Las lechugas no mienten

Los alumnos del Colegio Antonio Raymondi (INA Nº 103) de Coyllurqui están preocupados. Hace años que el calor es más intenso y que la época de lluvias se adelanta y se concentra en pocos meses. Son conscientes de que algo no va bien en la comunidad. Y todos hablan de ello, porque el clima puede ser el aliado para sus chacras, pero también el peor de sus enemigos. Y está cambiando a pasos agigantados.

Las consecuencias son evidentes. “El sol quema los cultivos, los puquiales se secan y los pisos ecológicos han variado tanto que en la zona ya se pueden plantar hasta naranjos y limoneros. ¡Algo impensable hace solo algunos años!”, sostiene José Manuel Lima, de 18 años de edad, de pie junto al biohuerto de tres hectáreas en el que él y otros estudiantes cultivan de forma rotativa porotos, frejoles y maíz blanco. A su lado Julihno Saavedra, de 16 años, compañero del colegio, sentencia. “Hemos vuelto al planeta loco con la contaminación. Pero aún estamos a tiempo de revertir eso”.

La maquinaria para hacerlo ya está en marcha. Y la palanca del cambio tiene un solo nombre: reciclaje, tanto de la materia orgánica como de la inorgánica. Todo lo que sea necesario para contaminar lo menos posible. Por eso los alumnos trabajan desde hace meses un Proyecto de Conservación del Ambiente que ya les distingue del resto de instituciones educativas y que se basa en dos ejes diferenciados.


El primero de ellos tiene que ver con lo que Maritza Guillén (25 años), exalumna del colegio y actual profesora de Educación para el Trabajo, define como “el tracto digestivo de los desechos orgánicos”. Es decir, un biodigestor de 10 metros de largo que transforma de forma anaeróbica el estiércol de animales como vacas, cuyes o cabras en biol, un excelente abono natural líquido de bajo costo que no contamina, aumenta la fertilidad de la tierra y estimula el crecimiento de las plantas mejorando su calidad.

“Ya tenemos producción desde junio, una vez por semana. Y el proceso es sencillo. Los 460 alumnos del plantel, organizados en grupos que trabajan los sábados y domingos, traen los deshechos de sus chacras. Y estos se mezclan con agua, en proporción de cuatro a uno. El biol resultante lo utilizamos en nuestro biohuerto, cuyos productos son bien apreciados en el mercado local. Tanto que hasta el colegio vienen los agricultores a comprar semilla”, afirma. El biodigestor del que se encarga Maritza también aspira, en un futuro cercano, captar y almacenar el gas metano fruto de la fermentación de los residuos animales, que será usado en el colegio como combustible.

La profesora está entusiasmada con los logros alcanzados. Es una amante de la naturaleza. Creció ayudando a sus padres en la chacra, estudió Ingeniería Agroecológica y Desarrollo Rural en la Universidad Nacional Micaela Bastidas (UNAMBA) y siente un enorme respeto por la tierra. Por eso, además de sus actividades en el colegio, se desempeña como Coordinadora de la Red de Voluntariado Ambiental Juvenil (RVAJ) de Cotabambas; y ya está trabajando en la creación de una organización ambiental en Coyllurqui, aún sin nombre, en la que espera involucrar al menos a 150 jóvenes de las diferentes comunidades, tal y como hizo cuando formó parte de ALLPA –Agroecologistas llamados a la Protección Ambiental¬–, en Vilcabamba, durante su etapa universitaria.


El segundo eje tiene que ver con la construcción del primer relleno sanitario en la provincia, “con el que se pretende concentrar toda la basura en un mismo lugar en vez de quemarla”, explica Ovidio Hurtado (33 años), profesor de Ciencia, Tecnología y Ambiente (CTA) e ideólogo del proyecto. Los trabajos de construcción del pozo están avanzados. Todos los salones, organizados por turnos, cavaron en tan solo cuatro semanas el agujero que servirá de filtro, de dos metros de profundidad. Y ya solo falta terminar la poza de lixiviación y el depósito de recepción de los residuos sólidos (sobre todo baterías y CDs), que serán recogidos de forma diaria, aunque solo se compactarán una vez a la semana. “Por el volumen de desechos que genera el colegio calculamos que el relleno durará unos cinco años. La idea es que otras instituciones educativas del distrito repliquen el proyecto”, acota el maestro.

La unión hace la fuerza. Todos estudiantes del colegio organizados en grupos reducidos se encargan de diferentes tareas ambientales entorno al colegio según su grado y habilidad.

El objetivo principal del proyecto y del trabajo que hacen en el Colegio Antonio Raymondi es que “los chicos no pierdan las tradiciones de sus ancestros, pero trabajen en mejores condiciones que sus padres”, explica Carlos Vargas, profesor de Historia y director de la institución, quien lamenta la creciente desaparición de costumbres solidarias como la minka, y el uso de herramientas tradicionales como la chaquitaclla. “Hay que trabajar para compatibilizar los conocimientos de nuestros padres y abuelos con las técnicas de cultivo actuales. Tenemos que comprender que la agricultura es la fuente de la vida, y que sin ella todos estaríamos muertos”, sostiene.

De momento los jóvenes ya replican lo aprendido en sus casas. Una labor no tan sencilla pues los adultos -se quejan- no suelen tomarles en cuenta y tampoco están dispuestos a cambiar la forma en la que siempre han trabajado sus chacras. “Creen que saben más por ser mayores y no nos hacen el caso que debieran por ignorancia. Pero cada día ganamos algo más de su confianza. Poco a poco. Con pequeñas cosas”, cuenta José Manuel. Ni él ni Julihno se dan por vencidos. Y como saben que una imagen vale más que mil palabras prefieren demostrar a sus padres los beneficios del biol que ellos mismos producen predicando con el ejemplo.

“Hemos empezado con las lechugas y los resultados son muy buenos. Salen más grandes, más verdes y con muchas más hojas. Así que se las mostramos como prueba. Y las miran sorprendidos. Ya comienzan a comprender que el conocimiento que adquirimos en el instituto, aunque seamos jóvenes, es útil. Lo que ven es la realidad. Las lechugas no mienten”, afirma José Manuel, quien reclama más atención no solo de los padres y madres de familia, sino también de las autoridades del distrito. “El alcalde siempre nos da la razón, pero luego no pone en práctica nuestras propuestas. Y es una pena, porque si nos escucharan los cambios en Coyllurqui serían mucho más rápidos”. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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