Atalaya al futuro

La mirada de Abdonio se pierde por las extensas pampas altiplánicas que conforman la geografía de Kilcata. Como buen pastor vigila, desde su atalaya de roca, los rebaños de alpacas, llamas y ovejas que pastan los escasos brotes verdes que crecen cerca de los bofedales.

“Ahora apenas hay pasto y el agua escasea porque no hemos sabido cuidarla”, se lamenta este ganadero, que además es vicepresidente de su comunidad.


Abdonio Llactahuamaní, no se imagina un mundo sin alpacas porque, entre otras cosas, él no tendría trabajo. Kilcata es una comunidad a 4.400 metros sobre el nivel del mar que vive por y para los camélidos andinos. Sin embargo, la venta de su carne y de su fibra es ingrata y no les alcanza para cubrir sus necesidades. Sus ingresos anuales apenas llegan a los mil nuevos soles y son claramente insuficientes para que Adbonio y su esposa Eusebia, puedan dar un futuro auspicioso a sus cinco hijos. “Ellos no quieren saber nada de las alpacas. Solo quieren ir a la ciudad y trabajar”. El hijo mayor vive en Lima, el segundo en Arequipa; los dos siguientes estudian secundaria en Totora, la capital del distrito a medio día caminando desde su fundo.


El futuro de las 45 familias que integran esta comunidad de altura pasa por la organización y optimización de sus limitados recursos. Los técnicos del Proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra”, conscientes de esa realidad, les están apoyando con capacitaciones donde tratan temas desde técnicos hasta como debería ser la vida comunitaria e incluso cómo tienen que mejorar la calidad de vida dentro de sus hogares.

“El MST nos da capacitaciones dos días al mes y eso está muy bien para nosotros porque estamos aprendiendo a realizar el empadre de nuestras alpacas de una manera más científica”, comenta Adbonio a modo de ejemplo. Ahora seleccionamos a los machos mirando la calidad de su fibra y con eso aseguramos crías con mejor genética. Estamos procurando que sean “puras”, de un solo color, para que tengan un mejor precio en el mercado.

Los pastos también se están beneficiando del trabajo que el Proyecto MST-Apurímac realiza en la zona. Ahora, los comuneros, conscientes de su escasez, y gracias a los cursos que han seguido, están revirtiendo la intensa erosión de sus suelos a través de la fertilización con guano de sus mismas alpacas y sembrando plantas como la avena y el ryegrass que aportan los nutrientes necesarios para asegurar su sostenibilidad.


Pero el principal cambio se ha producido en el seno de la comunidad. Actualmente reconocen que juntos pueden más que separados y que tener los papeles en regla es el paso imprescindible para presentar proyectos a las instituciones o recibir las siempre bienvenidas capacitaciones. El desafío está en la migración y en la dispersión de los fundos. Los comuneros están acostumbrados a caminar todo el día, pero igual las distancias son grandes y reunirse todos aún es un problema. Cuarenta y cinco familias en casi 9 hectáreas de puna hacen que los fundos se vean como una constelación de pequeñas islas desparramadas por la puna.

Abdonio y Eusebia tienen fe de que los cambios comenzarán a notarse pronto, que llegarán a tiempo para poder pagar, con la plata que obtengan de sus alpacas, los estudios técnicos del más pequeño de sus hijos, que ahora tiene 8 años. En sus ojos se refleja la secreta esperanza de que el benjamín salga un día de la estancia con el firme propósito de regresar y tomar las riendas.

“¿Quién si no va a cuidar de mis alpacas cuando sea un anciano y la vista no me alcance para verlas desde mi atalaya?”. ■


Texto escrito por Xabier Díaz de Cerio –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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