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Andahuaylas necesita una transformación. Una revolución verde que logre dar el impulso que los frutos de la tierra de la zona necesitan para ser más competitivos. Y la clave de ese cambio reside en proporcionarle valor agregado a la rica materia prima que la tierra ofrece en el lugar. Marianela Díaz, estudiante de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad Nacional José María Arguedas, tiene a sus 20 años la estrategia claramente planificada. Tener frutas, verduras, hortalizas, tubérculos y granos andinos ya es un paso. Pero es importante ir más allá y transformar toda esa riqueza natural en productos elaborados que marquen la diferencia en otros mercados.
Para eso se prepara. Esta joven nacida en Challhuani (provincia de Chincheros), una comunidad de apenas 5 mil habitantes situada en Uripa, sabe que Apurímac lo tiene todo para posicionarse como una región ecológica modelo que elabore productos de consumo alimenticio 100% naturales, libres de fertilizantes químicos. Todos ellos fruto del perfecto equilibrio entre las técnicas de cultivo ancestrales, las que aún practican los abuelos de la zona, y las nuevas tecnologías. Pero eso requiere de un cambio de mentalidad que implique un profundo respeto a la naturaleza. Una real conciencia ambiental, sobre todo por parte de las nuevas generaciones. El deseo de trabajar en pos de este objetivo es el germen de la Red Universitaria Ambiental Musuk Muqu, de la que ella es presidenta. El nombre quechua no podría será más preciso: “Nueva Semilla”.
“Tenemos la mejor materia prima pero no sabemos darle valor agregado. Si lo hacemos no solo habrá más empleo en la zona, sino que tendremos garantizada la seguridad alimentaria, y lo lograremos valorando nuestras costumbres. Es mucho lo que nuestros mayores pueden transmitirnos. Hay que recuperar todo ese conocimiento. Es importante, además, que los jóvenes y los adolescentes seamos conscientes de la importancia de cuidar nuestro entorno. Nosotros somos el futuro”, asegura esta universitaria que desde el colegio se preocupó por el uso racional de los recursos naturales de su localidad, ya fuera trabajando con la arcilla o utilizando las plantas de la zona para teñir textiles.
La Red Universitaria Ambiental Musuk Muqu camina con fuerza. Sus trece integrantes, en tres meses de constituidos, ya han organizado cuatro fórum en los que han proyectado “videos reflexivos” con los que tratan de sensibilizar a los jóvenes en torno a temas como la conciencia ambiental, la relación entre la minería y la agroindustria y la importancia de tratar de forma adecuada los residuos sólidos. El número de asistentes promedio ha sido de 90 personas. Todo un logro para una organización tan novel. Y ya están en conversaciones para impartir charlas ambientales en dos colegios de Secundaria de Andahuaylas.
“En la educación está la clave”, dice convencido Abel García, de 25 años, estudiante de Ingeniería Agroindustrial en la Universidad Nacional José María Arguedas y miembro de Musuk Muqu. Al igual que Marianela él cree firmemente en la importancia de transformar la materia prima agropecuaria de la zona, aunque en su caso su pasión son los árboles y desea involucrarse, en un futuro no muy lejano, en cultivos de consumo directo, como son los hongos que crecen en las raíces de los pinos.
“Los bosques lo son todo. Comparten con nosotros de forma generosa sus recursos. Y deberíamos seguir su ejemplo y hacer lo mismo con nuestros conocimientos. De nada sirve acumular todo lo que sabemos y quedárnoslo para nosotros mismos. Debemos compartirlo. Solo así lograremos el cambio que buscamos”, sostiene este técnico del Instituto Tecnológico Agropecuario que trabajó dos años en el Gobierno Regional, en el “Proyecto de Forestación y Reforestación de las subcuencas del río Chicha – Andahuaylas y Pampas – Chincheros”, y decidió ingresar a la universidad para ampliar sus conocimientos y poder trabajar de forma más preparada por el desarrollo de la población.
Abel es muy práctico. Apuesta por la experiencia que complementa a toda teoría. Y quiere que otros jóvenes que asisten a los foros y a las charlas educativas en los colegios vivan en carne propia todo aquello que se les explica con imágenes. Dice que para aprender hay que palpar aquello de lo que se habla, que es como mejor se asimilan las cosas. Por eso, además de la labor de sensibilización que la Red Universitaria Ambiental de la que forma parte ya trabaja, él tiene como objetivo el desarrollo a corto plazo de pasantías en lo que él llama “chacras-escuela”, en las que desea que los andahuaylinos recuperen su amor por el consumo de los productos de la tierra, “que es donde está el futuro de la región”.
Un enfoque que comparte con Marianela, que trabaja actualmente desde los laboratorios de la facultad en la elaboración de productos locales con valor agregado que resulten más atractivos para una población que ya solo acude a las bodegas a comprar arroz y fideos. ¿Su primer resultado? Una bebida natural hecha con papaya, quinua, kiwicha y colorante nativo extraído del cheqche (una planta silvestre local que es, además, objeto de estudio de su tesis) que salió premiada en julio en la Feria Agropecuaria de Tejamolino. Todo un incentivo para la futura ingeniera.
La semilla de su revolución verde ya está plantada. Y en unos años dará pasó a una nueva planta, que se hará adulta y se alimentará del entorno hasta florecer y producir nuevas semillas, de las que crecerán a su vez nuevas plantas. Es el ciclo de la vida del que ellos ya forman parte. Y de forma especialmente activa. ■
Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.