidades.

La señora Elba Vicuña Bejarano y su esposo Donato Anglas se despiertan todos los días antes de las seis de la mañana con picos y lampas para mantener viva su cultura y tradición. Aprendieron de sus padres a conectar con lo que los rodea. “Me gusta trabajar. Desde los ocho años levanto piedras, armo muros, me gusta hacerlo rápido. Junto a mi esposo hemos revivido todo eso”, dice Elba señalando una ladera repleta de alfalfa, flores y aguaymanto. Estos son algunos de los tantos cultivos que toda la comunidad ha empezado a sembrar para protegerse del cambio climático, el cual ha desordenado su forma de trabajo por la inconstancia y escasez de lluvias en los últimos años.

La construcción de andenes es una forma de impulsar el desarrollo de Huarochirí.

La recuperación de estos andenes se ha realizado a través de faenas comunales. Esta forma de trabajo en conjunto ha permitido la reconstrucción de los andenes para adecuarlos a la producción. Según la historiadora María Rostworowsi, los andenes reducen la erosión del suelo y mejoran las condiciones microclimáticas del terreno, en especial en lugares altos, donde la capacidad de conservación del calor del suelo se incrementa por la radiación solar que es absorbida por las piedras. Además, tienen más ventajas: al ganarle terreno al cerro le da mayor espacio para cultivar, no se necesitan pesticidas y se evitan las plagas.

Elba no parece tener 53 años. Camina en medio de sus cultivos como una adolescente. Con pasos cortos y rápidos esquiva y salta piedras, acequias y muros. Levanta sus herramientas y sigue adelante. Siempre vivió en el anexo de Soca. Ahí conoció a Donato y, trabajando la tierra que dio vida a la leyenda de Cuniraya, pudieron brindarles educación a sus cuatro hijos. Con su ejemplo fueron demostrando que no se necesita magia si se quiere seguir cultivando, solo hay que ser creativos y aprovechar los recursos que se tiene alrededor.


Las adversidades hicieron que se organizaran y buscaran solución a sus problemas. Hoy, los pobladores de Barrio Bajo resaltan la importancia de haber mantenido sus tradiciones, ese sentimiento llamado solidaridad y que los peruanos llamaron desde hace cientos de años ayni. “Antes caminabas por allá arriba y te encontrabas con un montón de lagunas. Ahora ya no están. No se ve agua”, cuenta preocupado Donato Anglas, que ha instalado aspersores en sus
andenes para ser más eficiente en su riego, ya que la forma tradicional de hacerlo, por inundación, hacía que perdiera hasta el 50% del agua que utilizaba.

Las lagunas que reposaban en las alturas de Matucana hasta hace unos años atrás han desaparecido.

Gracias a esta comunidad, se mejoraron los canales de agua en todos sus anexos. En Soca, Huillpa y Huillaque. Se reforzaron los muros de los andenes y se introdujo el riego por goteo y por aspersión. Se reforestó la cabecera de la microcuenca para mejorar la disponibilidad de agua. Se promovió el cultivo de gladiolos, aguaymanto, alfalfa, habas, quinua, papa nativa y trigo. “La idea que tenemos es que el productor pueda autoabastecerse con nuevos alimentos y el excedente se destine a la venta”, dice el coordinador del programa de Andenes de Agrorural, Antonio Lambruschini. Por otra parte, Velásquez complementa:
“Teníamos que integrar todo. Educación ambiental, concientización y mostrar otras alternativas de cultivos para que la gente tenga qué comer”. Este proyecto terminó en el 2013 y a dos años de finalizado, todos están felices porque hay agua de calidad y cada vez más cultivos para todos.

“Hubo un empoderamiento de la gente que ha tomado el proyecto como suyo. Por eso continúan con todas las actividades. Siguen reforestando, arreglando
y recuperando andenes y terrazas, y promoviendo más proyectos para seguir trabajando”, afirma Velásquez, quien resalta la unión que demuestra toda esta comunidad que sigue poniendo en valor los andenes que lamentablemente se fueron destruyendo a causa de la falta de uso y buen mantenimiento.

Después de esta etapa de prueba se ha iniciado un proyecto de recuperación de andenes que el BID financiará con 25 millones de dólares y se trabajará en 85 mil hectáreas en Junín, Lima, Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, Cusco, Puno, Arequipa, Moquegua, Tacna y Amazonas hasta el año 2019. “Los andenes son la mejor respuesta de adaptación al cambio climático, además de poner en valor nuestros conocimientos ancestrales. El Perú nos está dando un gran regalo”, afirma Fidel Jaramillo, representante del BID en el Perú. El éxito de esta experiencia reside en la visión a futuro que tiene esta comunidad campesina —de gran arraigo ancestral— que estuvo dispuesta a participar de las actividades, y en su predisposición al cambio y la necesidad de adaptar criterios técnicos para mejorar su producción y productividad, haciéndose más competitiva.

El esfuerzo de la comunidad para organizarse y unirse ha sido clave para rescatar sus andenes.

Matucana en aymara significa “donde la luz es angosta” por su complicada geografía. Sin embargo, las familias de esta comunidad han demostrado que son como los andenes, aprovechan las dificultades y esparcen su brillo por las alturas de Lima. Y un buen ejemplo son Elba y Donato, quienes fueron reconocidos por el gobierno peruano por su contribución a la agricultura familiar y por su gestión empresarial. No cabe duda de que la comunidad campesina
Barrio Bajo de Matucana continúa la senda que marcó Cuniraya Huiracocha.


Crónica escrita por Jack Lo –con fotografías de Enrique Cúneo– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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