Un paraíso para los amantes de las aves

En el año 2011, en Canadá, en un bosque de British Columbia, los hermanos Bedford terminaron de ver la película The big year y decidieron empezar un peculiar concurso: cada uno se propuso recorrer el mundo para avistar y fotografiar miles de especies de aves con el único interés de saciar su curiosidad. El primero que llegara a las 25 mil aves diferentes sería el ganador.

La película que los inspiró es una comedia de Steve Martin y Jack Black que trata sobre un grupo de birdwatchers que compiten con bastante rivalidad entre ellos para ganar dinero y reconocimiento. Los hermanos Bedford que trabajan como agentes forestales en el bosque de Canadá, decidieron hacerlo únicamente por honor. Lorne viajó a Islandia, Costa Rica y Estados Unidos. David fue a Australia, Nueva Guinea, Namibia y, además, el Perú. Así es como llegó hace unos días hasta el Inkaterra Machu Picchu Pueblo Hotel, motivado por su afán de acercarse a una infinidad de especies de aves que nunca antes ha visto en su vida.

El líder de la caminata que se ha organizado esta mañana en Inkaterra se llama Braulio Puma, quien es jefe regional de los guías exploradores de Cusco y cuya principal aspiración, por estos meses, es convertirse en un reconocido avistador de aves: “Es como coleccionar un álbum de figuritas”. Actualmente sueña con ver un ave que solo aparece de noche: el Andean potoo. En su celular tiene el libro “Aves del Perú” completo, además de audios con todos los sonidos que hacen las especies que habitan en Machu Picchu.

—Acérquense despacio, es un colibrí —dice al grupo apuntando cerca del ave con un láser verde.

David Bedford se encuentra en el grupo de turistas que dirige Braulio Puma en este paraíso ecológico en medio del bosque de neblina. Al día son una docena de extranjeros los que hacen esta clase de recorridos. El grupo de hoy, compuesto por cinco turistas, tiene intereses distintos. Además de David Bedford con su teleobjetivo larguísimo, hay una pareja de chinos y otra de ingleses. El grupo camina y se para frente a tres colibríes. El canadiense muestra con su cámara la imagen del ave estática. Todos miran impresionados. El recorrido que se ofrece como un tour dentro del hotel dura aproximadamente una hora. En esta ocasión se han avistado una veintena de aves.

Los guías de Inkaterra son verdaderos expertos de la innumerable variedad de aves de la zona.

Con un área de cinco hectáreas, el hotel es lo primero que se observa al llegar en tren a Aguas Calientes. Su ubicación en las faldas de una colina responde a un concepto: alojarse dentro de un bosque permite vivir la experiencia de refugiarse en la naturaleza, y tener contacto directo con la fauna y flora del lugar. Inkaterra no solo protege y preserva el bosque, sino que realiza una labor constante de difusión de su megadiversidad. Esto parte de una verdad tautológica: para que existan ciertos tipos de aves, son necesarios ciertos tipos de árboles. Por dar algunos ejemplos: el Nectandra furcata alimenta a los quetzales y a los gallitos de las rocas; la Inga adenophylla alimenta a colibríes, mariposas, tangaras y loros; y el Ficus máxima a las pavas de monte. Gracias a la buena restauración del bosque existe una amplia diversidad. Las estadísticas son elocuentes: en el último registro se comprobó que en el pequeño espacio de Inkaterra existen 215 de las 423 aves que habitan Machu Picchu. Y hay proyecciones incluso más alentadoras y sorprendentes. Según un estudio realizado por el Mincetur a finales del 2014, cerca de 2,42 millones de observadores de aves alrededor del planeta consideran a nuestro país como uno de sus principales destinos. Así, de darse las condiciones adecuadas y el impulso necesario, en los próximos tres años esta actividad podría mover cerca de 7.325 millones de dólares.

—Burup, burup, burup —dice Braulio, imitando a un ave mientras el grupo mira atento. El sonido ha hecho que aparezca por los cielos la última de esta tarde.

El recorrido termina y las parejas de turistas se dirigen a sus habitaciones. David Bedford, en cambio, camina hacía la oficina de Ecoturismo donde los guías lo asesoran e identifican las especies de aves que ha observado. David anota cada nombre en una ficha. Ya tiene registradas unas 17 mil especies. Su hermano ha logrado ver algunos miles menos. “Los hermanos siempre compiten. Eso es lo que hacen los hermanos”, dice riendo y mirando las imágenes que ha registrado en su cámara. Para él ha sido un viaje provechoso: mañana regresará a Canadá.


