Los campesinos enseñan el camino

El número del teléfono celular de Silverio Huaccharaqui es quizás el más marcado en Cotaruse y sus alrededores. Nueve-nueve-seis… ocho-doce… cinco…

¿Alo? (se percibe una voz femenina que habla al otro lado de la línea) Sí, soy yo, Silverio (Pausa). ¿Tienes suficiente ceniza? (Pausa) ¿Y restos vegetales? …Para hacer el compost también necesitas una cantidad regular de estiércol. (Pausa larga) ¿Cómo? (Pausa) Mejor bajo y te ayudo.

Y Silverio, de 56 años, envuelve sus herramientas en una lliclla gastada que se acomoda a la espalda y desciende, a pie, por la empinada ladera. En un biohuerto a las afueras de Cotaruse, Nelly Huaccharaqui arranca la maleza mientras espera paciente la llegada del yachachiq. El cielo se muestra de color azul intenso, y aunque amaneció hace una hora el frío no se ha ido todavía. Pronto aparecerá el sol entre los cerros y calentará las verduras de la campesina.

Según el Diccionario de la Academia Mayor de la Lengua Quechua, la palabra yachachiq significa ‘el que sabe y enseña, educa o instruye’, y se usa para nombrar a aquellos campesinos y campesinas que, además de vivir experiencias exitosas, tienen la capacidad de compartir sus conocimientos, habilidades y prácticas con otras familias.

Son científicos empíricos, pero sin bata blanca. Algunos, como Armando Ccahuana, experimentan a pequeña escala en sus propios biohuertos. El yachachiq de la comunidad Lauramarca, en Cusco, después de sembrar las hortalizas, las mide con la wincha interdiario y anota su crecimiento en un prolijo cuaderno. O como Silverio Huaccharaqui que, ha probado a sembrar una especie forrajera más fuerte y resistente a los efectos del cambio climático –la Triticale, que cultiva el INIA–, y el experimento le ha salido muy bien.

Otros, como Gloria Hilario, de la comunidad de Promesa, en Apurímac, aprovechan los avances de sus usuarios para sacar nuevas conclusiones y difundirlas por los lugares a donde van. Gloria, que es agrónoma y especialista apícola, pareciera haber adoptado el comportamiento de las abejas que estudia, al llevar y traer conocimientos de casa en casa, polinizando la mente de los campesinos más reacios al cambio.

O como Teodoro Ccolqque, que recorre los polvorientos caminos cusqueños alrededor del Ausangate llevando el mensaje de la siembra y cosecha de agua a las comunidades más alejadas y pobres del distrito. Y donde no llega él de manera presencial, lo hace su voz gracias a las ondas de Radio Ausangate, la emisora más escuchada del distrito.

Con estudios superiores universitarios o con solo diplomas de la escuela de la vida, todos son líderes tecnológicos, expertos locales conscientes de que, junto a la tierra que heredaron de las generaciones anteriores, también recibieron su cultura y su forma de ordenar y comprender el mundo.

Así lo entiende Mariano Casilla quien todavía realiza ofrendas a la Pachamama y considera que “deberíamos mantener las tradiciones del mundo andino porque es una manera de respetar el equilibrio natural”. Un equilibrio que, según el yachachiq de Checcaspampa, “los hombres hemos roto y los yachachiq debemos ayudar a recomponerlo a través de tecnologías productivas que respeten los ecosistemas e impulsen el desarrollo sostenible”. O como la yachachiq de Lahua Lahua, Brígida Huallpa, que piensa que sus abuelos, aunque tenían menos educación, eran más respetuosos con el medio ambiente.

Los yachachiq son exponentes de la metodología de campesino a campesino, un movimiento que surgió en los años 70 en Centroamérica, que impulsa los principios de la agricultura sustentable y convierte a los hombres de campo en actores de su propio desarrollo. “Todos sabemos algo que podemos compartir, y nadie lo sabe todo” o “es mejor una idea en cien personas que cien ideas en una sola de ellas” son dos de las máximas que vertebran el movimiento y que los yachachiq de Cotaruse y Ocongate ponen en práctica cada día.

Gumercindo Crispín, por ejemplo, comenta que, a pesar de las dificultades iniciales, “compartir el conocimiento con las ‘familias hermanas’ ha sido una experiencia extraordinaria”. A Evaristo Quispe, yachachiq de Ccellopampa y Totora, en Apurímac, le decían: “cómo vas a ayudarnos tú, si eres un campesino igual que nosotros”. Pero Evaristo no lo era. Tampoco Francisco Yauyo, que comenzó como yachachiq y ahora es regidor. Él impulsa el desarrollo local desde la municipalidad distrital de Cotaruse: “Esto lo hago por el futuro de mis hijos”.

Para el proyecto Haku Wiñay/Noa Jayatai, el rol que han cumplido los yachachiq ha sido fundamental porque con su labor diaria en el campo han ayudado a consolidar los sistemas de producción familiar de subsistencia a través de un conjunto de innovaciones tecnológicas, y han propiciado que las familias mejoren el manejo de sus recursos naturales mediante asistencia técnica y concursos. Además, han ayudado a difundir, entre otras muchas acciones, la siembra y cosecha del agua.

Pero estos expertos locales no solo han podido enseñar, también han tenido la oportunidad de aprender. Y lo han hecho acompañados de asesores técnicos del Programa de Adaptación al Cambio Climático (PACC Perú), quienes, a través de talleres de capacitación y sesiones de acompañamiento en las asistencias técnicas que brindan a las familias, les han hecho tomar conciencia de la magnitud que supone cambio climático: que las lluvias y sequías fuera de temporada, que las altas temperaturas durante el día y las heladas extremas de madrugada, que los fuertes vientos a lo largo del año –antes se concentraban más en agosto– no son hechos aislados y que forman parte de los efectos de este fenómeno global. También han generalizado la idea de que cualquier intento de superar la pobreza en ambos lugares pasará por tener en cuenta el factor climático, para lo cual tendrán que enseñar a aplicar los mecanismos de adaptación que han aprendido.

Ramón Ccormoraya, representante de las familias usuarias del proyecto en Cotaruse, remata: “Nuestros yachachiq son expertos campesinos que nos brindan su apoyo las 24 horas. Son los verdaderos líderes de la comunidad”. ■


Un texto de Xabier Díaz de Cerio, con fotografías de Enrique Castro-Mendívil, que forma parte del libro Yachay Ruwanapaq. Fue publicado por el MINAM, COSUDE y PACC-Perú en marzo del 2017.

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Redaccion Apacheta

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