Agua en las alturas

La qocha Moroccacca nació rozando las nubes, no para uno, sino para todos. Le pertenece a las 150 familias de la comunidad campesina de Pucacancha, aunque se encuentre varios cientos de metros más arriba del centro poblado. Es una laguna comunal con el tamaño de casi dos campos y medio de fútbol, y la capacidad de cinco piscinas olímpicas, aunque podría almacenar el doble sin riesgo, porque no está en una quebrada. Moroccacca no es un reservorio cualquiera: está en la cabecera de la microcuenca Huacrahuacho, Cusco, a 4.373 metros de altura. Así que si se piensa bien, su agua no es solo de los que están arriba, sino también de los que viven abajo.

No fue fácil convencer a la comunidad de su construcción, a pesar de que allí ya existía una pequeña qocha. Antes de inundarla, era una pampa de pasto verde a la que llevaban las alpacas para alimentarse, y en la que también solían jugar al fútbol a las dos de la tarde, después de las faenas ganaderas. Menos sencillo aún fue explicarles que, por la filtración, una parte del agua acabaría pendiente abajo, lejos de sus tierras.

—No veían clara esa parte de sembrar el agua —cuenta Samuel Huarca, de 50 años. Es el presidente de Pucacancha, un ganadero con vacas, ovejas y alpacas, que participó en la primera promoción de Formación de Líderes en Cambio Climático—. A mí no me costó aceptar la idea. Cuando era adolescente, mis sueños eran cómo abastecer de agua a mi comunidad.

Tan claro como el empoderado Samuel lo tenía su amigo Guillermo Taparaco, de 44 años, presidente comunal dos años antes, y también ganadero: “Ya no es normal la lluvia. En un momento viene, y hay que depositarla en la laguna. Y guardarla”. “La idea inicial que tuvimos con las qochas era almacenar agua”, explica Flavio Valer, especialista en Respuestas Adaptativas Locales del Programa de Adaptación al Cambio Climático en Cusco. “Después nos planteamos algo más integral: además de construir los diques y excavar zanjas de infiltración, había que cercar los terrenos y forestar”. Así hicieron con los cerros que rodean Moroccacca. Todos los comuneros de Pucacancha trabajaron en la clausura de 54 hectáreas, con rollizos y malla metálica. Las alpacas ya no entrarían a pastear.

Además comenzaron a plantar especies de árboles nativos como la queñua, que emplea el 5% de agua de un eucalipto, el qolle, y el qishuar, el árbol sagrado de los incas. El paisaje ha cambiado dentro y fuera de la laguna. Dentro anidan aves como la ajjulla o tagua gigante. Afuera, unos cuatrocientos metros más abajo, corre agua donde antes solo había un humedal. El color verde del pasto lo revela. Más abajo aún, un manante da agua para saneamiento a cinco comunidades. Y Guillermo Taparaco desea: “Que cosechando agua, esté todo verde. Y que tengamos mayores ingresos para nuestros hijos, y que no estén como nosotros, sino mejor. Con esta qocha vamos a sembrar más pastos, y hasta para los cultivos nos puede servir”.  ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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