Biohuertos en multicolor

El patio del IE José Antonio Encinas Franco de Vilcabamba (provincia de Grau) parece un arco iris. Múltiples chacras con lechugas, cebollas, papas y hierbas aromáticas crecen en su perímetro. Y todas están delimitadas con cercos coronados por decenas de flores de plástico pintadas de vivos colores. Los alumnos están orgullosos de ellas. La transformación del terreno baldío en un vergel es fruto de su trabajo. Y el resultado es espectacular. Tanto que en el último concurso organizado por el Proyecto Manejo Sostenible de la Tierra – MST Apurímac, en el que se valoró el desarrollo de los cultivos orgánicos en las instituciones educativas y la labor de reciclaje de sus estudiantes, ellos se erigieron ganadores, siendo elegidos entre los diseños de otras comunidades vecinas, como Mamara, San Antonio, Totora y Cassancca.

“Antes el terreno alrededor de la losa deportiva estaba abandonado. Pero eso cambió con la llegada del proyecto de los biohuertos, que desarrollamos gracias a la capacitación que recibimos en Abancay por los miembros de la Asociación Juvenil “Agroecólogos llamados a la Protección Ambiental”, de la Universidad Nacional Micaela Bastidas (UNAMBA). Ahora nuestra labor es compartir todo ese conocimiento con el resto de los alumnos del colegio; y es cada brigadier quien trabaja con su aula el tema ambiental con el fin de inculcar entre los compañeros el enfoque agroecológico”, explica Madalith Carbajal, de 15 años.

Gerald ha logrado introducir el tema del reciclaje entre los más pequeños, quienes elaboran flores y mariposas a base de botellas de plástico usadas.

Puntos para ser los vencedores no les faltaban. En apenas un año este colegio que se autodefine con orgullo como “Institución Ecológica y Ecoeficiente” pasó de tener cuatro parcelas cuidadas por tres secciones (3º, 4º y 5º de Educación Secundaria) a cultivar dieciséis biohuertos trabajados con esmero por todos los alumnos sin excepción. Y los frutos de los mismos, 100% orgánicos, alimentan a toda la comunidad, ya que si bien una parte de lo cosechado va directo al comedor escolar, otra se vende a la población, que se acerca hasta el colegio para comprar las mejores verduras y hortalizas. El dinero ganado, de momento, es revertido por cada sección en su parcela, pero se espera que en un futuro cercano las ganancias también se destinen a mejorar la infraestructura del colegio. El círculo se completa.

La labor es en equipo y enseña a los estudiantes a través del juego. El proyecto tiene a la cabeza a los profesores de Ciencia, Tecnología y Ambiente (CTA) y Educación para el Trabajo, que organizan a los estudiantes y estimulan su creatividad. Y asegura la sostenibilidad de la labor ambiental de una manera sencilla. Los más mayores, además de tener a su cargo parte de los biohuertos que abonan con el compost que ellos mismos elaboran en el colegio, tienen la responsabilidad de instruir a los más pequeños en el manejo de la tierra, por lo que visitan periódicamente sus aulas para enseñarles qué es lo que deben hacer. Y estos se encargan a su vez de manipular los envases no retornables de las bebidas y transformarlos en las coloridas flores y mariposas de plástico que decoran los cercos que delimitan las pequeñas chacras.

En sus ratos libres los estudiantes, didividos por salones, se encargan de cuidar la parcela de biohuerto que sus profesores les han asignado.

Material tienen de sobra. Los alumnos se encargan de traerlo de sus casas y juntarlo en la Caseta de Reciclaje construida por ellos dentro de las instalaciones del colegio. Y dos veces al año se hacen campañas de limpieza en la comunidad en la que participan todos. “Ahí es cuando más material recolectamos, sobre todo de los pasajes y las orillas del río. Luego separamos la basura y las botellas de plástico las vendemos a una empresa de Abancay, que viene a buscarlas. La última vez les entregamos casi 150 kilos de envases y con los 40 soles que recibimos a cambio preparamos una chocolatada navideña para los niños y niñas de Vilcabamba”, relata con orgullo Gerald Hurtado, de 15 años, uno de los responsables del punto de acopio.

Él conoce bien lo importante que es reutilizar y no botar los residuos orgánicos a cualquier parte. Y propone no comprar cada día botellas pequeñas de agua mineral, sino utilizar siempre las mismas y rellenarlas con agua del caño previamente hervida. “Consumimos demasiado y podríamos contaminar mucho menos. Tan solo hace falta tener fuerza de voluntad. Pero esa es la que aún falta. Ya estamos trabajando en eso”, concluye mientras reordena los sacos de estera que albergan los nuevos envases llegados al colegio. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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