Cantos al vientre de una embarazada

En una pampa de la comunidad de Kjana Hanansaya, Cusco, a 4.000 metros de altura, se encuentra una construcción en forma de ele pintada de azul. En su fachada hay murales con niños, y rótulos que hablan de alimentos protectores, otros que dan fuerza, y unos más que ayudan al crecimiento. Un rótulo dice: Centro de Vigilancia Comunitaria para el Cuidado de la Madre y el Niño.

El Programa de Adaptación al Cambio Climático-PACCPerú apoyó su creación junto a las comunidades y la Municipalidad de Kunturkanki, para cambiar la dura realidad del distrito: cuatro de cada diez niños menores de cinco años sufren desnutrición crónica. “Aquí vienen madres con niños de esas edades”, explica su coordinadora, la nutricionista Evelyn Tuero, “para fortalecer sus capacidades en salud, nutrición y desarrollo infantil temprano”. Este centro es uno de los catorce que se pusieron en marcha gracias a un Proyecto de Inversión Pública sobre seguridad alimentaria en condiciones de cambio climático, diseñado e implementado de forma concertada.

Yolanda Labra, de 27 años, y su prima Victoria Mamani, de 30, lo visitan junto a sus hijos desde que se construyó, como otras muchas mujeres. Aquí han aprendido, por ejemplo, la técnica adecuada para la lactancia, a controlar el crecimiento de los pequeños, y a balancear la dieta con quinua y hortalizas. “Antes cocinábamos puro chuño con papita, sin verduras, sin carne”, cuenta Victoria. “Cuando estamos gestantes, debemos alimentarnos para que los niños salgan bien de peso y talla”, añade Yolanda, “y comer vitaminas, minerales, carbohidratos, y proteínas”.

—¡Me gusta escucharles hablar de proteínas y carbohidratos! —dice Evelyn.
Este también es un Centro de Estimulación Temprana donde los niños desarrollan sus habilidades mediante los juegos. “Algunos no eran muy sociables y, poco a poco, juegan entre ellos”, explica la coordinadora. Ana Gualberta Mamani, de 21 años, tiene tres hijos: “He aprendido a fabricar juguetes con latitas, chapitas, con ropas. Y Elvis, su papá, les enseña los colores, los números, a pintar, a escribir, a jugar”. Y concluye: “Mucho nos han cambiado”.


Jenifer Quispe, de 30 años, y su esposo Elio Ayala, de 31, viven en Pumathalla, Cusco, a 3.900 metros de altura. También creen en la estimulación temprana y en su idea de que la inteligencia no es hereditaria, se construye desde la gestación. La han puesto en práctica con sus tres hijos: Edu, de 8 años, Esmith de 4, y Jemilder, de uno. “Edu empezó con sus poesías desde chiquito”, cuenta Elio. Ahora es “uno de los mejores alumnos de su escuela, uno de los poetas de su clase”. En cuanto pueden, él y su hermano Esmith declaman poemas a Santa Rosa de Lima o a los colores de la bandera peruana.

Los dos ya habían nacido cuando el PACC llegó a la región. Faltaba Jemilder. A él su madre sí pudo estimularle durante el embarazo. “Ahí empieza el niño a formarse, a grabar en su cerebrito”. Le hablaba. Le cantaba que le esperaba alegre, con mucho cariño: “Suyasayki kusiskga, munacujg sonqoywan”. Le ponía la radio. E iba a ver bailes. Ahora Jemilder es un niño despierto que baila las melodías que “escuchaba” y se emociona con las danzas que “veía”.

Jenifer y sus hijos acuden dos veces al mes al Centro de Estimulación Temprana de Pumathalla, donde juegan con otros veinte niños. Como eso les parecía poco, decidieron construir una réplica en su propia casa. Ahí saltan, cantan, bailan, lanzan sus peluches o la pelota, y aprenden con sus padres.

Esta familia es modélica. Si se tuviera que escoger una, entre las 260 de la comunidad, que represente la filosofía de la adaptación al cambio climático, esta podría ser la elegida. Convirtieron su vieja casa de una habitación, donde todo era desorden, en una vivienda armónica con estancias independientes alrededor de un patio: cocina, dormitorio, sala de estimulación, y almacén. Añadieron un biohuerto, para cultivar las hortalizas que apenas habían probado. Han construido cinco qochas o lagunas, que recargan los manantes, humedecen los pastos, dan de beber al ganado, y permiten el riego. Clausuran pastizales para favorecer la infiltración de la lluvia, y poder recolectar semillas, que siembran donde hubo erosión. Llevan a cabo el pastoreo ordenado de sus cinco vacas y sus catorce ovejas. Algunos de sus ejemplares crecen tanto y tan sanos, que triunfan en las ferias ganaderas. Además, Elio es un kamayoq, un campesino experto que comparte sus saberes con otros campesinos; que ha supervisado la construcción de setenta qochas; y que ha participado, junto a un centenar de hombres y mujeres de Cusco y Apurímac, en el Programa de Formación de Líderes y Lideresas en Cambio Climático. “Mis sueños son seguir teniendo los ganados mejorados, unos ingresos más altos, y hacer estudiar a mis hijos”, dice. “Quiero llenarme de qochas, para tener más agua. No voy a dejar ir a la lluvia. Tengo que atajarla aquí, se tiene que quedar aquí”. Y conociendo su tesón, y el de su esposa, se quedará. ■


Una crónica de Raúl M. Riebenbauer, con fotografías de Antonio Escalante. Fue publicada en el libro Yachaykusun, de la COSUDE y el MINAM, en diciembre del 2014.

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Redaccion Apacheta

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