Aprendices de alquimistas

Los recursos naturales que ofrece la siempre generosa madre tierra cobran otro significado en las manos de los alumnos de Educación Secundaria del IE Giraldo Contreras Trujillo, en Antabamba (provincia de Antabamba). Ellos transforman las hierbas en ungüentos y preparan los diferentes granos andinos que combaten la desnutrición de decenas en formas creativas. El aula de Ciencia, Tecnología y Ambiente (CTA) de este colegio enclavado en la zona de Barrio Alto, se transforma así en una suerte de laboratorio liderado por jóvenes alquimistas que trabajan para elaborar productos orgánicos con los que mejorar la vida de su comunidad. Y lo consiguen.

No utilizan químicos ni generan desechos tóxicos, por lo que son 100% respetuosos con el ambiente. Y con gran espíritu emprendedor usan los vastos conocimientos sobre su entorno, heredados de sus padres y abuelos, para lograr soluciones económicas y ecológicas a los problemas cotidianos de la localidad. Como la crema de sasawi-leucheria daucifolia, con la que curaron hace poco más de un año y en tiempo record las heridas producidas por los piojos en la piel de las alpacas de los comuneros altoandinos.

La idea surgió de uno de los estudiantes de 4º de Secundaria, que observó cómo los animales de su familia que tenían ese problema se acercaban de forma recurrente a estas plantas para aliviar su picazón. Y pensó que producir un ungüento con las mismas podría ser algo bueno. Así que le expuso su iniciativa a Gloria Jara, su profesora de Ciencia, Tecnología y Ambiente (CTA), quien estuvo de acuerdo. Y pronto el salón, con pocos recursos pero toda la motivación, se volcó en la experiencia.

Luz Valentina, Janeth y Flor de María quieren dedicarse en un futuro a cuidar la naturaleza. Por eso se toman muy en serio las clases de ciencias en su colegio.

Trajeron las mejores matas de la puna, las procesaron, incorporaron grasa de pollo para lograr untuosidad y talco para rebajar su fuerte olor. Y comprobaron con gusto como la pomada funcionaba en alpacas y corderos. Así que con la ayuda de los ingenieros de un instituto tecnológico local produjeron cinco kilos del bálsamo, que vendieron en envases de vidrio de 100 gramos a S/.5 cada uno, cinco veces menos que el producto homologado por un gran laboratorio.

El éxito fue total. Combatieron la plaga en apenas dos semanas. Fueron incluso felicitados por el Ministerio de Agricultura. Y aunque la ausencia de fondos para continuar el proyecto paralizó la iniciativa, la experiencia despertó la vocación de Christian David Checcla, el alumno encargado de traer el sasawi desde las alturas (crece a 4300 msnm) hasta el aula, hoy estudiante de Agronomía y Zootecnia en la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco (UNSAAC).

Un camino que también podría recorrer Flor de María Narváez, de 17 años y una de las principales responsables del “Proyecto Conociendo las propiedades del oro andino mejoro mi nutrición”, con el que los alumnos de CTA buscaron el año pasado, con motivo de la celebración del Año Internacional de la Quinua, difundir las propiedades nutritivas de un grano “que se cultiva de forma masiva en Antabamba, pero que sin embargo apenas se consume en la zona, pues casi toda la producción se vende fuera”, relata la estudiante demostrando que tiene bien aprendida la lección.

Una situación que buscan revertir a base de platillos tan exquisitos como el budín de quinua -en su versión salada y dulce-, la papilla de quinua, la torta de quinua e incluso la chicha de quinua. “Vivimos un boom de este grano y sin embargo en el distrito casi nadie sabe que esta planta es rica en proteínas y minerales como el hierro, el magnesio, el fósforo, el potasio y el calcio; así como en vitaminas del complejo B, vitamina C y E. Es decir, es la mejor para combatir la desnutrición tan alta que existe en Apurímac. Si se lo llevan los astronautas hasta el espacio, ¿por qué no vamos a comerlo nosotros, que lo tenemos tan cerca?”, sostiene Flor de María. Y con esos argumentos de peso, es difícil no darle la razón. ■


Un texto escrito por Carolina Martín, con fotografías de Omar Lucas, que forma parte del libro Geo Juvenil Apurímac. Fue publicado por el MINAM en el año 2015.

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Redaccion Apacheta

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