En el 2012, el ministro de Turismo del Perú, José Luis Silva Martinot, viajaba en un vuelo de Japón a Lima cuando pasaron la película The big year, la misma que emocionó a los hermanos Bedford. Al llegar al Perú llamó a José Koechlin, dueño de Inkaterra y presidente de la ONG de Inkaterra (ITA), para que le ayudase a organizar una actividad que fomentara el turismo de aves en el país. El Perú debía aprovechar un área turística en la que antes no se había dado el foco necesario, si consideramos que es el país que ocupa el segundo lugar en el mundo en concentrar el mayor número de aves (1.836 especies), de las cuales 120 son endémicas. La primera idea del ministro fue organizar un conjunto de charlas. El equipo de ITA fue más allá. “Queríamos hacer algo trascendente y diferente. Por eso propusimos un rally”, dice José Purisaca, biólogo y gerente general de ITA.

En el 2012, su equipo fue el que organizó la primera edición del Birding Rally Challenge, una competencia única en Sudamérica que contó con 24 especialistas en observación de aves de reconocimiento mundial de Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Sudáfrica y España. El evento —que resultó un éxito y que volvió a desarrollarse al año siguiente— ayudó a situar al Perú como un destino clave dentro del circuito del turismo de observadores de aves. “El capital de esta empresa es la naturaleza. Y para definirla y entenderla, se tiene que investigar. Restaurar”, afirma José Koechlin. El espíritu conservacionista de Inkaterra se respira en el ambiente. “La restauración la hicimos mirando qué había en el lugar y entendiendo qué especies eran de la zona”, agrega José Purisaca.

El primer hotel de Inkaterra que levantó Koechlin allá por los años setenta se llamó Cusco Amazónico y estaba ubicado en Madre de Dios. Construido con insumos y madera del lugar, fue uno de los primeros hoteles en el país que se manejó con un verdadero concepto de ecoturismo. José Koechlin, el hombre que antes de cumplir los 12 años ya se había maravillado con la selva de Jaén y que a los 25 convenció al director alemán Werner Herzog de filmar una película en la Amazonía peruana para fomentar el turismo, camina por el bosque húmedo que reforestó su hotel y cuenta cómo la división de Ecoturismo de Inkaterra ha desarrollado distintos paseos que hoy son parte del itinerario de viaje de sus huéspedes, tales como recorrer el jardín de orquídeas, conocer a los osos de anteojos y realizar el avistamiento de aves.

José Koechlin, fundador de Inkaterra, es un protector incansable de la biodiversidad del Perú.

El equipo de guías de avistadores de Inkaterra desciende corriendo por la montaña porque acaban de ver un tucán. Para verlo, tuvieron que esperar sentados casi una hora, mientras Braulio Puma, con su celular conectado a unos parlantes, reproducía el sonido característico del ave. Recorrer esta montaña es parte del entrenamiento de los guías. Braulio, debido a su experiencia, es quien dirige las clases prácticas que pueden durar un día completo. En un mundo donde las personas se han acostumbrado a caminar mirando hacia abajo, sin perder de vista sus celulares, este grupo se educa para mirar al cielo.

Los dos jóvenes aprendices que acompañan a Braulio escuchan atentos cada una de sus lecciones. La colina es su salón de clases. El objetivo es convertirse en guías capacitados para resolver las dudas de los observadores de aves de todo el mundo que llegan hasta Inkaterra.

Los guías avistadores son un equipo unido: vestidos con uniforme verde y llevando un telescopio al hombro, además de binoculares, bajan por la montaña apurados. Su misión era ver un tucán y lo han logrado. Ahora deben retornar al trabajo. No es fácil cuidar las aves de un sitio como este. El año pasado tuvieron un problema mayúsculo que los puso alerta. Notaron que la población de colibríes disminuía considerablemente y se sorprendieron cuando descubrieron el problema: habían llegado gatos. Tuvieron que hacer guardias para espantarlos.

Los tres avistadores miran las copas de los árboles en absoluto silencio. Hay un placer en observar sin ser visto. “Las aves son muy parecidas a los humanos”, dice Braulio, exponiendo el resultado de observaciones de años. La noche cae sobre la montaña Poque, y se escucha un coro de sonidos. Los guías avistadores han terminado su día de entrenamiento, pero se detienen ante un ruido que conocen.

—Paren, paren. Parece un chotacabras —dice Braulio, emocionado, y rápidamente conecta sus parlantes a su celular—. Esa ave solo sale de noche. Atentos.

El equipo de guías avistadores del hotel se queda inmóvil, esperando algún sonido de confirmación, mientras cae la noche ante los múltiples ecos de especies todavía sin avistar. Inkaterra es hoy, definitivamente, un verdadero paraíso para los amantes de las aves.


Crónica escrita por Carlos Portugal, con fotografías de Antonio Escalante y del banco de imágenes de Inkaterra. Fue publicada por la iniciativa Biodiversidad y Empresa, del MINAM, en diciembre del 2015.

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Redaccion Apacheta

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