Las casas inteligentes de los Andes

A las cuatro de la mañana de todos los días, la señora Máxima Vilca sale de su cuarto y se dirige a preparar el desayuno de su familia. Lo primero que hace es caminar hacia una habitación contigua que es la cocina, toma una olla, y se dirige a través del patio hacia una tercera habitación para abrir el caño y sacar algo de agua caliente, en ocasiones casi hirviendo, que le facilitará las cosas. Tan solo en ese trayecto, tan sencillo como el que cualquiera haría en su casa, hay en realidad un proceso que representa un cambio de vida. Estamos a más de 3.800 metros sobre el nivel del mar, en una casa donde hasta hace dos años casi la mitad de sus ambientes no existían. Tampoco la idea de que se podía vivir con algunas comodidades básicas.

La señora Máxima tenía una de las viviendas más humildes de Santiago de Quero, una comunidad ubicada en la región Junín, en una zona de economía frágil, que se precia de contar con varias ruinas de las culturas precolombinas y que vive de los pastos naturales altoandinos que alimentan el ganado. Es una casa ubicada casi en la periferia del pueblo, lejos del acceso directo a ciertos servicios, como el agua potable. Pocos se sorprendieron cuando en el 2013 fue seleccionada para participar en el proyecto “Mejoramiento Sostenible de las Condiciones de Salubridad de las Familias Rurales en los Distritos de Yanacancha y San José de Quero de la Sub Cuenca del Río Cunas”, impulsado por el Centro Ecuménico de Promoción y Acción Social (CEDEPAS) con ayuda internacional.

Las casas intervenidas fueron adaptadas con cámaras calientes, que permiten mantener una temperatura estable por la noche gracias al calor capturado en el día.

La idea del proyecto era convertir la casa de la señora Máxima en una vivienda saludable. No solo se planeaba corregir los problemas de infraestructura, que nunca faltan, sino brindar las instalaciones adecuadas para su participación activa en una nueva rutina doméstica.

El cambio puede verse esta mañana, en que la señora Máxima prende la luz de la cocina para atender a su familia. La menor de sus hijas se sienta en una banca de madera para esperar el desayuno mientras su esposo pone la mesa. Como cualquier ama de casa, Máxima prende la hornilla y poco después servirá el primer plato en base a granos andinos. Hasta antes del programa, la casa presentaba algunas diferencias esenciales: el ambiente de cocina, por ejemplo, carecía de energía eléctrica y en vez de la hornilla con chimenea que luce hoy, lo que tenía era una fogata en el suelo.

“El humo llenaba el cuarto y hacía que nos enfermemos”, dice Máxima con una expresión de alivio.

Otra diferencia esencial está en que ahora dispone de agua potable, gracias a unas tuberías que vienen de un río cercano. El esposo de Máxima, Juan Fernández Quiroz, hizo los trabajos como parte de un compromiso familiar para participar del cambio. También construyó una nueva habitación que sería el baño, con ducha de dos llaves y un lavatorio también de dos llaves. Era el requisito para recibir el que quizás sea el objeto de transformación más importante: una terma que funciona con energía solar.

“Ni en sueños pensé recibir este apoyo”, dice la señora Máxima.

Antes, para el aseo personal había que calentar agua en el fogón y bañarse en el patio, lo cual exponía a los miembros de la familia a sufrir alguna descompensación. En especial si se considera que en la zona la temperatura oscila entre los 11 °C y los 4 °C, con frecuentes heladas y granizadas. Ahora es posible que se bañen a cualquier hora del día o de la noche. El sistema funciona tan bien que en ocasiones la señora Máxima saca agua caliente para ayudarse a cocinar más rápido.

Ambos espacios, cocina y baño, han generado cambios en los hábitos familiares. Los técnicos de Cedepas asesoraron a la señora Máxima sobre cómo dar mantenimiento y sacarle partido a las mejoras con el propósito de tener una vivienda saludable. El tercer componente de este proyecto apuntaba directamente a la alimentación: se le ayudó a construir un huerto ecológico en el que cultivara diversas verduras y hierbas de la manera más natural posible. El único abono es el compost que se hace con la bosta de las vacas. El resultado es como tener una despensa adicional en casa.


El huerto es un espacio de unos quince metros de largo por cinco de ancho, con paredes de un material hecho de barro con fibras naturales, más resistente que el adobe. El techo es una estructura triangular de troncos de madera, que soportan una cubierta semitransparente. Se trata de un fitotoldo, cuya función es capturar y retener el calor que se acumula con el imponente sol andino de la mañana. El ambiente está diseñado para regular la temperatura a la manera de un granero, con dos ventanas que facilitan el ingreso de aire fresco en caso de que el calor se intensifique demasiado.

La señora Digna Taipe ha aprendido a manejar ese espacio con destreza y enseña a sus hijos a mantener el huerto, como parte de las tareas domésticas en que deben colaborar. El ambiente es cálido y la tierra tiene un aspecto fértil, oscuro y húmedo. Hasta esta zona llega una tubería que conecta con un reservorio en las alturas. Una vez aquí, la tubería sirve para aplicar riego por goteo, según un sistema aplicado con la asesoría de los técnicos de Cedepas.

La señora Taipe también recibió una terma solar como parte del proyecto. Es lo primero que resalta a medida que uno se acerca a su casa, una solitaria construcción ubicada en lo alto de una colina, en la parte más elevada del centro poblado Accocancha, provincia de Chupaca. La vivienda es incluso un poco más humilde que la anterior, aunque también luce ahora las mejoras del programa: un cuarto de baño de material noble, con ducha y lavatorio donados por el programa e instalados por su esposo.

