Grandes lecciones en botella chica

“Señor, bendice estos alimentos que por tu bondad vamos a consumir y te rogamos que tampoco falten en las mesas de otras familias”, entona puntualmente Ivar Rimachi en el humilde pero impecable comedor del centro escolar que dirige desde hace casi un año. Las acciones ambientales cumplen un papel fundamental en la propuesta pedagógica que el CRFA Virgen del Rosario imparte desde 2006 y son varias las iniciativas que concitan el interés de toda la comunidad docente.

“Aquí no desperdiciamos nada”, comenta Rosemary Chumbes, una joven estudiante de diecisiete años. “En la cocina preparamos las verduras, hortalizas y frutales que cultivamos entre todos en el fitotoldo –un invernadero situado en una ladera cercana a las instalaciones, donde crecen los productos de estación bajo el abrigo de un extenso plástico– y con los restos alimentamos a los cuatro chanchitos que tenemos. “Sus excrementos nos sirven para producir compost”, continúa Pepe Oré, de catorce años. “Con éste abonamos la tierra que nos permite tener de nuevo las acelgas, lechugas, zanahorias y coles para nuestras comidas”.

El desayuno se sirve a las siete –en uno de los muros de adobe un cartel advierte del ingreso a la hora exacta y de sus cinco minutos de tolerancia–, pero para los sesenta y cinco alumnos que conviven en el Centro Virgen del Rosario las mañanas comienzan antes de que cante el gallo, cuando los chicos –todos hijos de campesinos– recorren el sendero que une el pabellón de las habitaciones con los cuartos de aseo. Después, al alba, mientras la mayor parte asiste a las clases del Plan Lector, doce de ellos, siguiendo un participativo calendario rotativo, trabajarán a fondo en la cocina-comedor preparando el desayuno que en este momento están a punto de ingerir con apetito.

La participación solidaria de todos los grupos de interés en la institución es una de sus características más sobresalientes. Tanto los alumnos como sus familiares, liderados por un plantel de comprometidos monitores, alternan sus tareas con los quehaceres cotidianos del centro, lo cual permite que éste funcione como un perfecto mecanismo de relojería. “La educación que damos aquí es integral y al convivir las veinticuatro horas con los chicos los podemos llegar a conocer muy bien”, nos cuenta Doris Condori. “Además, al estar más cerca de los padres, podemos solucionar algunos problemas que trascienden lo puramente académico”, complementa Gliserio Soncco. Ambos forman parte del cuerpo de docentes de esta escuela desde hace tres años.


La realidad rural ha sido ingrata para la gran mayoría de estudiantes que viven en comunidades más alejadas porque antes de que existiera este tipo de centros tenían que desplazarse diariamente durante varias horas para recibir educación. La deserción escolar estaba garantizada. Sin embargo, en el CRFA Virgen del Rosario sucede todo lo contrario. Los jóvenes conviven en las instalaciones del centro y en régimen de internado la mitad del mes; los otros quince días lo hacen en sus comunidades alternando sus estudios con el trabajo en el campo. Es entonces cuando los docentes se movilizan hasta los hogares de sus pupilos y continúan con su formación involucrando así al resto de miembros de la familia. A su vez son los padres y hermanos mayores de los alumnos, organizados por turnos y por comunidades, los que también se acercan hasta el centro para responsabilizarse de la manutención del conjunto de chicos un día al mes.

El salón que hace las veces de dirección, aula de tutoría y archivo, está presidido por dos grandes cartulinas profusamente dibujadas que encierran la visión y misión que todos conocen y comparten. La primera proyecta para el 2016 un futuro estimulante: ser la institución líder en la formación de jóvenes con la capacidad de ser investigadores, creativos e innovadores. Y prueba de este optimista ambiente de motivación son los informes prolijamente escritos, ilustrados y encuadernados por los alumnos y que los docentes guardan como oro en polvo en las enclenques estanterías de la biblioteca. Los temas son de lo más variado: desde la comercialización de plantas medicinales nativas en los mercados provinciales hasta la mejora genética de los ovinos o la revalorización de la fibra de alpaca a través de productos con valor añadido; son más de cien y todos han servido para que los alumnos egresen de la institución con un proyecto al cual dedicarse en el futuro.

“Nuestros alumnos son muy maduros y por eso les motivamos a que adquieran con sus estudios las herramientas necesarias para llegar a ser profesionales”, comenta el monitor Noé Ríos, “Queremos que sean protagonistas del cambio”, complementa Ivar. Y hacia ello apunta su trabajo como maestros: José Luis, Rosemary, Aydeé, Ana María y Pepe son algunos de estos jóvenes con una nueva concepción del mundo, con un formado espíritu crítico y que están llamados a ser abanderados del tema ecológico en sus respectivas comunidades.

