La búsqueda del Edén en la tierra del cobre (I)

El agua que corre por las laderas del Tintayparo, el apu que tutela la comunidad Acpitán (Apurímac), discurre veloz a través de canales y acequias, entre los pastos, las queñuas y los alisos. Lo hace murmurando los secretos de la montaña, del cielo y de las lluvias, cada vez más escasas. Y llena de nutrientes la tierra, los árboles y las chacras de esta pequeña localidad andina ubicada en el corazón de Las Bambas, el proyecto minero más grande en Perú.

Su origen es casi divino. Proviene de las alturas, del seno de la laguna Ccomerccocha (4273 metros sobre el nivel del mar), guardiana celosa de un recurso que oculta entre sus brumas. Es la única que abastece de forma directa al distrito, por eso los pobladores la cuidan con una mezcla de temor y respeto. Para ellos es sagrada. No son pocas las historias de los hombres que se acercaron a la frontera de sus orillas y nunca más regresaron.

Nadie sabe con exactitud la profundidad del espejo de agua, pero en los últimos años ha duplicado su área gracias a la labor organizada de los agricultores, que siguiendo las enseñanzas de sus mayores, optaron por la “siembra y cosecha de agua” para mantenerla siempre rebosante. Ellos levantaron un dique de piedras y barro en el lado de su desembocadura natural. También cavaron algunas zanjas de infiltración en las laderas cercanas. Ambas construcciones logran su cometido: captar y almacenar el agua proveniente de las lluvias.


El cerco de juncos que emerge en el centro de Ccomerccocha, hábitat natural de infinidad de aves, señala los límites de la laguna en ese pasado no tan lejano. “Estamos preocupados. No es habitual ver las algas del fondo y esas totoras suelen estar cubiertas, pero no llueve apenas. Solo graniza sin aviso, malogrando las cosechas. Por eso el nivel del agua está bajo. ¿Qué más podemos hacer?”, se pregunta Rosario Huamán, miembro de la asociación de productores agropecuarios y una de las encargadas de las tareas de limpieza y mantenimiento de la represa.

Iniciativas para conservar los recursos naturales y evitar la degradación del suelo en Acpitán no faltan. Un conducto en la base del dique controla el caudal de salida del agua de la laguna y garantiza el manejo sostenible de las praderas naturales. Está previsto reforestar la zona con queñuas que regulen el clima, prevengan la erosión de los suelos y mantengan la humedad que alimenta los puquios. Los animales ya solo pueden pastar en áreas restringidas. Pero las amenazas al frágil equilibrio del ecosistema parecen no terminar nunca.

A los signos evidentes del cambio climático en las alturas andinas —al que los comuneros ya se están adaptando — y las malas prácticas como el sobrepastoreo, las quemas y las técnicas de cultivo inapropiadas —que ya trabajan juntos para erradicar—, se suma ahora la llegada de la empresa “Porvenir”, una minera con nombre de futuro cuya presencia indica que el mañana extractivo de la región se ha transformado en presente.

“El Estado le ha dado en concesión el territorio en el que está Ccommercocha para que busquen oro y cobre, pero ellos no pueden usar su agua. Nos pertenece. Y eso es lo que estamos vigilando, que se cumpla la ley”, reivindica Fran Castro, coordinador de las rondas campesinas.

Sus palabras vienen respaldadas por documentos que certifican la propiedad comunal de la laguna y su licencia de uso. Los tienen desde 1999, cuando solo con títulos resolvieron el conflicto mantenido con Coyllurqui por el agua. Hoy ambas poblaciones comparten incluso las faenas de limpieza de los canales. Los papeles, por su parte, reposan bien ordenados en un archivo de la casa presidencial, epicentro de la vida de esta comunidad.


La organización es la clave del desarrollo en Acpitán. Sus pobladores han comprobado que solo bien ordenados pueden proteger los recursos naturales de los cuales depende su vida y economía. Por eso la comunidad es ahora una suerte de tablero de ajedrez asimétrico dividido en casas, tierras de cultivo, bosques y reservorios, en el que todos saben el rol que desempeñan. La gestión participativa es tan fuerte que ni aun siendo época electoral es posible encontrar una sola pinta en las paredes de las viviendas. Así lo decidieron en asamblea. Todos cumplen la disposición.

“Nos juntamos el primer domingo de cada mes en la plaza, hablamos de aquello que nos preocupa, sin temor, y tomamos decisiones que nos benefician a todos”, comenta el presidente de la comunidad, Javier Lima, desde el segundo piso de la casa presidencial, situada en una esquina de la gran explanada de tierra y pasto en la que se reúnen los comuneros, las mujeres y los jóvenes de Acpitán. Un logro impensable hace apenas algunos años, cuando los agricultores apenas acudían a las asambleas y los acuerdos, adoptados por un número no representativo de comuneros, se escribían en documentos que no tardaban en perderse.

Inaugurada en mayo de 2014 la Casa Presidencial es la base de todas las operaciones. Fue construida entre todos, divididos en grupos de diez personas, y cada familia aportó un número determinado de adobes. A la espalda de Javier, un inmenso mapa parlante dibujado sobre la piel de una vaca representa el ñawpaq (pasado), el munan (presente) y el quepaman (futuro) al que dirigen sus pasos. En un lateral de la estancia, perfectamente colocados en estantes, se alinean las carpetas en las que se archivan la ley general de la comunidad, su reglamento, su estatuto, su padrón, los informes de gestión, las quejas, las renuncias y todos aquellos papeles que aluden a los terrenos de la comunidad.

La habitación habla por sí sola. Los papelones que cubren las paredes dan cuenta de los comités que trabajan por el desarrollo de la localidad: el de pesquería de la laguna Ccomerccocha, el forestal, el de regantes, el de producción agropecuaria e incluso el del Club Deportivo Apu Tintayparo, todos integrados en el Comité de Desarrollo Comunal (Codeco). También proporcionan información de otras organizaciones como las rondas campesinas o la asociación de productores agropecuarios, le ponen nombre al alcalde del agua y detallan los planes de trabajo anuales.

“De esta forma nos aseguramos el compromiso de cada poblador con la tarea a realizar. Y todo está cubierto. Cada actividad tiene un tiempo que hay que cumplir. Ahora sabemos cuándo se siembran los pastos, cuándo se limpian las acequias, cuándo participamos en ferias o cuándo reforestamos con pinos en las partes altas. Sin organización no se puede hacer nada. La comunidad sabe que ésta es la clave de su progreso”, afirma Juana Lima, teniente gobernadora de Acpitán, vicepresidenta de la Asociación de Productores Agropecuarios y miembro de la Federación Distrital de Mujeres de Coyllurqui. ■


Texto escrito por Carolina Martín –con fotografías de Omar Lucas– que forma parte del libro Lecciones de la Tierra. Fue publicada por el MINAM y la COSUDE en agosto del 2015.

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Redaccion Apacheta

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