Conectando con la naturaleza

La comunidad asháninka de Oviri está ubicada a un lado del río Tambo, en medio de la selva de Junín. Está dividida en cuadras, sus pistas solo para peatones son de arena fina y suave, y hay tachos en cada esquina. La plaza central es un jardín cuadrado de cien metros por lado, palmeras alrededor y caminos que te llevan al centro. En medio de ella hay un asta para colocar la bandera de Perú y bancas blancas de madera en las que no te puedes quedar descansando mucho tiempo porque puedes sufrir unas cuantas picaduras de hormigas. La gente es muy amable. Hay ciento treinta familias que suman alrededor de cuatrocientas personas. Al comienzo se pueden sorprender que algún forastero esté visitándolos en un lugar donde muy poca gente llega. Las casas en su mayoría están hechas de caña brava, carrizo y bolaina, con una base de cemento. Los únicos lujos en un lugar donde no llega la señal de teléfono son algunas antenas de DirecTV. Los chicos usan camisetas de Messi y Ronaldo, y todos los días, a partir de las cinco de la tarde, cuando baja el calor, empieza el partido de futbol al que todos están invitados a participar. Al final del día una bañada en la quebrada Oviri se convierte en la mejor recompensa por soportar, durante cerca de ocho horas, temperaturas mayores a los treinta grados centígrados.

Atrás quedaron los tiempos en que estas comunidades eran engañadas por los taladores ilegales. Hoy reforestan con entusiasmo.

Oviri tiene una iniciativa muy especial. Nueve comunidades asháninkas del río Tambo están reforestando y aquí tienen uno de los tres viveros desde donde se reparten todos los plantones. Gracias a un convenio con Repsol, empresa petrolera que está trabajando en exploración en esta parte del centro del Perú, las comunidades de Tsoroja, Poyeni, Mayapo, Cheni, Anapate, Cushireni, Coriteni Tarso, Otica y Oviri, están reforestando caoba, tornillo, shihuahuaco, bolaina blanca y negra, capirona, requia, alcanfor y shiringa. ¿Y por qué lo hacen?


En medio de toda la violencia que vivieron décadas atrás en esta parte de la selva central, los asháninkas se sintieron abandonados. Casi todos los días desaparecían personas y nadie daba razón. Según Ruth Buendía, la premiada y reconocida líder indígena, desaparecieron más de seis mil, el diez por ciento de la población al inicio de toda la guerra en 1986. No había escuelas y pensar en una posta médica o un doctor era muy complicado. Entonces los pobladores tenían que elegir entre vender una caoba de cincuenta años por doscientos soles o esperar que la ayuda apareciera. El resultado lo podemos intuir. El bosque fue desapareciendo junto con los animales.

Desde hace más de dos décadas, los bosques que rodean el río Tambo fueron perdiendo vigor. Antes era fácil encontrarse con sachavacas, venados, sajinos y otorongos dando vueltas alrededor de árboles del tamaño de edificios de cuatro, cinco, seis pisos. Sin embargo, en el 2015 esas épocas se sienten lejanas. En los doce años que tiene Freddy Quinchocre Chacopiari como guardaparque de la Reserva Comunal Asháninka nunca se ha cruzado con un otorongo. “Cuando era niño me encontraba con los animales por todos lados y trepaba árboles altos. Me da pena que estas generaciones no sepan qué se siente estar en un bosque grande. Pero estamos a tiempo de cambiar y volver a como era antes”, cuenta con pena pero optimismo Quinchocre, uno de los siete guardianes de esta reserva. Pero no solo eso: hoy en día muchos jóvenes incluso no conocen especies maderables como la caoba, el cedro o el tornillo. Es decir, parte de la cultura asháninka se ha ido debilitando.

Adultos y jóvenes apuestan por el futuro y se han organizado para volver a poblar su bosque con especies nativas.

En el 2003 se creó la Reserva Comunal Asháninka con una extensión de 184,468.38 hectáreas que se reparten entre los departamentos de Junín y Cusco. Es una figura en la que el Estado, a través del Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas del Perú (SERNANP), se compromete a conservar un área en coordinación con las comunidades indígenas que se favorecen con ellas. En el Perú hay diez y una es la asháninka. “La idea en una reserva comunal es protegerla para continuar usando. Puedes aprovechar los recursos pero con planes de manejo. Normalmente solo está permitido usos ancestrales, como caza, pesca o recolección”, afirma Cecilia Cabello, Directora de Gestión de Áreas Naturales Protegidas.

