Una mujer sin voz de gato

Desmontó la oscura cocina en la que preparó las comidas de su esposo y su familia durante más de dieciséis años en apenas un mes. Sin ningún tipo de pena ni de sentimentalismo. Fue, más bien, un acto de libertad. Una suerte de afirmación de la nueva mujer que, literalmente, estaba saliendo a la luz. La antigua Bertha Vargas pasaba las horas en aquella pequeña y sombría estancia, que apenas tenía ventilación pero sí mucho hollín, fruto de la enorme cantidad de madera que usaba para cocinar en su endeble hornilla, colocada sobre varias inestables piedras. Pero la de ahora, apenas entra en ella; solo lo indispensable. Esta mujer de 32 años de Huarccoy, comunidad situada en la provincia de Cotabambas, en la subcuenca Vilcabamba Media, tiene ahora una cocina mejorada, mucho menos contaminante, con la que ahorra tiempo y combustible. Además distribuye mucho mejor el día entre sus múltiples y nuevas actividades.

Bertha es madre de dos niñas, Lucy Jesmi, de 16 años y Suly Zaraí, de 6; trabaja su chacra principal de 3.000 metros cuadrados de forma agroecológica para abastecer su casa y para poder vender en el mercado sus excedentes; enseña a cinco familias más la mejor manera de aprovechar su tierra de una forma amigable con el medio ambiente y es Presidenta de la Federación Distrital de Mujeres de Cotabambas. Su vida dio un vuelco de 180 grados cuando, “engañada por una vecina” que le prometió que solo irían “a escuchar”, acudió a la Escuela de Promotores del Proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac”. Y se quedó.

Bertha está comprometida por defender los derechos de las mujeres campesinas.


“Tenía mucho miedo, pero me gustó. Aunque al principio no hablaba. Me temblaba la voz. Era como si tuviera el cerebro paralizado. Luego, poco a poco, según iba aprendiendo más cosas, fui siendo más valiente. Me enseñaron cómo cultivar mejor. Y cómo hacer mi propio compost y humus. Incluso fui a Arequipa a través de una pasantía y aprendí sobre viviendas saludables y cocinas mejoradas. Y decidí que así era como quería mi casa”, recuerda. El cambio en ella ya había comenzado. Y era imparable.


De cultivar papa, quinua y alverja para el autoconsumo “con mucho esfuerzo y poca recompensa”, Bertha pasó a plantar diferentes productos de forma asociada y rotativa, descubriendo, por ejemplo, que plantar papa suavizaba la tierra y la preparaba para sembrar luego otros productos como la acelga y la zanahoria. También comenzó a elaborar su propio abono orgánico con los deshechos de sus animales y supo que el biol hecho con agua de tarwi y con agua de rocoto era ideal para matar las plagas de gusanos; o que la cáscara de los huevos aumentaba el calcio de sus tierras.

De cultivar para el autoconsumo, Bertha pasó a sembrar de forma asociada y así obtener más provecho de su parcela.

También plantó árboles frutales, levantó un galpón de cuyes del que se encarga su esposo, Fidel Ventura (hasta hace poco obrero de la construcción); hizo un relleno sanitario en una zona apartada (“ya no botamos la basura así nomás”) y cambió su cocina tradicional por una nueva, convirtiendo su hogar en la vivienda saludable con la que soñó durante su viaje a Arequipa. “El Proyecto me ayudó a perder el miedo y me enseñó a amar una chacra que nunca me gustó sembrar. Así era yo. Prefería ir al mercado a comprar mis frutas y hortalizas. Pero ahora soy otra. Voy al mercado, pero a vender mis excedentes. Y ya tengo para la propina de mis hijos. Así, ahorro dinero y la chacra no se empobrece”, cuenta sin poder ocultar la emoción por sus logros.


Bertha comparte todo lo aprendido con cinco familias de su comunidad. Es promotora del Proyecto MST-Apurímac y sabe que cuanta más gente sepa manejar la tierra de forma adecuada habrá mayor prosperidad para todos. También es consciente de que dar el ejemplo es primordial.

Bertha no se quedó con todo lo aprendido: traslada sus conocimientos a personas de su comunidad para que, al igual que ella, tengan una oportunidad de desarrollo.

Por eso, animada por su hija mayor, en septiembre de 2012 rompió una nueva barrera en su vida y se animó a viajar hasta Lima para participar en la feria gastronómica de MISTURA. Fue una de las experiencias más intensas de su vida. “Ahí me di cuenta de la importancia de cultivar sin químicos. ¡La papa nativa la compraban a 5 soles el kilo y el maíz para canchita a 8 soles el kilo! Allá valoran la calidad de los productos. Ya les conté a todos mis compañeros”, dice. Y añade que le gustaría ir cada año.


Fidel sonríe. Está orgulloso de todo lo que hace su esposa y le gusta el cambio que ella ha experimentado desde que es promotora. Ahora la ve mucho más segura de sí misma. Más decidida. Y lo cierto es que su chacra es un ejemplo para la comunidad y la economía familiar ha mejorado. Él también, inevitablemente, se ha transformado. Ya no consume alcohol y se encarga con verdadera dedicación del cuidado de unos cuyes que son su vida. Tampoco ve con malos ojos (ya no) que su mujer vaya a la Escuela de Promotores ni a las pasantías. Y se queda con gusto al cuidado de sus hijas cuando ella tiene que ausentarse. Todos colaboran con el sustento del hogar. Lucy Jesmi y Suly Zaraí también. “Pero sin faltar a sus clases. Hay horas de colegio y horas de chacra”, explica el orgulloso padre.

El gran cambio de Bertha no llegó solo. También Fidel, su esposo, decidió ponerle fin a los errores del pasado y embarcarse en un proyecto que les ha dejado muchas alegrías y satisfacciones.

La vida de Bertha está encaminada. Y sigue avanzando. Sin límites. Ya no tiene miedo. Y lo grita a los cuatro vientos. Tiene su huerta, sus animales, su casa y una linda familia. Por eso sueña con que otras mujeres cambien como ella lo ha hecho. Aún se confiesa sorprendida, pero segura, por su nuevo papel como lideresa de la Federación Distrital de Mujeres de Cotabambas, una organización que defiende los derechos de campesinas como ella en un mundo “aún terriblemente machista”.

Es la nueva Bertha. La que ya nunca más se esconderá entre los fogones de su cocina. “Se acabaron el alcoholismo y los malos tratos. Sabemos bien nuestros derechos. Se acabó hablar con voz de gato. Ahora hablamos con voz de comando”, concluye. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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