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“El Gran Tesoro de la Naturaleza” narra las aventuras que vive Ania –una niña indígena de ocho años– intentando que Meshi, el árbol que produce todas las semillas, entierre su tristeza y vuelva a ser el gran proveedor de vida del planeta.
Apenas dos meses después de su publicación, esta historia se volvió realidad en el corazón de la selva peruana. Un grupo de niños de la etnia kukama kukamiya, inspirados por el personaje, dieron un ejemplo de conservación a sus mayores y salvaron su bosque de la tala ilegal que lo estaba mermando.
(Los fragmentos que estructuran cada parte del texto pertenecen al cuento “El Gran Tesoro de la Naturaleza”, escrito por Joaquín Leguía).
ANIA ABRAZÓ FUERTE A SU ABUELITO Y LE PREGUNTÓ CON GRAN EMOCIÓN: —ABU, ¿IREMOS HOY A BUSCAR EL GRAN TESORO DE LA NATURALEZA? |
Eusebia Murayari tiene 72 años, no sabe leer ni escribir, pero hoy será la maestra. Su hija Ema Tapullima no pudo terminar la educación secundaria. “¿Para qué si su función será la de criar hijos?”, sentenció el padre; y Eusebia lo apoyó. Desde entonces ha pasado mucha agua por el Marañón, ese río que se encuentra a un costado de Puerto Prado, en el distrito de Nauta, en la región Loreto, en donde ambas mujeres viven. Ema es la actual presidenta de la comunidad y Eusebia enseñará hoy a los niños algunas palabras en kukama kukamiya, un dialecto local que ha estado a punto de desaparecer.
—El jugo de esta hoja atrae la suerte para pescar el paiche —explica Eusebia, a quien todos llaman “abuela”, mientras sostiene una hoja de ishanga ante la mirada absorta de una docena de niños y jóvenes—. Se machaca con cuidado y se unta la punta del anzuelo antes de lanzarlo.
—Su superficie tiene unas células epidérmicas largas y afiladas —complementa Teresita Ruiz, la joven ingeniera forestal que también asiste a la lección—. Con un simple roce se rompen y se convierten en afiladas agujas que inyectan ácido fórmico. ¿Y saben qué sucede después?
—Síííí —contestan todos a coro. Confirmado: alguna vez han sufrido el intenso escozor que produce el líquido urticante, que deja un molesto sarpullido.
Una muñeca de trapo también asiste a la clase de botánica en brazos de la pequeña Wendy, de cuatro años.
—¿Quién es? —le pregunta a la niña kukama.
—Se llama Ania y es mi amiga —contesta la pequeña.
(Las palabras de Ania han sido escritas en base a entrevistas a Joaquín Leguía y Nelly Paredes, quienes generosamente le han prestado su voz).
“Hola, me llamo Ania y aunque represento a una niña de ocho años tengo en realidad veinte. Fui concebida como una niña indígena porque, según mi creador, ‘las niñas indígenas están consideradas como los seres más marginados del planeta’. Formo parte la Asociación para la Niñez y su Ambiente (ANIA), y soy la protagonista del cuento “El Gran Tesoro de la Naturaleza”, con el que pretendo inspirar a los niños y jóvenes a la protección de nuestros bosques. Tengo un hermano mayor, Kin, que me ayuda a cumplir esta misión”.
Ania, ¿cómo empezó tu aventura?
Le hablé a Joaquín Leguía en medio de un sueño profundo para comprometerlo a hacer algo por los niños y por la naturaleza. Joaquín se despertó sobresaltado, cogió un lápiz y un papel, y me dibujó por primera vez. En 1995, él investigaba sobre el rol de los niños en la comunidad nativa Ese Eja, en Madre de Dios. Días después escribió el primer borrador de mis historias.
¿Por qué te pusiste en contacto con Joaquín?
Porque creo que todos los seres humanos compartimos un mismo propósito: construir un mundo mejor. La aventura de la vida consiste en descubrir cuál es el talento especial que tenemos cada uno de nosotros para lograrlo. Mi misión es evitar que cualquier niña o niño deje de saberlo. Busqué a Joaquín para que me ayudara.
Proteges un espacio que otros destruyen.
Hay muchas cosas que podemos hacer para proteger la naturaleza, pero solo hay una que no podemos dejar de hacer: desarrollar valores y actitudes en las niñas, niños y adolescentes para que la valoren y cuiden el resto de sus vidas.
¿Has pensado alguna estrategia?
Se llama Tierra de Niñas, Niños y Jóvenes (TINI), y con ella buscamos formar y empoderar a niñas, niños y jóvenes como ciudadanos afectivos, emprendedores y comprometidos con el ambiente.
—¡RECUERDEN QUE TODA LA NATURALEZA, QUE ESTÁ ARRIBA, ABAJO, A NUESTRO ALREDEDOR Y EN NUESTRO INTERIOR, TAMBIÉN NOS AYUDARÁ A ENCONTRAR EL TESORO… SÓLO TIENEN QUE CONECTARSE CON ELLA! —AGREGÓ EL ABUELO. |
“Cuando llega Ania a cualquier lugar motiva mucho a los niños”, comenta Nelly Paredes, coordinadora nacional de las TINI. “Ania cuenta su historia, la misión recibida de su abuelo Tawa, y los anima a que creen su propia aula verde”.
