Una alcancía con forma de alpaca

De pie junto a su moto, estacionado en la trocha que une Killcata con Totora-Oropesa, Víctor Andrés Surquislla mira el horizonte. El presidente de la comunidad tiene 38 años y los ojos puestos en el futuro; y sueña con una realidad distinta, donde las casas que ahora salpican las pampas altiplánicas por donde transita ya no formen parte del paisaje de forma aislada. “Nos hace falta juntarnos. Que todas las viviendas estén en el mismo lugar; así sí tendríamos servicio de luz y de agua”, comenta sonriente. Y comienza, casi sin pestañear, a desgranar el Proyecto que los pobladores de Killcata, reunidos en asamblea, están planeando desde hace meses.

El modelo a seguir es Huacullo, una ex comunidad campesina vecina, desde hace un tiempo calificado como centro poblado. “Ellos se titularon en el 2000, tan solo dos años antes que nosotros, y son más o menos el mismo número de comuneros…aunque son mucho más organizados, así que ya tienen su banco, su hotelito, su escuela de primaria y de secundaria. También están gestionando sus servicios básicos y reciben el apoyo de la empresa privada Consorcio Minero Horizonte y la Compañía Minera Ares”.


Víctor Andrés, presidente de la comunidad, acaba de pronunciar la palabra clave: organización. Sabe que es el principal instrumento del que disponen para fomentar su propio desarrollo sin perder identidad; porque Killcata quiere vivir mejor, pero no quiere dejar de lado la cría de una alpaca a la que veneran. “Es nuestro animal más querido. Nuestro ahorro. Siempre nos da algo: carne para comer, fibra para vender. En Lima habrá bancos, pero aquí tenemos alpacas”, sentencia. Adecuarse al nuevo escenario, eso sí, requiere de algunos cambios importantes. Físicos y mentales.

Organizarse implica no solo estar más cerca los unos de los otros, sino empezar a trabajar en equipo, con una visión común. La unión hace la fuerza. Y para alcanzar este objetivo conjunto es importante vencer la desconfianza que aún existe entre los vecinos, acostumbrados a vivir separados por grandes distancias que, además, deben salvar a pie. Por eso pueden pasar muchos días, incluso semanas, sin que se vean las caras.

Y es en este contexto que el Proyecto “Promoviendo el Manejo Sostenible de la Tierra en Apurímac” (MST-Apurímac) impulsa el fortalecimiento de las organizaciones y, en consecuencia, la celebración de las asambleas en Killcata, donde los comuneros se reúnen una vez al mes, son asesorados en temas legales y deciden, como el equipo que son, cuál será su siguiente jugada.

Tienen varias en mente. La primera de ellas ya la ha esbozado Víctor Andrés: convertirse en un centro poblado, confiando que de este modo podrán recibir el apoyo que necesitan del gobierno local y del regional, así como acceder a diferentes subvenciones provenientes de la cooperación internacional para crecer de forma sostenible. Esto implica una responsabilidad de los distintos actores en la zona de orientar esta decisión a partir de adecuada información y diálogo entre los mismos comuneros. La segunda idea es luchar de manera más intensa (aún) por sus alpacas.


Ya han dado el primer paso en este sentido. Las mujeres que trabajan en la Cooperativa Corazón Andino, en Totora-Oropesa, ya agregan valor a la fibra de sus animales tejiendo chalinas y chompas que luego venden. Pero Killcata no se queda ahí. Los comuneros también hablan de construir en su territorio un camal y un centro de acopio donde puedan reunir más volumen de vellón y comercializarlo a mejor precio. Una veintena de ellos, juntando sus ahorros, han constituido la Asociación Apuallpa, y han comprado seis machos reproductores de la raza huacaya para mejorar la calidad genética de sus alpacas y a la vez de la fibra. Solo tienen un problema. No saben en qué terreno ubicarlas. Espacio desde luego no les falta, pero no logran ponerse de acuerdo. Todavía no hay demasiada organización.

De nuevo el concepto llave. Ya se lo dijo a Víctor Andrés el entonces ministro de Comercio Exterior y Turismo, José Luis Silva, en un encuentro con productores, en Abancay, donde pudieron conversar sobre el bajo precio al que vendían la fibra. “Se quedó asombrado. Me dijo que eso no era vender, era regalar. Y añadió que ya estaban buscando nuevos mercados para nuestro producto, pero que para acceder a ellos era imprescindible que estuviéramos organizados”. La palabra retumba en la mente de Víctor Andrés. Sabe bien que el ministro tiene razón.


El sacrificio de todo un año de duro trabajo solo le proporciona un promedio de mil soles, y eso cuando la producción es buena. “Pero somos netamente alpaqueros. Igual que nuestros ancestros. Y no queremos dejar de serlo. Por eso buscamos alternativas para que los jóvenes no se vayan. Mis propios hijos no están abocados a esto. Solo quieren estar en Totora-Oropesa y ya ni siquiera quieren subir a la puna. Eso debe cambiar”, relata con tristeza mientras reafirma su disposición a continuar la lucha.

Cree que si mejoran las condiciones de vida en Killcata y logran vender su fibra con mejores precios (“como en Puno, en dólares” ) los jóvenes de la comunidad querrán quedarse y continuar con el negocio de las alpacas. “A mí me gustaría que al menos uno de mis cuatro hijos fuera profesional, que se convirtiera en ingeniero agrónomo y regresara luego a su tierra a compartir ese conocimiento con el resto de los pobladores”, añade. “Nosotros, hasta que muramos, lucharemos por nuestra alpaquita”. ■


Crónica escrita por Carolina Martín –con fotografías de Antonio Escalante– que forma parte del libro Ecohéroes. Fue publicada por el MINAM en marzo del 2013.

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Redaccion Apacheta

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