El sistema es sencillo: las piedras negras acumulan el calor solar y luego hacen circular el aire por agujeros en la habitación contigua.

“Antes tenía que lavar en las tardes o aguantar el frío de las mañanas”, dice para explicar uno de los beneficios que le ha traído la refacción de la vivienda. El baño sirve para el aseo personal, pero también para el lavado de ropa a cualquier hora, con agua caliente y en un espacio protegido de la intemperie.

A esta hora del día, la señora Taipe cuida una decena de vacas que pastan en un terreno colindante. El único de sus tres hijos que la acompaña es John Kennedy, un habilidoso niño que bien se encarga a veces de las vacas o del cultivo del huerto, según lo que ha aprendido en el huerto similar que hay en la escuela. Las clases están enfocadas en las necesidades locales, de modo que el pequeño está acostumbrado a cuidar de la beterraga, el tomate, el huacatay, la lechuga o la planta de rocoto que empieza a florecer bajo el fitotoldo.

Ahora todos son ingredientes de la dieta saludable de la familia. “Todos los días les preparo ensalada”, refiere la señora Taipe con la tranquilidad de quien tiene un soporte alimenticio envidiable. Otro de los platos favoritos de la casa es el picante de acelga, que cocina al menos dos veces a la semana. No es raro que el cultivo también le sirva como una fuente de ingresos: algunos vecinos llegan para comprarle hierbas o verduras que no se encuentran en el mercado. Los chicos a veces se encargan de la venta y reciben una propina por el trabajo.

El proyecto de mejoramiento sostenible incluyó un tercer arreglo que repercute en la calidad de vida de los beneficiarios: la cámara caliente.


La mejor adaptación es la que utiliza el ingenio y causa menos impacto al ambiente. La cámara caliente es una cabina hecha de una estructura de madera cubierta con fitotoldo, como los huertos. En el interior tiene el piso tapado con piedras negras, que permiten almacenar mejor el calor. La cámara está colocada al lado de la habitación que se quiere calentar: el calor pasa a la habitación por unos agujeros en la parte baja de la pared y el aire frío sale por tres agujeros similares en la parte alta. Es un mecanismo casero que permite aprovechar las leyes de la termodinámica. “Eso mantiene caliente el dormitorio de mis hijos por las noches”, explica la señora Taipe. Hay que experimentar el frío de estas alturas para comprender la diferencia que este recurso puede suponer para la vida cotidiana.

En los huertos caseros ahora se pueden sembrar diversos productos que mejoran la dieta de las personas beneficiadas del programa.

El mismo beneficio recibió la señora Norma Guerra, cuya casa demuestra el potencial del proyecto. Está perfectamente organizada como una vivienda saludable. Donde antes había un cuarto cerrado con un fogón en el piso, ahora hay una simpática cocina iluminada a través de un tragaluz. En uno de los rincones hay una cocina levantada con material noble, y en otro un refrigerador ecológico, que consiste en una torre de canastillas en cuya parte inferior hay una batea con agua. Según sabe ahora, con ese recurso ella puede mantener frescas las frutas y verduras por varios días.

El orden de la casa es impecable. En una pared, cerca de la entrada, hay una cartulina con un horario de tareas domésticas repartidas con su esposo y sus hijos. “Aquí todo lo hacemos en igualdad de condiciones”, comenta. En la parte trasera hay un sector para el reciclaje de la basura por tipos de materiales. El jardín es como una colina interna en cuya parte superior está el infaltable biohuerto. Hacia la izquierda, en orden correlativo, hay una zona para cultivar lombrices que servirán para preparar humus, luego una zona de herramientas, un criadero de cuyes, un almacén de leña, y las habitaciones.

El eje central del cambio han sido las termas solares, que incluso permiten tener agua hirviendo para el desayuno y bañarse a cualquier hora del día.

La señora Guerra ha construido o adaptado cada sector con la idea de un conjunto, un pequeño sistema ecológico que funciona como un reloj. Todas las zonas están señalizadas, como si estuvieran hechas para que un visitante se ubique con facilidad. De hecho, esta vivienda suele ser visitada por otros grupos de potenciales beneficiarios en una especie de pasantía para conocer las posibilidades que ofrece participar en el proyecto. También la suelen visitar miembros de instituciones cooperantes, académicos y autoridades en busca de ideas. La señora Guerra ha participado en varios eventos sobre experiencias ecológicas exitosas. “Me falta mucho por hacer”, refiere.

Las tres experiencias se enmarcan en un proceso que duró un año y medio –entre 2013 y 2014– y benefició a 15 familias de San José de Quero y a 16 de Yanacancha. El compromiso de la comunidad ha sido notable: seis de esos casos fueron patrocinados por la Municipalidad de Yanacancha, cuyo alcalde aprobó un par de ordenanzas que declaran de interés público los proyectos de viviendas saludables. Todo hace indicar que los beneficios se mantendrán por buen tiempo: estas personas han conocido que vivir bien es posible. ■


Crónica escrita por David Hidalgo –con fotografías de Omar Lucas– que forma parte del libro Una misma mirada a partir de muchas voces. Fue publicada por el MINAM y el MIMP en julio del 2017.

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Redaccion Apacheta

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