El glaciar que une dos mundos

La primera vez que Luz Marina escuchó la expresión ‘cambio climático’ fue a través de un viejo transistor mientras cuidaba sus alpacas en la puna. Recuerda que el locutor daba una noticia que solo entendió a medias. Mencionaba algo sobre intensas lluvias y heladas, hablaba de deforestación y la falta de agua. Pero la realidad que Luz Marina veía, a 5.100 metros sobre el nivel del mar, era muy diferente. Phinaya, a unos cien kilómetros de la ciudad del Cusco, era un poblado apacible, de pequeñas lagunas y un cielo limpio. Ella igual se preocupó y hasta se sintió culpable. ¿De qué? En ese momento no estaba muy segura.

Durante muchos días, el tema siguió volando en su cabeza, hasta que terminó viéndolo con claridad: los cambios sutiles que había observado en el paisaje, como la ausencia de huayatas y otras aves, el retraso en la floración de los pajonales o la aparición de nuevas lagunas junto al glaciar Quelqaya, no eran normales; la presencia de vicuñas en los bofedales donde pastaban sus alpacas era sorprendente, o el aumento de calor, la falta de nieve y las lloviznas tenían que ser manifestaciones de ‘eso’ que en la radio llamaban ‘cambio climático’. Se lo contó a Donato, su marido, y ambos permanecieron pensativos, sin saber qué decir.


En 2015 llegaron a Phinaya los primeros técnicos del «Proyecto Glaciares». Su preocupación por el retroceso glaciar en la cordillera de Vilcanota los condujo por trochas sinuosas hasta la comunidad campesina más cercana al Quelqaya, considerado, con 17 kilómetros de longitud y doscientos metros de espesor, el glaciar tropical más extenso del mundo. Los expertos tenían evidencias contundentes de que en una generación la cordillera había perdido el 49% de área glaciar y calculaban que para el 2100 apenas quedaría el 6%. Luz Marina y Donato no necesitaban cifras para calcular la magnitud del problema porque era evidente a la vista. “Los campesinos comenzaron a notar que sus apus estaban desapareciendo y era lógico que entre ellos aumentaran los miedos, las culpas y los conflictos vinculados al agua”, explica Karen Price, quien fuera coordinadora nacional del proyecto.

El incremento de las temperaturas, sobre todo por encima de los 4.000 metros de altitud, ha producido el retroceso acelerado de los glaciares y la evaporación de muchas lagunas. “El cambio climático afecta a las poblaciones altoandinas y a la conservación de los grandes ecosistemas que abastecen de recursos hídricos a la cuenca”, precisa el ingeniero Walter Choquevilca, quien se encargó de coordinar el proyecto en el Cusco.

La construcción de diques rústicos permite acumular el agua producto del deshielo glaciar en lagunas.

Para garantizar la producción de agua, los técnicos impulsaron medidas de adaptación al cambio climático que las 130 familias campesinas de la pequeña comunidad adoptaron con confianza y rapidez. Muchas de ellas, como la siembra y cosecha de agua, estaban basadas en conocimientos ancestrales, casi abandonados en la práctica, pero que con el tiempo han demostrado su eficiencia.

Luz Marina y Donato buscaron una hondonada para construir un pequeño dique que retuviera el agua que llegaba como consecuencia del deshielo. Pero el verdadero milagro se produjo cuando la qocha infiltró el agua en el subsuelo, la almacenó y unos meses después comenzó a brotar por los manantiales situados en la zona baja de la cuenca. “Con esta ‘qochita’ facilitamos la ‘chamba’ a las montañas”, reconoce Donato Bermúdez con lucidez. “El agua almacenada nos sirve a nosotros, pero también beneficiará a otros campesinos que viven más abajo”.

Luz Marina, con su bebé acomodada en la espalda a la manera andina, sigue enumerando sus logros y Walter Choquevilca la escucha con atención. Ella ha sido una de sus alumnas destacadas en la escuela de líderes que el proyecto también impulsó entre los comuneros. La estampa de ambos junto a la nueva qocha simboliza el encuentro entre dos saberes, el ancestral y el científico, que han sabido complementarse para plantarle cara al calentamiento global. “Existe mucha coincidencia entre la información obtenida de manera científica y la recogida empíricamente por los yachachiq ”, señala el ingeniero. “El planeta necesita rescatar el sentido común de los hombres y mujeres andinos y su relación de respeto y reciprocidad con la Pachamama”.

