El futuro del cambio

Si se observa el apu Saywa desde el cielo, se diría que alguien le ha hecho un corte oblicuo a este enorme cerro y se ha llevado una parte. En esa pendiente imposible, agarrada a esa ladera conocida como el Calvario, se encuentra la pequeña comunidad de Vito. El paisaje está erosionado, apenas hay una plantación de eucaliptos sobre el centro poblado. Es Apurímac, la microcuenca Mollebamba.

Vistas desde lo alto, del más de un centenar de casas, solo una docena conserva el techo tradicional de ichu. El resto son de calamina, azulada por la luz de la primera hora de la mañana. Solo hay tres construcciones con una cubierta de otro color, rojo. Una de ellas, la más grande, está en la plaza de Armas. Es la Institución Educativa 54264 de Vito.

—¡Bienvenidos! —dice Carlos Sánchez. Tiene 35 años. Es uno de los cinco profesores junto a Mercedes, Fidelia, Modesta y Alzira. Además, es el director desde el año 2010.

Suena el timbre. Los cuarenta y ochos alumnos salen rápido de sus aulas, bajan la escalera hasta un patio que hay junto a la entrada, y se disponen en varias filas. Visten uniforme: falda de cuadros las niñas, pantalones grises los niños; chaleco azul marino con el escudo del colegio y camisa azul claro, todos.

Un niño canta. Dos niñas cantan. Dos niños recitan un poema: “¡Oh medio ambiente!/ Te recordamos/ con cariño/ tus hijos”, dice uno. “¡Oh naturaleza!/ No te contaminaremos”, replica el otro. No es un poema elegido al azar: es su manera de dar la bienvenida al equipo del Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú, que les visita.

La escuela de Vito es singular: ocupó el primer lugar en los dos concursos Pachamamapi Sumaq Kawsay (Vivimos felices en la Madre Tierra), que se organizaron en 2011 y 2012, con el apoyo de las autoridades locales y educativas. En estas competiciones participaron doce instituciones educativas pertenecientes a esta microcuenca apurimeña: cinco de inicial, otras cinco de primaria, y dos de secundaria.

Reducir, reciclar, reutilizar. La profesora Fidelia Sánchez en su clase sobre medio ambiente.

“Buscábamos trabajar el tema de cambio climático donde se forma a los nuevos ciudadanos y ciudadanas”, explica Jaime Pérez, coordinador regional del PACC en Apurímac. “Nos parecía necesario informarles, sensibilizarles y prepararles. Son ellos los que sufrirán las mayores consecuencias del cambio climático”.

La conciencia medioambiental en esta institución comienza en su entrada. Ahí mismo Apuri Sánchez, de ocho años, muestra dos dibujos realizados en grandes papeles, fjados en un panel con forma de árbol. Uno retrata la escuela antes del primer concurso: gris, sin áreas verdes. “Era fea. Los alumnos no teníamos ganas de estudiar”, cuenta Apuri. Carlos Sánchez, además de director, es su padre, y piensa igual: “Cuando escuché hablar de este programa, les pedí que nos apoyaran para enverdecer nuestra escuela, y así mejorar el nivel académico. En un ambiente donde no había una planta, los niños y los docentes, todos, estábamos desmotivados”.

El segundo dibujo enseña cómo es ahora: puro color. Solo hay que recorrerla de la mano de los niños. Leydy Llaccta, de nueve años, es la encargada de presentar los maceteros: “Los hacemos con baldes de pintura que no sirven”. Ahora tienen geranios, sunchu, oreja de ratón, y claveles rojos. “Hemos pintado los maceteros. ¡Muchos maceteros!”, cuenta la pequeña Araceli Castañeda, de siete años. Alguno lleva escrito un “Respétame”. “Respetan las plantas que hay dentro de la institución y las de afuera también. Es parte de ellos, ellos mismos las trabajan”.

Lo dice Alcira Zela, de 30 años. Es la profesora de computación, esposa del director Carlos Sánchez, y madre de Apuri y de Nieves, de tres años, que aún está en el jardín. Alcira es de Vito —su esposo es de Lambrana, Abancay—; ella misma estudió en la escuela de la comunidad. Del antiguo centro solo queda un enorme ciprés.

Familia comprometida con el medio ambiente. Carlos (director), Alcira (profesora de computación) y Apuri (alumno) hacen que los mensajes ecologistas trasciendan las paredes donde están expuestos y se conviertan en una realidad.

La nueva institución tiene forma de u, con un patio central en dos niveles. Está pintada en guinda y yema, y en casi todas sus paredes hay murales hechos por los niños, con lemas como “Somos una familia ecológica” o “Queremos vivir toda la vida”.

