Tejer el futuro con pasión

Apenas mide un metro cuarenta. Casi no alcanza a mirar por encima del lomo de sus vacas. Viste el traje tradicional de una parte de la provincia de Canas: chamarra o jubuna verde, camisa blanca, una pequeña manta o phullu sobre los hombros, pollera negra con bordados, y montera de tiras doradas. Y tiene catorce años.

—Me llamo Deisy Choquehuanca Zárate.

Deisy vive en Tacomayo, Cusco, a 3.940 metros de altura, junto a su padre, Benedicto, de 38 años, su segunda esposa, Berta Quispe, de 36, y sus hermanos Alexis, de 3, y Nayeli, de 2. La casa de la familia Choquehuanca-Quispe es especial.

Tanto que ocupó el primer lugar en la categoría de vivienda saludable de uno de los ciclos de concursos campesinos organizados por el Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú, junto a la asociación civil Pachamama Raymi, y las municipalidades de Checca y Kunturkanki. Y no hay una guía mejor que Deisy para recorrerla. En esto sí es grande. Inmensa.

Un muro de adobe rodea la vivienda. La puerta es de calamina, verde. Hay un amplio patio cuadrado, con estancias en tres de sus cuatro lados. A la izquierda, la cocina, coqueta, con sus dibujos en las paredes —los hizo su padre, con la ayuda de Deisy— y su alacena con cuatro tazas de loza y cinco vasos de vidrio: “Aquí está nuestro fogón. Y el horno, está a ese lado”. Es una cocina mejorada, con salida de humos.

A la derecha, el dormitorio: “Aquí duermo con mis hermanitos”. Separados por un plástico azul, sus padres.

Al fondo, a la izquierda, la sala de producción: “Aquí es donde hacemos el queso, el yogur, y el manjar”.

Al fondo, a la derecha, la sala de artesanía, juegos y despensa: “Aquí es donde mi mamá teje. Ya casi no compramos ropa. Me está enseñando, pero no sé tanto”. También adentro, a un lado: “Aquí es donde mis hermanitos se recrean con sus juguetes”. Y al otro: “Aquí es donde almacenamos nuestros alimentos. La quinua la producimos allá arribita, en el cerro, como la papa. Acá abajo, la helada viene y se lo lleva todo”.

En el segundo piso, la habitación de descanso: “Aquí hace los bordados mi papá. También venimos y miramos tele, nos divertimos, y descansamos”. Las paredes exteriores están pintadas de rojo, y tienen murales que hablan de medio ambiente. También hay varios mapas parlantes dibujados sobre grandes papeles, que traducen su vida familiar en esquemas.

Uno describe cómo manejan el ganado. Desde que lo aprendieron con el PACC, practican el pastoreo rotativo, como otras 216 familias de la microcuenca Huacrahuacho. “Rotamos para que el pasto vuelva a retoñar”. Así es como cuidan la avena forrajera y los pastos mejorados con los que alimentan a sus catorce vacas. Son esenciales para la economía familiar: su leche es queso, y el queso es dinero; cinco nuevos soles por pieza, si los llevan a Checca, El Descanso, o Sicuani. Lo normal es vender diez quesos por semana, aunque el año pasado llegaron hasta cuarenta. Lo cuenta el mapa de su plan de negocios. Pero el más revelador es el mapa parlante del futuro. En él imaginan un establo con sala de ordeño; una miniplanta de procesamiento de productos lácteos; una vivienda con energía solar; y sus tierras forestadas con queñuas. “Eso es lo que pensamos”.


Deisy es muy responsable. Quizá lo heredó de su madre biológica, Emperatriz Zárate, que murió cuando tenía cuatro años. “Según mi papá, era una presidenta de la comunidad”.

Cada día se levanta a las cuatro de la madrugada. Hace sus tareas hasta las seis. Ayuda a su otra madre, Berta, a cocinar el desayuno. A las ocho camina durante una hora junto a Rosa, Maribel y Jesusa, sus mejores amigas, hasta la Institución Educativa 56128. Asiste durante cinco horas a clase, y aprende de su profesora Feliciana Mango, por ejemplo, por qué ha cambiado el clima —además, Deisy es miembro del club ecologista del colegio—. Sale a las dos de la tarde, excepto los miércoles, que ensaya hasta las tres con la banda. Toca el tambor. Camina de nuevo una hora. Ya de regreso, pastorea el ganado. Más tarde colabora en preparar la cena. A las siete de la noche estudia. Y a las nueve cierra los ojos.

“Seré abogada”, dice. ¿También pastoreará y cuidará los cultivos? “De repente ya no”. ¿Y todo esto? “De repente mis hermanos continúen”, confía. “Pero siempre voy a estar viniendo, nunca me voy a olvidar”. ¿Y luchará por causas justas? “Sí.” ¿Y por un mundo mejor? “Para mi comunidad, para mi distrito”. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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