La familia Aguilar ha invertido treinta mil soles para construir una secadora de café donde controla la humedad y la temperatura.

Walter, quien comenzó su trabajo con un enfoque muy técnico, pronto se convenció que para movilizar la voluntad ambiental de los campesinos locales era imprescindible incorporar su dimensión cultural. Para los andinos, el agua es un ser vivo, mágico, que marca sus vidas; es un recurso valioso que forma parte de su identidad, de su familia, al que se respeta, agradece y celebra.


La Plataforma de Glaciología y Ecosistemas de Montaña es un espacio de coordinación creado en 2013 por el Proyecto Glaciares. Desde el comienzo, su objetivo era lograr que el tema ‘glaciares y agua’ calara en la opinión pública y que los funcionarios del Estado fueran sensibles a él.
Comenzaron con siete instituciones –entre ellas el GORE Cusco y la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC)– y actualmente suman veinticuatro, entre públicas, privadas y de carácter técnico. Se reúnen para compartir sus experiencias, pero también para hacer incidencia política; quieren que su trabajo en conjunto se traduzca en proyectos de inversión pública con un enfoque de adaptación al cambio climático.

Hasta que la plataforma inició sus actividades, las imponentes masas de hielo habían permanecido tan bellas como invisibles. “Formaban parte del paisaje y nunca habíamos reparado en su importancia”, lamenta Edwin Mansilla, secretario técnico del Consejo Regional de Cambio Climático y miembro de la plataforma. “Con la plataforma hemos comprendido que son nuestra principal fuente de agua y que facilitan el desarrollo económico de la región”.


Durante más de treinta años solo glaciólogos de talla mundial como Lonnie Thompson o Perry Baker visitaban con regularidad los nevados más sagrados de los Andes para estudiar su comportamiento. Subían, tomaban muestras y regresaban con ellas a su país. Esta relación cambió en 2008 cuando Thompson compartió sus investigaciones en el escenario local. Lo que sucedía con los glaciares del Cusco no solo afectaba a la región y al Perú, sino que tenía consecuencias planetarias. El ingeniero Walter Choquevilca, quien asistió a la conferencia, recuerda que las palabras del doctor de la Universidad Estatal de Ohio “abrieron los ojos de muchas personas”; los suyos, los primeros.

Las Asociación de Turismo Rural Comunitario Flor de Café está integrada por más de veinte agricultoras que han hecho del cultivo de café en Lucmabamba una experiencia vivencial.

A partir de entonces el interés de la academia, las autoridades regionales, locales y otras instituciones aumentó. “Antes no disponíamos de información de calidad para responder al retroceso glaciar”, reconoce Sandro Arias, representante del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp). “Pero eso ha cambiado”, continúa Víctor Bustinza, representante del Instituto Nacional de Investigación sobre Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem), “ahora somos conscientes de nuestra realidad y tenemos información actualizada que nos permite tomar mejores decisiones”.

Víctor Bustinza se refiere, por ejemplo, a la incorporación de la problemática de los glaciares en el Plan de Desarrollo Regional Concertado de 2016, al lanzamiento de la primera maestría en el país sobre cambio climático y desarrollo sostenible, o a los convenios de investigación e intercambio de la UNSAAC con otras universidades públicas norteamericanas.

Este valioso entusiasmo, que involucra a funcionarios, investigadores, universitarios, técnicos, divulgadores y a la comunidad en general, ha consolidado un entorno crítico y maduro que es inédito en el país. Espacios como la plataforma de glaciología deberían servir de garantía para que todas las instituciones participen de manera activa y logren que las medidas de adaptación y mitigación que elijan se vinculen a políticas públicas y aseguren su sostenibilidad en el tiempo. Su ejemplo será fundamental para que el Perú cumpla con los compromisos climáticos que firmó hace cuatro años y cuyo plazo expira en 2030.


