Generación 3R

Los tres grandes tachos de color guinda en los que Yoan Aréstegui y su familia separan la basura que se genera diariamente en su hogar en Andahuaylas aguardan en fila, como buenos soldados, en un rincón del patio de la casa, junto a la cocina. Cada uno de ellos, de 20 litros de capacidad, guarda en su interior desechos orgánicos, plásticos y papeles, respectivamente, de forma totalmente ordenada. La fuerza de la costumbre transforma la rutina en ley.

Reciclar, reducir y reutilizar. La consigna se resume en una ecuación simple de nombre corto pero poderoso: las 3R. Los Aréstegui la siguen al pie de la letra desde hace más de tres años, cuando Yoan, estudiante de Ingeniería Ambiental en la Universidad Alas Peruanas (UAP), les explicó a todos la importancia de separar los residuos sólidos urbanos. El amor por la naturaleza es, sin embargo, innato en el seno de esta familia de agricultores con chacras de papa, maíz y cebada; e invernaderos de hortalizas en el mismo Andahuaylas. Toda la producción es orgánica.

En la casa de Yoan no se desperdicia absolutamente nada. R1. Reciclan. Con los desechos orgánicos su abuela hace compost y humus para las chacras; y los papeles se los venden a una asociación encargada de recoger este material. R2. Reducen. Todas las habitaciones tienen focos ahorradores, se consume el agua de forma responsable y si van a dejar la casa por un tiempo desconectan todos los aparatos eléctricos. R3. Reutilizan. Cortan las botellas de los yogures y las usan como envases para guardar objetos pequeños, y transforman los jeans viejos en carteras y cojines. Nada se bota si es que aún puede ser útil.

Tampoco se consumen bolsas de plástico, solo costales para cosas muy grandes. Y los productos que compran los cargan en bolsas de lana que Yoan y su madre tejieron específicamente para tal fin. “Existe demasiada basura en Andahuaylas y no podemos contribuir a incrementar esa situación. Por eso es importante que todos tratemos, en nuestras casas, de generar menos residuos. Es lo mínimo que podemos hacer. Da cólera ver que todo va al botadero junto, que no hay una separación de los desechos”, explica la joven estudiante y coordinadora de la Red de Voluntariado Ambiental Juvenil (RVAJ) de Andahuaylas.
La regla de las 3R es una constante en su vida; el tema estrella en los foros, marchas y pasacalles que los jóvenes organizan en fechas importantes del Calendario Ambiental; y la consigna en las jornadas de limpieza y en las reuniones que cada sábado tienen los 25 chicos y chicas que conforman la Red. Una regla, en definitiva, que ha inculcado en su familia y sueña se replique en toda la ciudad.


La visión es compartida con Felipe Layme Bonifacio, estudiante de Administración de Empresas de la Universidad Nacional José María Arguedas (UNAJMA) y compañero de Yoan en la RVAJ. Él también separa y aprovecha casi toda su basura. Los residuos orgánicos le sirven para hacer el compost con el que abona su pequeño jardín, y el plástico y el papel los vende a los recicladores de su zona.

La concentración de residuos en las calles se ha transformado en un problema de salud pública cuya solución pasa por la construcción de un relleno sanitario moderno, pero sobre todo “por un cambio de mentalidad que implique la real preocupación de las autoridades de proporcionar a la población servicios de limpieza adecuados y respetuosos con el medio ambiente. Debe crearse una cultura ambiental que vea la basura como fuente de energía y no como desperdicio”, asevera.

Felipe es el emprendedor con conciencia ecológica. Aprendió a amar el campo de niño, cuando acompañaba a la chacra a su familia. A los 17 años fue voluntario de la Red Interquorum de Apurímac, un espacio de encuentro de ciudadanos que buscan propuestas sostenibles de desarrollo. En 2012 participó como joven en Río + 20, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible que se realizó en Río de Janeiro (Brasil). Y a sus 21 años ya ha detectado uno de los principales obstáculos para el desarrollo de su región: no existe un enfoque integral de desarrollo que busque la sostenibilidad en temas del agro.

Por eso estudia Administración, para poder elaborar planes de gestión con enfoques de mercado y productividad que impulsen el progreso en su región. Sueña con tener una empresa propia especializada en temas de agroecología y comercio justo. Y ya tiene su análisis hecho para poder transformar las amenazas y debilidades de la zona en fortalezas y oportunidades.

“Es mucho lo que hay que hacer. Para empezar hay que darle voz a los campesinos, para saber qué es lo que necesitan. También hay que ejecutar los Fondos del Canon Minero en proyectos sociales; y hacer que el Gobierno Regional destine parte de su presupuesto a proyectos de desarrollo y no solo de infraestructura. Hay que vigilar de cerca el desarrollo de la minería informal de hierro y cobre que ya opera en la zona y amenaza la agricultura. Aprovechar el potencial turístico de Andahuaylas y sus alrededores, que pasa por mantener y mejorar los cultivos que dibujan su paisaje. Y usar en beneficio de la población la gran variedad genética de nuestros cultivos para alcanzar nuestra soberanía alimentaria”, precisa.

Tanto Yoan, como Felipe y el resto de integrantes de la Red de Voluntariado Ambiental Juvenil de Andahuaylas tienen las ideas claras y confían en su potencial para transformar la ciudad en un espacio que se preocupe por el cuidado de sus recursos naturales. El panorama es complicado, pero Yoan es positiva. Cree que la situación actual es crítica, pero no terminal. Y afirma que con la fuerza de los jóvenes todo cambio es posible. Luego se mira el brazo y se señala las venas. “Yo creo que mi sangre no es roja, sino verde”, dice. Y se echa a reír. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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