Intolerancia a la sequía

El paisaje que se despliega ante nosotros es una verdadera locura geográfica que concatena, sin prisa pero sin pausa, escarpados abismos e interminables valles; altas cumbres y retorcidos cañones. Apurímac, tal como la definió el sabio Antonio Raimondi, es “un papel arrugado en donde el tiempo se detuvo hace siglos”.

Y tenía razón, porque en su territorio no hay nada plano, salvo algunas punas envueltas en vientos que campan a sus anchas. La quebrada más baja está situada a 1.700 metros sobre el nivel del mar y el techo regional tiene como dueño al Ampay, de 5.330 metros. Precisamente, de nevados como éste, manan riachuelos que ladera abajo forman lagos y torrentosos ríos como el Apurímac, el Pachachaca o el Pampas. Tal y como escribió otro ilustre hijo de la región, José María Arguedas, Apurímac está moldeada por imponentes ríos profundos.

Estos accidentes geográficos, alimento para los ojos, sin embargo, representan un gran reto para sus estoicos pobladores andinos porque, en la actualidad, esta región del sur del país es la más amenazada por la desertificación. ¿Desertificación? ¿En Apurímac? Sí, en Apurímac. Cuando se piensa en desertificación en el Perú las imágenes que acuden a la memoria son postales de la extensa franja costera, sin embargo, es en los andes del sur donde ésta tiene una mayor incidencia.

La definición de desertificación no deja lugar a dudas: acción de transformar en desierto amplias extensiones de tierras fértiles. Es un proceso de degradación del medio físico y biológico por el cual tierras económicamente activas de los ecosistemas áridos, semiáridos y subhúmedos pierden su capacidad de revivir o de regenerarse a sí mismas. Está asociado a la pérdida general de productividad del ecosistema afectado, impactando a las actividades humanas, limitando la capacidad de sustentación, reduciendo las fuentes de ingreso y deteriorando la calidad de vida de una población que podría llegar a sufrir una falta de seguridad alimentaria. Y Apurímac definitivamente la padece.


Aunque las causas son variadas, todas las miradas apuntan a un mismo culpable: nosotros que, a través de nocivas actividades, estamos poniendo en peligro una buena parte de nuestro hábitat. La lista de malas prácticas es extensa: el cultivo en suelos frágiles o expuestos a la erosión, la reducción del tiempo del barbecho de las tierras cultivadas, la carencia de fertilizantes orgánicos, el sobrepastoreo, la deforestación de bosques maderables, la quema de bosques y vegetación, o las técnicas de cultivo que destruyen la estructura del suelo.

El Perú es el tercer país en América del Sur con mayor extensión de tierras secas.

En todo el mundo, 3,6 millones de hectáreas de tierra están afectadas por la desertificación, lo cual representa el 25% de la superficie terrestre. América Latina contribuye no muy orgullosamente a esta media, lo cual significa que la desertificación afecta a un área donde subsisten cerca de 125 millones de personas. En el plano nacional, y según el Mapa de Zonas Áridas, el 25,53% del territorio, donde se concentra la mayor parte de la actividad agropecuaria, industrial y minera, son tierras secas. El estrés hídrico está garantizado.

Dentro del Perú la región Apurímac se caracteriza por sus altos niveles de degradación de la tierra. Cuarenta y cuatro de sus ochenta distritos presenta una alta vulnerabilidad frente a los eventos extremos producidos por el cambio climático; y 36, una vulnerabilidad media. En Cotabambas y Grau, provincias donde opera el MST-Apurímac, el 92% del suelo es considerado de alto riesgo, es decir, altamente vulnerable a la erosión y la desertificación. La sequía, que en las últimas décadas se presenta de un modo más agresivo, está causando grandes pérdidas a los pequeños productores, que viven en alejadas comunidades campesinas y se dedican principalmente al minifundio.



Antes los agricultores planificaban el ciclo agrícola en función de las lluvias que comenzaban en septiembre y podían prolongarse hasta la quincena de abril; una media anual de 800 mm por metro cuadrado que se distribuía equitativamente a lo largo de seis o siete meses. Las lluvias apoyaban la formación del fruto, y su ausencia, a partir de marzo, ayudaba a su madurez. Todo eso ha cambiado y ahora, con la concentración de precipitaciones en apenas cuatro meses, se produce una excesiva escorrentía que provoca el lavado de la tierra, arrastrando las capas del suelo, dejando la roca en carne viva, imposibilitando su cultivo y generando una preocupante inseguridad alimentaria.

En la fase de erosión el problema aún puede revertirse, pero cuando la degradación del suelo avanza y cruza la línea que la separa de la desertificación, es prácticamente imposible su recuperación. Conscientes de esta amenaza, el Proyecto MST-Apurímac, a través de capacitaciones y pasantías, está comenzando a educar a los pequeños productores en labores de prevención y conservación de sus suelos en lo que denominan “prácticas combinadas” un conjunto de conocimientos que combinan los saberes ancestrales y los nuevos sistemas de producción para disminuir la presión sobre el poco terreno productivo de la región.

Los mandamientos de este particular credo ecologista recomiendan, por ejemplo, la recuperación de los andenes tradicionales a partir de su manejo, la mejora de terrazas denominadas “de formación lenta”, el manejo agroecológico de los predios, las zanjas de infiltración o la implementación sistemática de la rotación de cultivos en los laymes comunitarios. Desde 2010 los técnicos del Proyecto se han convertido en entusiastas evangelizadores en estas prácticas ecoeficientes y, manual en mano, recorren las subcuencas media y alta del río Vilcabamba y la subcuenca media del río Santo Tomás impartiendo su doctrina. Hasta el momento 5.151 pobladores, 257 líderes comunales, 114 funcionarios y 97 autoridades han participado en eventos organizados por el MST-Apurímac en los que se han tratado, entre otros temas, el manejo de recursos naturales y mejores prácticas. El objetivo es que este discurso no caiga en tierra infértil y no terminen, literalmente, predicando en el desierto. ■


Crónica escrita por Xabier Díaz de Cerio –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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