Prevenir antes que lamentar

Es viernes por la noche y un aire de relajamiento se percibe en algunas calles de El Agustino, un antiguo distrito levantado a pulso por sus habitantes en el área central de Lima. Hay música alegre que sale de las casas, y en las estrechas calles hay grupos de personas que conversan de manera distendida. Sería el inicio de un fin de semana cualquiera, de no ser porque un equipo de dirigentes y brigadistas voluntarios, vestidos con chalecos naranjas y cascos blancos, recorre tres sectores densamente poblados para hacer las coordinaciones finales de la actividad que se ha programado durante días: un simulacro de desastre natural. Esta noche se recreará el momento en que un sismo de gran magnitud, sobre el que se viene especulando en las noticias desde hace tiempo, ocasiona la caída de las viviendas instaladas en las laderas de un cerro que alberga 29 asentamientos humanos y es el corazón de un distrito con más de 180 mil habitantes.

El simulacro comprende tres zonas vulnerables: los asentamientos humanos Independiente, Santa Isabel y Cerro El Agustino. La sede del comando de intervención está en el segundo. Hay una tienda de campaña con equipo de primeros auxilios y algunos carteles con indicaciones precisas sobre la logística y la ubicación de otros puntos estratégicos para afrontar la emergencia. En cada zona se ha marcado un círculo de pintura amarilla, que señala una zona segura para que los vecinos se reúnan y permanezcan a salvo. En una explanada, hay un toldo que marca una especie de escenario en que animadores infantiles van introduciendo el tema en el imaginario de los niños y de paso atraen la atención de los padres para participar en ese juego de roles que supone afrontar un desastre natural. Las funciones están definidas: hay gente que tiene el encargo de señalar los lugares seguros, otros deben recoger a los heridos y llevarlos a los puestos de atención, y un tercer grupo debe participar en la logística desde el minuto después del suceso. “Recuerden que durante las primeras 72 horas, ustedes están por su cuenta”, dice por el altavoz Jhonny Pacheco, jefe de Defensa Civil de El Agustino. Por norma, las personas que viven en zonas afectadas por un desastre deben asumir que en ese lapso no habrá policías, ni serenos, ni médicos con ambulancias, ni bomberos con cisternas. Serán los propios vecinos los que cuidarán de sí mismos, hasta que los sistemas de emergencia se desplieguen a cabalidad. Mientras tanto, deben estar preparados.

La construcción de viviendas en las laderas de los cerros empezó en los años cuarenta del siglo pasado. Tras varias generaciones de habitantes, los problemas de hacinamiento se mantienen.

El simulacro está programado para las 8 de la noche. En los minutos previos, todos los involucrados reciben las indicaciones finales, como en un gran montaje teatral. Desde la explanada de Santa Isabel, Pacheco se comunica por radio con los equipos de las otras dos zonas para saber si tienen todo listo. La respuesta es afirmativa. Cuando llega la hora, una potente sirena invade las calles y hace pensar en toda una gama de problemas: desde incendios caseros hasta accidentes de auto. En este caso, se habla de posibles deslizamientos. Santa Isabel está en la zona baja de un cerro cubierto de casas de material noble y suelos no necesariamente preparados ni estables. Un desequilibrio en las zonas altas llegaría con la fuerza de una bola de nieve.


La señora Gloria Zevallos es una de las voces más firmes para llevar a cabo el ensayo. Es una dirigente de amplia trayectoria en El Agustino: fundadora de la Red de Prevención de la Violencia Familiar “Corazones Solidarios”, que ha hecho mucho trabajo de prevención sobre este problema en la zona, y participa en el Comité Coordinador de la Red de Mujeres Organizadas de El Agustino que trabaja directamente con las autoridades locales para gestionar el cumplimiento de ciertas necesidades, desde temas de salud y alimentación hasta obras de infraestructura necesarias para la seguridad de mujeres, niños y personas vulnerables. “Acá las mujeres estamos muy empoderadas y organizadas”, refiere la señora Zevallos. Es una referencia con respaldo estadístico: más de la mitad de la población del distrito es mujer y su fuerza para intervenir en la toma de decisiones ya es una tradición. “Solo así podemos desarrollarnos”, señala la dirigente.

Una de sus recientes acciones, por ejemplo, fue coordinar con el municipio el retiro de un cerco de vegetación cerca de un parque, que comprometía la visibilidad y en consecuencia la seguridad de las mujeres que caminan por allí a las horas en que hay menos luz. Esta noche, la señora Zevallos lleva su experiencia como gestora y va orientando a los vecinos que llegan con dudas de última hora o recuerda las pautas establecidas para el simulacro, como la idea de que todos deben participar, porque los desastres no distinguen a los que estén preparados de los que no.

Mientras la sirena sigue activa, Zevallos se acerca a las casas donde hay gente asomada a las ventanas y azoteas y las invita a participar. Les recuerda que el ejercicio podría salvarles la vida si se produjera una situación real. También supervisa que quienes sí participan, desde personas mayores hasta niños, se ubiquen correctamente en el círculo de protección, el único punto que estará a salvo en caso de caer alguna vivienda. Hay gente que sigue las indicaciones con realismo y otros que no parecen entusiasmados con el ajetreo. La dirigente se concentra en quienes tienen posibilidad de aprovechar los consejos. Como en toda actividad destinada a aliviar los problemas de la población, el entusiasmo es un trabajo de convencimiento.