Arriba, en el segundo nivel, está la estrella de la escuela: el biohuerto. Silvano Yucra, de once años, explica la preparación del almácigo: “Hemos traído guano para que crezcan mejor, y hemos sembrado zanahorias, lechugas, beterragas, espinacas, rabanitos”. Su hermano Cliberht, un año mayor, es el brigadier general del medio ambiente. Le han elegido sus compañeros. Todos se encargan de plantar, de regar. Pero él debe “hacer respetar todas las plantas, cuidar que los otros niños no les hagan daño”. Eso vale también para el área verde que hay en la parte trasera del centro. “Aquí, cuando tenemos nuestro recreo, nos echamos y descansamos”, dice John Meneses, de nueve años.

Junto a ese rectángulo de pasto, está el huerto de las plantas medicinales. Allende Guerrero, de nueve años, es el experto en ruda, Santa María, ajenjo y toronjil: “Esta hierba sirve para el dolor de barriga y de cabeza. Es buena para curar a los borrachitos. Se la dan en mate y dejan de tomar”.


Fidelia Sánchez tiene 26 años, y es la profesora de tercer y cuarto grado de primaria. Como Carlos, el director, procede de Lambrana. Tiene quince alumnos, de ocho y nueve años. Les dice:
—En la clase de hoy vamos a hablar de cómo utilizamos los materiales que están contaminando nuestro medio…
—…¡Ambiente! —completan los niños a una sola voz.
—¿Cuáles son esos materiales que están botados en la calle? —les pregunta Fidelia.
—¡Botellas! —dice uno.
—¡Latas! —grita otro.
—¡Bolsas de galletas! —suelta un tercero.
—¿Y cómo los podemos utilizar? —plantea Fidelia.
—¡Como portalápices!
—¡Portacepillos!
—Al momento en que nosotros utilicemos los materiales que están botados en la calle, como hacemos en nuestra aula, ¿qué estamos haciendo?
—¡Reducir!
—¡Reciclar!
—¡Reutilizar!

Las tres erres. Esa es la clave, les explica Fidelia.

En la escuela de Vito lo que se haga con los residuos es tan importante, que tienen su propio brigadier de reciclaje. Se llama Julio Llaccta. Tiene el cerquillo recortado a la perfección, formando un arco sobre su frente, y el pico derecho del cuello de su camisa levantado. Este año ha cumplido 12 años. “Cuando veo a mis compañeros botando las basuras, yo les digo que no las boten”. No se trata solo de evitar que se tiren, también de dar una nueva vida a los desperdicios: “Hay que reutilizar”, insiste Julio. Aquí tienen buenas ideas de cómo hacerlo. Él mismo muestra dos sencillos ejemplos. Uno: “Esta lata de atún la hemos forrado con papel y la usamos para guardar nuestro borrador y nuestro tajador”. Dos: “Nuestra lata de leche, que viene de Qali Warma, no la botamos. La forramos y la usamos para guardar nuestras pinturas, nuestros lapiceros, nuestra regla”.

En la siguiente aula, Bruno Llaccta, de 10 años, hermano del brigadier Julio, propone —en nombre de sus compañeras y compañeros—: que las botellas de plástico pequeñas se conviertan en portacepillos para guardar los que utilizan en su higiene dental. Que las botellas de plástico grandes, cortadas por la mitad, sean portaplumones. Que las tapas de las botellas, pequeñas y grandes, sirvan para fabricar un ábaco. Y que una lata, rellenada con tierra, sumada a un alambre, un CD, y la parte superior de una botella, se transforme en una flor decorativa. En la última aula Apuri, muestra un botiquín hecho con una caja de cartón abandonada; y Allende, el guardián de las hierbas medicinales, enseña cómo se pueden escribir los lemas que decoran las paredes —por ejemplo, “Cuidemos nuestro planeta”— pegando semillas de eucalipto o de cola de caballo.

Los mensajes positivos que se construyen en esta institución educativa no se quedan entre sus paredes. Una de las estancias, la misma que sirve de comedor para los profesores, es la sede de la emisora, la Radio de Vito, en realidad un simple micrófono conectado a dos parlantes. Todas las tardes, varios alumnos se dirigen no solo a sus compañeros; también a los habitantes de la comunidad. “Yo hablo sobre el medio ambiente”, cuenta Cliberht, el brigadier general. Les dice: “Que no hay que contaminar, porque el clima esta cayendo más fuerte. Que hay que cuidar todo lo verde.” Y Julio, el brigadier del reciclaje: “Que no hay que botar basuras, no hay que estar contaminando”.

Fidelia Sánchez, la docente, es optimista: “Veo a los alumnos que ya han salido de esta escuela y tienen ese concepto del medio ambiente, y transmiten esos hábitos. Son conscientes de la naturaleza. Todo lo que ha se ha hecho es fructífero”.

Jaime Pérez, del PACC, asiente: “Todas las instituciones educativas mostraron buenos avances; pero en Vito los profesores lograron introducir los temas de educación ambiental y de cambio climático, y consiguieron otra actitud en los alumnos y alumnas”.

Carlos Sánchez, el director confirma: “En 2010 los niños eran más tímidos. Ahora son más sueltos, más libres. Son espontáneos. Explican el trabajo que han hecho en el biohuerto. Y les gusta. ¿Si ha habido un cambio? Sí, su autoestima”. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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