El cambio climático es uno de los grandes desafíos de nuestra era: un problema global que presenta consecuencias locales concretas que afectan al bienestar de comunidades y personas como, por ejemplo, Gliserio Díaz, Victoria Gamarra o Dwight Aguilar. Ellos también se levantaron un día con la noticia de que el cambio climático iba en serio y que podían ser los más afectados.

La noche del 13 de enero de 1998, los vecinos de Santa Teresa observaron el río con terror. Un descomunal alud de lodo y piedras borró del mapa el 90% de la localidad y sus habitantes tuvieron que refugiarse en las laderas del monte.

Las causas que ocasionaron la tragedia fueron el punto de partida para el trabajo que el equipo del «Proyecto Glaciares» desplegó en la cuenca a partir de 2008. Los líderes del proyecto se dieron cuenta de que para mejorar la resilencia de la población frente al cambio climático era fundamental trabajar articuladamente la gestión del riesgo de desastres y la gestión integral de recursos hídricos. Solo así lograrían evitar los aluviones provocados por las lagunas inestables que se formaban con la desglaciación.

Gliserio Díaz y Margot Álvarez han inventado un sistema de cultivo de granadilla mediante ‘el emparrado’ de las enredaderas que le permite combatir las plagas de insectos y hongos.

Dwight Aguilar era un adolescente cuando el aluvión pasó desbocado por la quebrada cercana a su cafetal. Han transcurrido dos décadas y pareciera que Santa Teresa hubiera borrado cualquier recuerdo de la tragedia, ya que varias familias han vuelto a construir sus viviendas sobre el mismo cauce. No obstante, en estos días el distrito celebra haberse convertido en la nueva capital de los cafés especiales. Una muestra de café de la variedad geisha cultivada por Dwight acaba de ganar el último concurso Taza de Excelencia, el más prestigioso del Perú. Es el premio a un joven productor que, al intuir hace ocho años el cambio climático, introdujo el riego por goteo y protegió sus cultivos con efectivos sistemas de agroforestería.
Este éxito le ha permitido dar clases en la Escuela de Campo, otra iniciativa del «Proyecto Glaciares» que sirve para fortalecer las capacidades de los productores locales.


Los expertos han concluido que el aumento extraordinario de las temperaturas está provocando que las especies vegetales suban entre tres y cuatro metros por año. “Lo habitual en Lucmabamba era la producción de granadillas, pero actualmente cultivamos café”, observa Victoria Gamarra, presidenta de la Asociación de Turismo Rural Comunitario Flor de Café. El café ha ocupado el espacio de la granadilla y esta es más productiva a los 2.400 metros de altitud, donde la familia Díaz Álvarez tiene dos hectáreas.

“El problema de recibir nuevos cultivos es que llegan acompañados de plagas para las que no estábamos preparados”, comenta Gliserio Díaz, un joven productor y capacitador en la misma Escuela de Campo.

Gliserio representa a la tercera generación de agricultores dedicados al cultivo de granadilla y es quien lo ha hecho a mayor altitud. Incluso ha comprado otro terreno aún más arriba por si en un futuro tuviera que mudarse. Aunque no pudo estudiar agronomía, hoy en día es un experto en el control de plagas, siendo consultado por técnicos e ingenieros. Su fundo es un ejemplo de agricultura orgánica.

“Hemos recuperado las costumbres locales. Combatimos las plagas con hierbas medicinales y cuidamos los cultivos con compost y biol. Tampoco utilizamos insumos químicos que contaminan el agua. Ahora nuestra fruta es de mejor calidad y somos respetuosos con la naturaleza”, señala Gliserio.

Los productos orgánicos son una gran alternativa de actividad económica para las familias.

La curiosidad y su ingenio le llevaron a inventar un sistema de cultivo que se adapta mejor a las variaciones exacerbadas del clima. Su primer intento fue un fracaso: perdió casi dos años de producción. Pero él, pese a ello, modificó el diseño original y su sistema es el más celebrado en el distrito.

