¡Ununchista uywasun! Criemos el agua

Cuando el comunero Rolando Huacarpuma escuchó hablar de la siembra de agua por primera vez, dijo: “¡Cómo vamos a sembrar agua!”. Y cuando le contaron que también se podía cosechar, respondió: “Cosechar, cosechamos la papa.” Eleuterio Huaycho tampoco había oído nada de aquello. Ni su esposa, Brígida Consone, ni el hijo de su primo, Roger Huaycho, los cuatro de la comunidad de Quillihuara. Lo mismo le ocurría a Américo Taparaco, de Oquebamba, y a Bernabé Huarca, de Hanansaya Ccollana, todos pobladores de la microcuenca Huacrahuacho, Cusco. Y a Agustín Lupa y a su primo Amílcar Aroni, de la comunidad de Santa Rosa, en la microcuenca Mollebamba, Apurímac.

Todos sabían lo que son las qochas o lagunas, forman parte del conocimiento tradicional campesino de la sierra desde hace siglos. La llegada del Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú les trajo una forma especial de entenderlas. Se trata en este caso de unos reservorios de agua —los técnicos los llaman “microrrepresas rústicas”—, construidos en hondonadas del terreno. Son simples: apenas con un dique de tierra compactada y rocas, no muy alto —entre ochenta centímetros y un metro—, se consigue recoger y almacenar el agua de lluvia o la que proviene de un manante. Efectivas: no solo acumulan agua; también permiten que esta se infiltre y recargue los acuíferos. Y baratas: su presupuesto es hasta mil veces inferior al de otras qochas artificiales.

La ‘crianza’ de la laguna Moroqocha permitió recuperar un bofedal contiguo y el retorno de las aves silvestres.

“Los escenarios que tendremos en la región en los próximos años son muy críticos”, advierte Víctor Bustinza, coordinador adjunto del PACC. “La temperatura va a subir y las lluvias se van a reducir en los meses en que más necesitamos el agua”. El presente ya es complicado: la llegada de la temporada de precipitaciones se ha retrasado de setiembre a noviembre, o incluso a diciembre. Y sin lluvia durante la siembra, ¿cómo sobrevivirá la agricultura de secano, que representa el 80% del total?


La primera qocha de este programa se hizo en Quillihuara, en el distrito de Checca, Cusco, a principios de 2011. El comienzo no fue fácil. En la asamblea comunal, que se celebra el día 10 de cada tres meses, la idea no tuvo una buena acogida.

—¿Cómo se va a cambiar la situación? ¿Cómo va a haber agua, si esta tierra siempre ha sido seca? Los mayores lo decían —Lo recuerda Eleuterio Huaycho, de 40 años. Entonces era un comunero más. Hoy es el presidente de la comunidad.

Nadie quiso ofrecer un terreno para la construcción de una laguna. Él la permitió en el suyo, en el sector Janccoaqque, aunque de la qocha se beneficiaría la comunidad. Se clausuraron siete hectáreas para proteger aquellas tierras erosionadas y con poco pasto, y para forestarlas con más de tres mil plantones de qolle, chachacoma, ceticio, y pino. Y se elevó un dique de 1,20 metros en una hondonada. Solo quedaba esperar a las lluvias. En aquella faena trabajaron la mayor parte de los comuneros. También Eleuterio, y su esposa Brígida, de 38 años, madre de sus siete hijos; y Roger, de 23, el hijo de su primo, que vive en un predio unos cientos de metros más abajo con su pequeño hijo Guido desde que enviudó hace tres años y medio; y Rolando, de 40, un comunero que, una vez formado, dirigió los trabajos de construcción, cercado y forestación.

La comunidad limpia la maleza de sus manantes para que el agua discurra con fluidez hacia sus parcelas.

Así fue como nació la qocha Quellopampa, una de las cuatro que se hicieron en la zona. Y en solo dos años, los efectos:

—Nos estamos dando cuenta de que a aquellos manantes —Eleuterio señala más abajo del terreno cercado, en dirección a un bofedal junto al que pastan sus dos caballos— los mantiene la humedad de esta qocha. Estamos pensando que por adentro la humedad pasa. ¡Esto es verdad!

La experiencia en Quillihuara resultó un éxito, y definió la estrategia: había que generalizar la construcción de estas lagunas. Para lograrlo, el PACC organizó concursos de qochas con un lema tan gráfico como poético: “Ununchista uywasun, criemos el agua”. El resultado fue sorprendente: en dos años se construyeron 146 reservorios en la microcuenca Huacrahuacho —135 familiares y 11 comunales, de diferentes tamaños y volúmenes, unos temporales y otros que se mantienen todo el año—, y 48 más en la de Mollebamba, todos familiares.


Américo Taparaco, de 33 años, se enteró por la radio de la importancia de las qochas para reducir el impacto del cambio climático. Fue un día en el desayuno o en la cena, no recuerda bien. Le acompañaban su esposa Leoncia Taparaco, de 28 años, su hijo Jesús Manuel, de 8, y su hermana pequeña Belén, de 12. “En aquel programa hablaban de sembrar el agua. Y yo me decía: ¿Por qué no vienen por acá?”. Después llegarían los cursos, la orientación de los técnicos ya en su predio, y su decisión de ampliar y reforzar el dique de una pequeña laguna que había creado cuando apenas era un adolescente. Empleó ocho horas durante veinte días para mejorarla.

Bernabé, Marcelina y su nieto Brian tenían una pequeña laguna en su predio. Hicieron crecer su capacidad y ganaron un premio por ello.

La vida en Sik’anka, el sector de Oquebamba donde nació y creció junto a sus trece hermanos, no es fácil. Américo tiene tres vacas, seis llamas, y cinco ovejas, que cuida un perro al que llamó Tarzán porque su padre le habló “del hombre valiente” de la selva cuando era un niño. Y apenas cosecha algo de papa amarga para elaborar chuño; a 4.200 metros de altura, la helada o la granizada arrasan casi todos los cultivos.

“Estamos viendo que el cambio climático está secando todo acá, o en la costa, en prácticamente todo el mundo. Por eso tengo que hacer más qochas”, dice. Ahora, gracias al líquido que almacena desde diciembre hasta julio, su ganado puede alimentarse más cerca, porque el pasto ha rebrotado; los manantes que hay pendiente abajo tienen más caudal; incluso ha podido llevar agua hasta una pileta que ha instalado junto a su casa de adobe e ichu. Américo Taparaco se imagina el futuro con su qocha protegida por árboles nativos. Los plantará pronto. “¿Cuál es el futuro?”, se pregunta Eleuterio Huaycho desde Quillihuara, unos kilómetros más allá. “El agua. Donde haya agua podremos mantener los animales, hacer crecer unos pastitos cultivados. El agua es importante. No hay otra cosa.”


Crónica escrita por Raúl M. Riebenbauer –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Yachaykusun. Fue publicada por la Cosude en diciembre 2014.

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nbello

3 comentarios

  1. Excelentes reportajes e impresionante la siembra y cosecha de agua, me encantaría que en mi país Ecuador podamos hacer algo parecido. Muchas gracias por compartir estos saberes y haceres. Muy buenos temas y excelente testimonio y fotografías. Debemos conservar y mejorar lo que nos queda para los que vendrán.

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