Hacia la mitad del simulacro, y apagada la sirena, los brigadistas traen a los primeros “heridos”. Ambos tienen supuestas lesiones sangrantes hechas con tintura, y lo que parecen puntos de fractura en los brazos y piernas. Dadas las condiciones de las calles en los tres asentamientos escogidos, que en muchos casos apenas están afirmadas, los brigadistas llevan a las víctimas en brazos o en camillas improvisadas. Nadie sabe cómo golpeará el desastre y es mejor saber cómo resolver los problemas. Una vez en el puesto de auxilio, los afectados son atendidos por paramédicos mientras grupos de curiosos rodean la escena y hacen bromas sobre lo que pudo ocurrir. El humor es una manera de mirar las cosas y retenerlas. Poco después, es la misma gente la que pide espacio para que los especialistas hagan su trabajo.

Uno de los mecanismos para prevenir el impacto de un desastre natural es identificar las rutas de escape, que en zonas tugurizadas como los cerros de El Agustino son estrechas y poco seguras.

Una brigada llega del Asentamiento Humano Cerro el Agustino con buenas noticias: la población se ha tomado en serio el simulacro y ha participado de manera masiva no solo para reunirse en los círculos de seguridad, sino en la atención a las potenciales víctimas. “La convocatoria les ha hecho tomar conciencia de que esa es la zona más vulnerable”, dice Pablo León, Secretario de Actas y Organización de ese sector. A su lado, el secretario general, Miguel Rivera Cerna, explica que muchas de las casas están hechas de pirca, y no de material noble. Significa que el potencial de daño es mucho más grande. “La mayoría vive en casas prefabricadas que están al borde del abismo. Incluso la lluvia puede hacerlas colapsar”, precisa.

Más que una especulación, es una hipótesis certera: en los últimos tiempos Lima, una ciudad donde antes no llovía nunca, ha experimentado precipitaciones cada vez más frecuentes. Si el Fenómeno de El Niño las acentuará, como indican algunas proyecciones, la inestabilidad del terreno en que están los asentamientos empezaría a dar síntomas de riesgo. “La topografía contribuye a aumentar problemas relacionados a la humedad del suelo”, dice el “Estudio de identificación de zonas de peligro y vulnerabilidad en seis asentamientos humanos del Cercado de Lima y El Agustino, Provincia de Lima”, realizado en el 2007 en el marco de una iniciativa de la Unesco para la prevención de desastres.

Los simulacros tienen el objetivo de preparar a las personas para una evacuación ante cualquier evento de emergencia, sea por causa humana o natural.

Por lo pronto, otro de los peligros potenciales está en los reservorios de agua que hay en las alturas, construidos entre los años 80 y 90. Según ambos dirigentes, basta que uno se resquebraje a causa de un sismo o de algún deslizamiento ocasionado por la humedad del terreno: el flujo se convertiría en un nuevo desastre en sí que arrastraría todo hacia abajo. Precisamente, el que abastece a Santa Isabel es el reservorio más grande de las tres zonas y su impacto sería mayor. “La gente ha estado bastante colaborativa. Tienen en claro lo que puede pasar”, dice Rivera Cerna. El reporte de los daños le dará la razón.


Mientras se desarrolla la emergencia, el Jefe de Defensa Civil explica en un papelógrafo el orden que se deberá tener para gestionar la emergencia. Se necesitará alguien que se encargue de coordinar con el Ministerio Público el levantamiento de los cadáveres, alguien que asuma la administración de los recursos financieros, alguien que gestione las donaciones. Las tareas incluyen desde el recojo de escombros, la verificación de los servicios de saneamiento (agua y desagüe), y el empadronamiento de los afectados. Cada institución pública participante tiene en claro su responsabilidad.

El ensayo se completa con la llegada de todos los brigadistas, que suman una veintena. Después de dejar a los heridos en la zona de atención médica, se acercan a la carpa de comando para entregar su reporte de víctimas humanas y viviendas afectadas. Allí son recibidos por el grupo de coordinación, que incluyen a un representante de la Municipalidad, el equipo de Defensa Civil y las organizaciones de la sociedad civil que han apoyado la iniciativa, como la ONG Servicios Educativos de El Agustino (SEA).

Organizaciones como SEA y los comités de madres han impulsado medidas de prevención como la identificación de zonas seguras de reunión en caso de desastre.

El recuento de reportes deja un panorama desolador: si se juntaran los tres pueblos escogidos para el simulacro, se tendría unos 5 200 muertos, 4 100 heridos graves y más de mil viviendas damnificadas. “El 80 % de los tres pueblos está grave”, dice por el megáfono Jhonny Pacheco, el Jefe de Defensa Civil, como si leyera un parte de guerra ante un público expectante del diagnóstico. Entonces Pacheco reitera la advertencia de que, a pesar de la gravedad de esas condiciones, la ayuda solo empezará a llegar a las 72 horas de ocurrido el siniestro. “Tras un imprevisto como este van a colapsar todos los servicios básicos”, refiere. Muchos rostros muestran el gesto de quien comprende ahora la importancia del simulacro.

“Para ser la primera experiencia, está muy bien”, dice Carmen Robles, directora de SEA, una ONG que durante semanas participó en la organización de esta actividad y promueve una feria de prevención para dar detalles a los vecinos interesados. La experiencia con otros temas sociales le permite saber que el aprendizaje es paulatino y las resistencias caen con cada demostración. En este caso, el simulacro deja lecciones más profundas que la idea de afrontar un desastre natural: ha insertado en el imaginario popular la idea de que el cambio climático no es un fenómeno lejano, sino que afecta a todos. ■


Crónica escrita por David Hidalgo –con fotografías de Enrique Cúneo– que forma parte del libro Una misma mirada a partir de muchas voces. Fue publicada por el MINAM y el MIMP en julio del 2016.

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Redaccion Apacheta

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