Margot Álvarez comparte el optimismo de su marido. Ella también ha comenzado a ganar dinero con actividades complementarias. Hace dos años se asoció con seis mujeres más y, después de recibir un curso sobre industrias alimentarias, han empezado a producir mermeladas, jugos, mazamorras y helados naturales que venden a los turistas que recorren el tramo del camino inca que pasa frente a sus casas. Siempre con una sonrisa, Margot recibe un promedio de cien personas a diario, y es tan buen negocio que organiza actividades turísticas en torno al cultivo de frutas locales.

El turismo se ha convertido en una alternativa sostenible para otros campesinos. Las productoras de café de Lucmabamba han diseñado «Saberes y Sabores del Café», una experiencia vivencial de dos horas donde muestran su proceso orgánico y certificado: desde manejo del vivero hasta el tostado final. “Gracias al turismo hemos podido renovar los sembríos e invertir en sistemas de riego mejorados. Ahora conservamos mejor el medio ambiente”, confiesa Victoria Gamarra, la vocera de la asociación que reúne a más de veinte productoras. “Si el monte estuviera sucio y pelado, ¿quién nos visitaría?”, agrega.


Aunque unos viven al sur, al pie de los glaciares, y otros a trescientos kilómetros al norte, a mucha menos altitud, ambas poblaciones están vinculadas por el discurrir del río Vilcanota-Urubamba. De sus recursos hídricos depende el consumo doméstico de las principales ciudades –incluida la capital–, la agricultura del Valle Sagrado, el turismo o la generación de energía de la central hidroeléctrica de Machu Picchu. Existe, sin embargo, un déficit de 300 millones de metros cúbicos que, de no ser cubiertos por la cuenca, afectaría el desarrollo de casi un millón de cusqueños en los próximos años.

La conservación de los glaciares o la construcción de nuevas represas en lugares estratégicos son algunas soluciones que se discuten en el contexto de la plataforma de glaciología. “Estamos diseñando el piloto del primer proyecto multipropósito de la región”, apunta Dax Warthon, jefe de la división de estudios de la Empresa de Generación Eléctrica Machu Picchu S.A. y miembro de la plataforma.

Se trata de la construcción de una represa de regulación estacional de gran capacidad que, además de la generación eléctrica, garantice en la cuenca alta un caudal limpio que cierre muchas brechas sociales. Esto podría traducirse en agua para consumo humano, agricultura, piscicultura y un caudal ecológico que reduzca al máximo los riesgos por inundaciones en el resto de la cuenca.

Luz Marina Quisque y Donato Bermúdez son alpaqueros y viven junto al glaciar Quelqaya, a 5.100 metros de altitud.

Los proyectos multipropósito encajan con el planteamiento de las Contribuciones Nacionalmente Determinadas que tienen como objetivo el incremento de la disponibilidad hídrica para los usos multisectoriales. Las acciones de adaptación y mitigación, promovidas por el MINAM en el marco del Acuerdo de París, son el resultado del trabajo articulado entre varios sectores y no de uno en particular, siendo implementadas desde una perspectiva multinivel y multiactor. “Es un enfoque de trabajo novedoso y retador que invita al trabajo colectivo”, añade Karen Price.

El piloto del Cusco seguirá madurando mientras los miembros de la plataforma de glaciología trabajan en paralelo para que los ministerios de Economía y Finanzas (MEF), y Ambiente (MINAM), elaboren la normativa que lo sustente. Ven imprescindible que el MEF incluya la condición del cambio climático en el diseño de sus políticas públicas y flexibilice algunos criterios de inversión.

Mientras el Estado continúa avanzando, Gliserio seguirá visitando colegios para comprometer a los niños y adolescentes del distrito en el cuidado del ambiente, Victoria y sus socias habrán inaugurado el nuevo centro de interpretación del café que han proyectado, y Luz Marina y Donato continuarán compartiendo con otros campesinos su experiencia como constructores de qochas rústicas en zonas altoandinas. Como concluye el ingeniero Edwin Mansilla, “la única manera de enfrentar los desafíos del cambio climático es haciéndolo juntos”. ■


Crónica escrita por Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Omar Lucas, publicada por el MINAM en la serie Acción Climática del Perú, en el año 2019.

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Redaccion Apacheta

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