Efectivamente este círculo virtuoso que les permite ser autosostenibles se cerrará cuando cumplan el plan trazado y lleven al mercado de Haquira a Pancho, Javier, Hortensia o Alberto, alguno de los cuatro porcinos cuya carne podrá darles el dinero necesario para comprar esa fotocopiadora o impresora con la que sueñan mejorar la infraestructura de la institución.


También han diseñado un programa de reciclaje con el que pretenden lograr la mejora del ambiente y el bienestar de las familias de los chicos. “Este último año hemos reciclado principalmente papeles y plásticos. Y con las ideas que nos han dado los monitores hemos logrado implementar un proyecto para la reutilización del agua potable que se perdía en el lavatorio”, cuenta José Luis, quien a sus dieciocho años pronto abandonará la organización para insertarse en el mundo laboral junto a su padre.

El proyecto en el que han participado de una u otra manera treinta alumnos ha sido una de las cuatro contribuciones de buenas prácticas ambientales que el centro ha presentado al comité del GEO Juvenil Apurímac, una publicación impulsada por el Proyecto Manejo Sostenible de la Tierra (MST Apurímac), bajo la metodología del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Gracias a esta iniciativa liderada por Hubert Huancahuire, el agua de los lavatorios, que tras ser usada se desperdiciaba, es ahora eficazmente canalizada a través de un curioso sistema de tuberías diseñado con botellas de plástico descartables hasta una poza, también diseñada con botellas, que la distribuye entre los modestos aseos de la parte baja. Este sistema no solo ha generado un ahorro diario de más de cien litros diarios de agua potable sino que ha servido para congraciarse con el resto de la comunidad quien veía con recelo el despilfarro del recurso agua por parte de un significativo grupo de adolescentes.

“Los planes de estudios están diseñados especialmente para lograr la mejora del ambiente y el bienestar de sus familias”, interviene otra monitora, Jenny Ñaccha, que se da por satisfecha cuando comprueba cómo lo aprendido en el centro también es aplicado por los muchachos en sus hogares.

La mañana avanza y, mientras los chicos asisten a las siguientes clases, las cuatro familias que hoy han viajado desde la comunidad de Chacamachay para preparar el almuerzo y la cena se organizan alrededor a la recién estrenada cocina económica, fruto también de un proyecto que pretende mejorar su eficiencia. Gracias a él han logrado reducir el consumo de leña en un 35%; además, el tiempo de cocción de los alimentos ha disminuido significativamente. Menú del día: saludable ensalada de jugosos tomates, tiernas cebollas y deliciosas lechugas del fitotoldo; y como plato de fondo suculentos olluquitos con charqui acompañados de una infaltable porción de arroz blanco. Horario de atención: 1:00 pm. Se ruega hora exacta; los retrasos serán premiados con trabajos comunitarios.

Después del almuerzo los chicos abandonan ordenadamente el comedor y salen a jugar a un patio que no tiene más límite que los cerros que desdibujan el horizonte. Aún falta media hora hasta que comience una de las actividades diarias que más interés despiertan: las tertulias. Éstas suponen un espacio pensado para legitimar el diálogo y la construcción colectiva de una ciudadanía crítica desde la niñez, son moderadas siempre por uno o dos monitores y gozan de una alta participación por parte de los jóvenes, quienes no callan nada a la hora de intervenir. “En las tertulias son los chicos quienes exponen problemas e intentan dar soluciones a los temas que les preocupan”, comenta Ivar. “Nosotros, como educadores, les apoyamos y les sugerimos la mejor manera de enfocarlos”.

De esta manera, fruto de una tertulia surgió en 2011 “Yo reciclo en Haquira”, una campaña interna de recojo y clasificación de basura. Los chicos, preocupados por la alarmante acumulación de plásticos en los vertederos del distrito, diseñaron una estrategia para ir puerta a puerta recolectando las botellas usadas de gaseosa y así obtener un volumen de materia prima significativo para ser compactado y luego reciclado por diferentes emprendimientos locales dedicados a impulsar obras sociales. La campaña amplió su radio de acción y terminó implicando a todo el distrito de Haquira.

El recuerdo de este notable éxito actualmente se erige frente a un aula poco convencional que todos llaman “el aula ecológica de usos múltiples”, una sencilla estructura de palos de madera revestida con más de cuatro mil botellas descartables que, cuando el caprichoso clima andino no lo impide, es sede oficial de las más animadas tertulias vespertinas.

A una cierta distancia la contemplación de la casita de botellas es magnética. El espacio de aproximadamente diez metros de largo y cuatro de profundidad, una extraña mezcla entre fantasía y realidad, es la escenificación del trabajo coordinado de un grupo de motivados jóvenes. Alumnos de entre catorce y dieciocho años que con mucha creatividad y pocos recursos han sabido canalizar sus ansias por transformar la realidad. Cada botella guarda un mensaje enviado al planeta desde esta singular isla de plástico en medio de un remoto mar de montañas. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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