Con el respaldo de la reserva, las veintidós comunidades nativas que colindan con ella, empezaron a cambiar poco a poco su forma de pensar. Se unieron para crear el Eco Asháninka, la institución representante y administradora de la reserva. “Al comienzo tuvimos que hacer mucha concientización. No confiaban en lo que se quería hacer. Tenían miedo de caer engañados como pasó con los madereros que se llevaron todo. Pero comprendieron que teníamos que proteger nuestro bosque, nuestra farmacia, nuestro mercado”, cuenta Quinchocre que se emociona cuando piensa en el futuro.


Hasta hace cuatro años no sentían el cambio en el comportamiento del clima, pero ahora los vientos son cada vez más fuertes y los árboles dejaron de ser la barrera natural ante los soplidos de la naturaleza. Los pocos indefensos que quedan terminan cediendo y aplastando casas y cultivos. Las lluvias llegan en cualquier momento sin un orden por temporada y el calor es tan intenso después de las nueve de la mañana que todos terminan refrescándose en el río o bajo una sombra, aplatanados y sofocados.

Los niños están aprendiendo de los errores de los antepasados, y los adultos les están enseñando a respetar lo que los rodea y a buscar el bien común para todos los asháninkas.

Conocimos el vivero de Oviri. Ahí había solo bolaina blanca y negra, y shiringa. Todo lo demás había sido repartido en los días anteriores. A todas las especies le sacan un provecho. A la shiringa le dicen caucho o jebe natural y debido a su alto valor en Madre de Dios y ayuda a su economía, declararon a este árbol como Producto Bandera de esa región. Según el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, en su manual “El cultivo de la shiringa en Madre de Dios – Perú”, una familia con seis hectáreas cultivadas y una productividad de mil trescientos kilos de jebe seco por hectárea al año, puede obtener un ingreso mensual aproximado de seis mil nuevos soles.

Algunos se llevan hasta cien plantones. “Tenemos que sembrar. No será para nosotros, sino para quienes vienen después. Por eso estamos reforestando, para poder recuperar lo que nuestros jefes antiguos han talado. ¿Qué esperamos nosotros? Recuperar el bosque para que nuestros hijos tengan semillas, solo eso”, afirma claramente Rogelio Quentiovía, responsable del vivero de Oviri.

En Oviri se encuentra uno de los tres viveros desde donde se reparten los plantones para las nueve comunidades asháninkas que están reforestando.

Los asháninkas es el pueblo indígena amazónico más grande del país. Según el Censo de Comunidades Indígenas de la Amazonía de 2007, se estima que hay un poco más de ochenta y ocho mil divididos en Junín, Ucayali, Pasco, Cusco, Huánuco y Ayacucho, representando casi el veintisiete por ciento de la población indígena nacional. A su vez, es uno de los pueblos que más ha sufrido en la historia moderna del Perú debido a los abusos que fueron víctimas durante las décadas del terrorismo. Según el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), diez mil fueron desplazados de sus territorios. Cinco mil estuvieron secuestrados. Se dice que hasta cuarenta comunidades desaparecieron. Todo aquel que vivió esa época, ha sentido de alguna manera la muerte. Un familiar, un amigo, alguien de su entorno no volvió más. Y a los hombres prácticamente los forzaban a estar armados.

Sacarle provecho al bosque sin depredarlo es la nueva mirada de las comunidades asháninkas.

Freddy Quinchocre tiene cuarenta y dos años y es de Mayapo, ubicado también en el río Tambo. Fue obligado a coger su primera arma en el ejército a los dieciséis. Nunca le gustó portar una metralleta ni tener que dispararla. Lo hizo un par de veces y espera no haber siquiera herido a alguien. Años después cambiaría de balas y se volvería un predicador del cuidado del planeta. Fue promotor de conservación entre las comunidades nativas y ha trabajado haciendo inventarios silvestres en distintos lugares alrededor del Tambo. Quiere convencer a más personas, en especial a los niños y jóvenes, que tienen que cuidar el bosque, que sin él, nada somos.

Si la noche llega y el cielo está despejado, prepárate para doblarte el cuello al intentar mirar las millones de estrellas que tendrás encima. La temperatura baja un poco, no hay mantas blancas ni hormigas que se te suban al cuerpo para morderte, y los sonidos de la selva te empiezan a hipnotizar hasta quedarte totalmente relajado. Hay que dormir temprano porque cuando tomas mucho masato, te levantas mucho más cansado. ■


Crónica escrita por Jack Lo –con fotografías de Enrique Cúneo– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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Redaccion Apacheta

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