Alpaqueros de pura fibra

Decenas de alpacas corren enloquecidas en círculos dentro del dormidero que corona el cerro. Si una se para, las demás la imitan; si otra retoma la carrera, el resto la sigue. El causante de tanto revuelo es Teófilo Alegría, un hombre pequeño y fibroso, el pastor que las observa mientras llama con un particular sonido gutural. Ya decidió cuál de todas atrapará.

“¡Allin, Allin!”, le grita Emilia Santusa Flores, asintiendo con la cabeza. La voz de su esposa sobresale aguda y potente. En Kilkata, a 4.400 metros de altitud, el aire es más puro que ninguno y el sol aparece casi de puntillas. Teófilo prepara el lazo e intenta acorralar a la alpaca.

Teófilo ahora emplea una técnica que mejora los métodos ancestrales aprendidos desde su infancia.

El animal elegido por Teófilo es un ejemplar menor de 2 años, cuya capa de color canela es vista con entusiasmo por el matrimonio porque es un tono que comienza a ser solicitado en mercados relacionados con el biocomercio, en donde se apuesta por lo orgánico y natural.

A pesar de que en Kilcata está considerado como ‘yerno’ –así llaman en la zona a los foráneos casados con mujeres nacidas en la comunidad–, Teófilo es diestro en el arte de esquilar porque es un trabajo que ha ejercitado por décadas. Además, en el pueblo donde nació también se dedicaban a la crianza de camélidos. Se puede decir que las alpacas son su vida, a pesar de las condiciones extremas en las que tiene que vivir y los bajos precios que pagan los intermediarios de la fibra. Él no ha perdido la esperanza en convertir su pasión en un negocio sostenible.


La esquila parece una actividad sencilla, pero los ganaderos tienen que ser meticulosos para evitar lastimar el cuero de los animales. El uso de cuchillos e incluso con tapas oxidadas de conservas para cortar la fibra son técnicas del pasado. Ahora separan el vellón del animal –unos dos kilos y medio– de una sola pieza y lo hacen con unas tijeras especiales que han recibido de los técnicos del proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac”. En el 2011 recibió un curso práctico sobre cómo podían diseñar una estrategia para mejorar sus ingresos económicos: cambiar los pastos, mejorar la calidad de fibra, planificar la esquila y promover una buena organización comunal. Solo así podrían progresar. Aunque han comenzado a cambiar hace poco tiempo ya están sintiendo los primeros resultados.

La esquila de las alpacas es una tarea intensa pero necesaria para obtener la preciada fibra que les asegurará los ingresos para todo el año.

A pesar de todo, Teófilo sigue preocupado. Las lluvias se están retrasando mucho en los últimos años, lo que provoca que el forraje no brote a tiempo y los animales, al no cubrir su déficit calórico, produzcan fibra de peor calidad. Además, si las hembras no se alimentan bien producirán menos leche y la mortalidad de sus crías será mayor.

Para no depender del clima caprichoso los técnicos del MST-Apurímac han diseñado un curso para que los ganaderos de Kilkata cuenten con una cabaña alpaquera sana y productiva. Una de las técnicas que más están aprovechando es la del ensilado, que conserva los pastos durante meses.

La selección genética es una herramienta fundamental para identificar a los mejores ejemplares y así incrementar su productividad.

“La clave está en cortar la avena cuando está lechosa y tiene una mayor concentración de nutrientes. Luego tenemos que “airearla” en sombra. Y de ahí la echamos por capas en un hoyo con sal y azúcar para que no se fermente”, explica Teófilo. “Y después bailamos encima”, añade Emilia mientras abraza con ternura su gallina favorita. Se refiere a que una vez armado el fardo hay que pisarlo con fuerza para compactarlo y sacar el aire que quede y que podría malograrlo.

Los técnicos del Proyecto MST-Apurímac acaban de entregarles 150 kilos de semillas de avena negra que les servirá de capital inicial para mejorar sus pastos. Por su parte, la comunidad se ha comprometido a producir la suficiente cantidad de pasto mejorado como para pasar sin apuros el invierno y obtener ingresos con los excedentes. Teófilo, como promotor, se encargará de repartirlas equitativamente entre todas las familias de la localidad. No cabe la menor duda de que la voluntad de Teófilo es de hierro.

Los técnicos del proyecto les ayudaron a diseñar la estrategia: buenos pastos, buena fibra, buena esquila y una buena organización comunal.

Además del clima y de los pastos, el grosor y la resistencia de la fibra de alpaca dependen de su calidad genética. Eso lo ha aprendido Teófilo en los cursos de la escuela de promotores a la que asiste cada 15 días. En la práctica eso se traduce en una simple premisa: no se debe realizar el empadre (mezcla) de animales de capas (colores) diferentes. Ese tipo de selección es una herramienta fundamental para que estos criadores identifiquen a los mejores ejemplares e incrementen su productividad.

El otro asunto que le quita el sueño a Teófilo tiene que ver con el bajo precio que reciben por la fibra. La operación entre criadores e intermediarios se suele hacer en el camal de Huacullo, una localidad cercana a Kilkata y casi nunca cubre los costos de producción. Los intermediarios pagan 100 soles por la carne de una alpaca y la revenden en Espinar un 150% más cara. Con la lana de alpaca las diferencias son injustamente mayores.

El matrimonio regresa a casa con el trabajo cumplido antes de que el viento frío se haga dueño del espacio.

Actualmente, todas las familias evalúan construir su propio camal e impulsar la venta asociativa. Si logran que la cría de alpacas sea un negocio rentable quizá logren detener la migración de jóvenes locales hacia la ciudad.

El referente más cercano de Teófilo y Emilia no es muy auspicioso. El matrimonio ha criado a siete hijos de entre 14 y 30 años, cinco mujeres y dos varones. Y todos viven o en Totora-Oropesa o en Lima. “Ninguno quiere ser alpaquero. Más bien me piden que venda los animales y les reparta el dinero que les toca”, menciona con tristeza. Es una realidad común entre las familias. Pero Teófilo, junto a Emilia, que sigue abrazada a su gallina, dice que no piensan tirar la toalla: “Somos lo que somos gracias a las alpacas y por eso las seguiremos cuidando. Valga o no valga, pues”. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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