Un río de posibilidades

El diagnóstico es unitario: el río Chincheros (provincia de Chincheros) está altamente contaminado. La basura se acumula a sus orillas y desde hace años la pesca en sus aguas es un ejercicio casi imposible. La vida se extingue lentamente en el afluente más importante del río Pampas. Y los pobladores coinciden en la causa, la irresponsable acción del hombre; pero discrepan a la hora de depurar responsabilidades.

En este punto todos señalan de forma indefectible al vecino. Los habitantes de Chincheros sostienen con convicción que los culpables de la calamitosa situación son los moradores de Uripa, ubicado tan solo algunos kilómetros río arriba, pues son ellos – dicen – los que arrojan al cauce los residuos sólidos que la corriente arrastra después. Y éstos repiten la acusación pero en sentido contrario, así como niegan rotundamente ser los responsables de la suciedad en el distrito colindante. El mismo río que da vida a sus fértiles campos une y separa al mismo tiempo a estas dos localidades andinas.

El enfrentamiento dura ya varios años y la tensión crece de forma proporcional a la cantidad de desechos acumulada, pero hasta la fecha poco es lo que los adultos han hecho para revertir la crítica situación. Así que los más jóvenes de los dos pueblos en conflicto, que no entienden ni de límites ni de culpas, han tomado las riendas del asunto para revertir cuando antes el problema.

A lo largo de la cuenca del río Chincheros, como pequeños brotes verdes que señalan un futuro esperanzador, ya son varias las iniciativas respetuosas con el ambiente que han surgido desde los colegios e institutos. Y tanto río arriba como río abajo las nuevas generaciones trabajan con un objetivo común: el resurgimiento de una provincia ambientalmente responsable que contribuya a mitigar los agresivos efectos de un cambio climático que les afecta de forma especial. Los resultados ya comienzan a ser visibles.


Sobre la pared de unas de las aulas del IE Túpac Amaru de Chincheros (provincia de Chincheros), un hombre dibujado en grandes dimensiones camina entre un bosque totalmente quemado. Está solo y carga una pesada botella transparente, similar a los tanques de buceo, en cuyo interior reposa un árbol que le proporciona el oxígeno para poder vivir. La apocalíptica imagen habla por sí sola.

El “mural vivo”, como lo llaman los alumnos, es obra de Smith Porras, de 16 años; y da inicio a una larga sucesión de pinturas de corte ecológico distribuidos a lo largo y ancho de este Colegio Emblemático Ambiental, en los que los alumnos expresan su visión sobre la contaminación y el cambio climático. El joven estudiante fue el primero en hacerlo: “me gusta mucho dibujar, me relaja. Creo que a través de los dibujos captamos las cosas más rápido”, explica este artista miembro de la Brigada Ambiental de la que el centro educativo es pionero.

En los servicios del IEE José María Arguedas la frase “Gota a gota el agua se agota” conciencia a los chicos de la importancia de cuidar los recursos de la cuenca.

Smith vive desde hace cuatro años en Chincheros. Llegó desde Lima con su familia, que ahora trabaja su propia chacra, y se quedó fascinado. “El sol, las nubes, la naturaleza… Todo aquí está vivo”, asegura. Por eso se molestaba al ver a sus amigos botar la basura al suelo mientras él se la guardaba en el bolsillo. Y se sorprendía aún más al oírlos quejarse por no poder bañarse o pescar en el río debido a la suciedad de sus aguas. “Era en verdad algo curioso, porque no lo hacían de mala fe. Creo que simplemente no pensaban el daño que ellos mismos hacían. Fue ahí que se me ocurrió hacer los murales. Había que cambiar las cosas”. Y así fue.


Las pinturas en las paredes son una más de las múltiples actividades que esta institución modelo, que quiere ser referente regional en materia ecológica, desarrolla en defensa del ambiente. Un trabajo en equipo, comandado por los profesores de Educación para el Trabajo y Ciencia, Tecnología y Ambiente (CTA), que ya comienza a dar sus frutos y que convierte a cada uno de los estudiantes en una pieza imprescindible de un perfecto engranaje verde, que incluye biohuertos y un kiosco saludable.

“Los alumnos de 1º y 2º riegan, los de 3º y 4º siembran y los de 5º cuidan que todo esté bien. Cada sección también se encarga, por turnos, de elaborar el compost con el que abonamos las parcelas, así como de quitar las malas hierbas. Y una parte de lo cosechado ya se dedica a preparar comidas nutritivas que se venden en el colegio”, explica con detalles Zayda Biamonte, de 16 años y alcaldesa de la institución.

El IE Túpac Amaru tiene de todo. Una terma con panel solar calienta el agua de los caños del colegio; los biohuertos producen zanahorias, lechugas, paltas, duraznos y limones totalmente orgánicos; y el kiosco del colegio trata de promover un estilo de vida saludable que valore lo que se produce en la zona, así que elabora jugos con frutas como plátano, piña y papaya, y prepara para almorzar sopas de quinua y tarwi. Las Brigadas Ambientales, formadas por 17 alumnos, se encargan por su parte de organizar las tareas de limpieza en el colegio, que ya separa los residuos orgánicos de los inorgánicos. Su patio se ve impecable, ya nadie bota papeles al suelo. “Hemos entendido que la naturaleza se nos va y que es nuestra obligación cuidarla”, afirma Zayda.


La visión es compartida por los estudiantes del IEE José María Arguedas de Uripa (provincia de Chincheros), localidad situada a escasos kilómetros río Chincheros arriba. Sus 165 alumnos de 5º de Secundaria trabajan desde hace casi tres años 800 metros cuadrados de biohuerto, divididos en seis parcelas en las que cultivan rosas, alfalfa, papas, alverjas, poros, lechugas y algunas hierbas, como el toronjil, la palma real, la santamaría y el aguaymanto. La idea es que en un futuro cercano toda esa producción abastezca a los comedores del colegio. Y lo cosechado es tan rico que ya es mucha la gente del pueblo que se acerca hasta la institución para comprar los productos.

