El último escultor wari en el valle de las maquetas

Los libros de historia señalan que el imperio wari se desarrolló a partir del siglo VIII, que sus habitantes fueron guerreros y conquistadores, y que para alimentarse tuvieron que sacar el máximo rendimiento a unas montañas difíciles y hostiles. Hacia el año 1200, debido con toda probabilidad a fuertes y continuas sequías, los wari empezaron a desaparecer de los Andes Centrales.

Sin embargo, su cultura supo sobrevivir al paso de las cosechas y después de ocho siglos, los campesinos del aislado valle de Sondondo –que comprende los distritos de Carmen Salcedo, Cabana Sur y Chipao, en el sur de Ayacucho, y en donde vivieron sus antepasados wari– continúan sembrando en uno de los sistemas de andenerías más extensos y sofisticados del Perú.

Decenas de maquetas desperdigadas por su geografía dan cuenta de la magnitud de su legado. Talladas en ignimbrita, roca volcánica, blanda y porosa procedente del cercano apu tutelar Ccarhuarazo, son el vestigio más evidente del sofisticado conocimiento ancestral andino en el diseño del manejo de los cultivos y de las áreas de pastoreo.

Hay maquetas de todos los tamaños, aunque la más grande es la encontrada en el sector de Luichumarca: un extenso plano pétreo de 20 por 30 metros en cuyo bajorrelieve, a modo de preciso guion agrícola, están representadas pequeñas lagunas y canales que irrigan un complejo sistema de andenes y terrazas de cultivo en miniatura.

–Yo soy el único heredero de esta tradición –asegura Julián Cuaresma Llamocca, mientras apoya el pico con el que trabaja en su última creación y toma un descanso.

Julián, ‘el curioso’, como lo llaman en la comunidad cercana a Mayobamba, tiene unos cincuenta y tantos años, y es escultor y campesino, siempre en este orden. Aprendió a tallar las piedras observando cómo lo hacía su padre, Crisobno, quien a su vez aprendió con don Librato: una cadena de padres e hijos que ha trascendido las generaciones.

–Cuando era niño recorría con mis hermanos las escarpadas laderas de Chamanayoc buscando, en las rocas talladas por los ‘abuelitos’, los modelos para hacer nuestras maquetas –dice Julián, quien vive a 3500 metros de altura, en una suerte de fortaleza megalítica alejada del pueblo, que comenzó a modelar don Librato y que él mismo ha ampliado en las últimas décadas.

Mientras que una pequeña gruta hace las veces de cocina, el dormitorio, a escasos cincuenta metros, es quizá el último recinto del valle que aún mantiene el patrón de construcción ancestral local. Sus pequeñas y coquetas chacras, trabajadas al abrigo de las grandes rocas, se descuelgan en andenes ordenados. Todo el predio está presidido por un trono de piedra donde Julián se sienta cada atardecer a tocar la quena y a disfrutar del vuelo de los cóndores, justo después de trabajar en sus maquetas y deshierbar las chacras.

–Yo no paso hambre –comenta Julián, mientras muestra todo su sistema de autoproducción–. Aquí crecen mis habitas. Por allá tengo varios tipos de papas y, al fondo, tunas y maracuyás. Arriba de la ladera pastan mis vaquitas.

–Julián… ¿Y usted por qué hace maquetas?

–Si no hago las maquetas, ¿cómo podría organizar todos los productos en mis andenes? –responde, como si contestara una obviedad. ■


Un texto elaborado por Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Enrique Castro-Mendívil, forma parte del proyecto Paisaje Cultural de la Humanidad Valle del Sondondo, producido por el PRODERN y la Cooperación Belga en colaboración con el Ministerio del Ambiente y el Ministerio de Cultura en 2014.

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Redaccion Apacheta

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