Los estudiantes del IE Túpac Amaru, en Chincheros, cuidan las pequeñas chacritas experimentales aplicando periódicamente el biol.

Yuri Carol Carbajal, estudiante de 19 años de Trabajo Social en la Universidad Nacional San Cristobal de Huamanga, en Ayacucho, sigue con detenimiento el proyecto. Ella formó parte del grupo de alumnos impulsores de los biohuertos cuando estudió Educación Secundaria en el centro educativo, en los tiempos en los que solo se plantaban flores, papa y maíz; y ahora forma parte junto a Raquel, Edi y Leniley de una pequeña organización de estudiantes universitarias que trabajan en diferentes comunidades temas ambientales.

Por eso le gusta comprobar de cerca el progreso de los cultivos, pues desea inculcar en los alumnos la importancia de preservar los conocimientos tradicionales y de salir de la localidad para adquirir otros nuevos y mejorar la producción. “Uripa es una comunidad donde se mueve el negocio. ¿Por qué traer de otros sitios los productos y alterar así los precios? El camino es a la inversa. Somos nosotros los que tenemos que llevar lo que producimos a otros lugares”, explica esta joven que sueña con desarrollar su carrera profesional en municipalidades y centros de salud -“el lugar donde comienza todo”-; y que ya está buscando junto a su hermano Jonathan un terreno en Pumapuquio (Ayacucho) para dedicarse a la agricultura.


Las parcelas del IEE José María Arguedas forman parte del plan de Gestión Integral de Áreas Verdes y Biohuertos del Proyecto de Educación y Conciencia Ambiental, trabajado por el profesor Víctor Acuña, del área de Comunicación, y los alumnos de 2º, 4º y 5º de Educación Secundaria. Este, que también incluye los planes de Gestión Integral de Residuos Sólidos, Agua y Recursos del Suelo, es tan completo que ya ha llevado a los estudiantes hasta Lima, donde en unos días representarán a Apurímac en Eureka 2013, la XXIII Feria Nacional de Ciencia y Tecnología. Organizada por el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Tecnológica (Concytec) y el Ministerio de Educación (Minedu) el evento busca mostrar el resultado de las investigaciones científicas desarrolladas a lo largo del año en escuelas públicas y privadas del Perú.

El profesor de comunicación del IEE José María Arguedas, Víctor Acuña, no necesita proyectar ninguna presentación. Tiene como marco los incomparables cerros que rodean el colegio.

Neysha Huacchharaque (de 5º grado) y José Ángel Córdova (de 4º grado), los alumnos encargados de exponer ante el jurado calificador los beneficios e impacto de este trabajo grupal, están muy bien preparados y confían en el proyecto. Si son seleccionados viajarán hasta Intel ISEF 2014, en Los Ángeles (Estados Unidos), la feria escolar más grande en el mundo. No obstante su real pelea es por un premio más duradero en el tiempo: que sus ideas formen parte del Proyecto Educativo Institucional (PEI) del colegio. Es decir, que los biohuertos, el consumo adecuado del agua y la separación de la basura que generan sean algo sostenible. No quieren ver contaminado ni su patio, ni su pueblo, ni el cauce del río Chincheros en el que recuerdan, ya no pueden bañarse.


La incansable labor de los jóvenes ha comenzado a despertar a los adultos, y desde el ámbito político ya comienzan a tomarse algunas decisiones para proteger el medio ambiente. La Municipalidad Provincial de Chincheros, por ejemplo, ya ha empezado a tomar cartas en el asunto y ha incluido, por primera vez, a dos jóvenes en la Comisión Ambiental Municipal (CAM), instancia encargada de concertar todas las políticas locales que tengan que ver con el cuidado y protección del entorno y los recursos naturales de la zona. Ellos son Kliver Valer Palomino y Kathy Elguera Allende, de 18 años, destacados estudiantes de Enfermería Técnica del Instituto de Educación Superior Tecnológico Público de Chincheros, que impulsan con fuerza en su centro de estudios el desarrollo de las 3R: Reciclar, Reducir y Reutilizar. Ambos son conscientes del daño que los residuos sólidos sin tratar pueden ocasionar en la localidad y su río, así que centran todos sus esfuerzos en fomentar entre sus compañeros la separación de la basura. Ganas no les faltan. Todo el Instituto está lleno de tachos vacíos de pintura reciclados, donde los alumnos ya botan los residuos de forma organizada. Una tarea de concienciación lenta que ya tiene resultados visibles; al igual que el pozo séptico que también están construyendo, donde en un futuro cercano depositarán los residuos orgánicos y los inorgánicos, respectivamente.

“Somos jóvenes creativos y es mucho lo que podemos hacer. Por eso estamos contentos de que la Municipalidad nos haya dado voz. Ellos creen que somos inexpertos, pero solo necesitamos que nos escuchen. Nos sobran las ideas. Y tenemos las cosas claras. Ahora vemos Chincheros verde y con el cielo azul, pero si no cuidamos el ambiente seremos como Lima, gris. Estamos a tiempo de evitarlo”, asevera Kliver mientras carga de un lado a otro del Instituto un inmenso tacho de color amarillo.

En apenas unas semanas, cuando se reúna la CAM, ambos tendrán la oportunidad de pasar de las palabras a la acción; y la Municipalidad de demostrar que la inclusión de los dos jóvenes en la misma es más que un guiño a la juventud para trabajar juntos en la gestión ambiental. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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