Ania va a todas las reuniones acompañada de su creador. Cuando se citó con el ministro de Educación, Jaime Saavedra, también lo hizo. “Yo la siento en una silla y simplemente espero a que sucedan cosas”, comenta Joaquín Leguía, el director de la Asociación. Y lo que sucede es que “las mujeres presentes en la reunión se conectan rápidamente con ella. Los hombres, sin embargo, observan a Ania, luego me miran a mí… y se ponen un poco incómodos. Aunque pasado el desconcierto, Ania suele lograr grandes acuerdos”.
En el 2012 Tierra de Niños fue reconocida por la Unesco como una buena práctica de educación para el desarrollo sostenible y en el 2013 fue el Ministerio del Ambiente el que la premió. Desde que en 1995 se creó la primera TINI en Puerto Maldonado, la Asociación ANIA, ayudada por más de 20 mil niñas, niños y jóvenes de todo el país, ha logrado recuperar más de 2 millones de metros cuadrados de áreas naturales en el Perú y está presente en Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Venezuela, Portugal, Escocia, India, Japón, Estados Unidos y Canadá.
En el 2014 logró otro hito cuando 127 mil ejemplares de “El Gran Tesoro de la Naturaleza” fueron distribuidos a través del Plan Lector en los colegios públicos del Perú, llegando a las manos de más de 2,6 millones de estudiantes. A partir del 2016, las TINI han sido adoptadas por el Ministerio de Educación como un importante recurso pedagógico para trasversalizar la temática ambiental en la educación primaria y las aventuras de Ania han dado el salto a un canal de cable internacional.
—¡WOW! ¿PODRÁ ESTAR EL GRAN TESORO DE LA NATURALEZA DENTRO DE ESTE ÁRBOL? —SE PREGUNTARON ANIA Y KIN. COLOCARON SUS OÍDOS JUNTO A MESHI Y ESCUCHARON LOS LATIDOS EN SU INTERIOR. |
Trece niños de entre 6 y 12 años caminan, jugando y cantando, por un sendero que se interna en el Bosque de Niños de Puerto Prado (BONI), un lugar inspirado en las aventuras de Ania. En unos minutos llegarán hasta la base de un imponente árbol que han bautizado como Meshi, otra ‘coincidencia’ más con el cuento de Ania. Hoy las carpetas han sido sustituidas por troncos y cada árbol es un apasionante libro de texto.
En un país como el Perú, con bajos índices de comprensión lectora y a la cola de la región en pensamiento lógico‒matemático, la profesora Leonor Sevillano ha encontrado en la pequeña Ania la perfecta aliada para motivar a sus alumnos a aprender. Desde hace 12 años es la única profesora —el 17% de las escuelas en el Perú son unidocentes— encargada del único salón —y el 46% están compuestas por un salón multigrados— de educación básica regular en Puerto Prado.
“El bosque ha resultado ser su mejor aula”, dice la profesora. “El BONI los ha hecho mucho más participativos y asimilan mejor los conocimientos; avanzan más rápido”.
Pedro Paucarcaja, promotor voluntario de la Asociación ANIA, recuerda el primer día que habló del bosque de niños frente a la comunidad. Todos pensaron que estaba loco, que “¡cómo iban a ceder parte del bosque para que fuera gestionado por sus hijos!”.
Pero los adultos terminaron cediendo y el 5 de diciembre del 2013 les entregaron oficialmente una parte de su bosque comunal: 100 hectáreas equivalentes a 100 canchas de fútbol. Después, y a pedido de los niños, el espacio se redujo a 12. La noche del 4 de diciembre, Cristian Ahuanari, el hijo adolescente de Marisol Tapullima, apenas pudo dormir de la emoción.
—¿ERES TÚ EL GRAN TESORO DE LA NATURALEZA? —PREGUNTÓ ANIA. —TAL VEZ —RESPONDIÓ MESHI. |
Cristian rebaña con su dedo índice un recipiente con pintura roja de achiote porque quiere dibujar tres gruesas rayas a ambos lados del rostro de su amigo Jarol Padilla. Luego este último hará lo mismo en la cara de Cristian. Según la tradición kukama, la primera raya representa el cielo, la segunda la tierra, y la última, el agua donde nació este pueblo. Ningún niño ingresará al bosque hasta que termine de decorarse todo el cuerpo.
“La comunidad entera vivía de espaldas al bosque y Ania los ha vuelto a conectar”, confirma Pedro Paucarcaja, el ingeniero agrónomo que desde hace tres años les asesora en este emprendimiento.
Han vuelto a valorar la cultura kukama y sus conocimientos ancestrales. Se han dado cuenta de que reconocerse en su cultura y recuperar su idioma les hace infinitamente más felices. “La abuelita Eusebia ha sido de gran ayuda porque aún recuerda cómo era el bosque original… ella hace el papel de Tawa, el abuelito de Ania en el cuento”, afirma el joven Cristian.
ANIA Y KIN, QUE SINTIERON LA TRISTEZA DE MESHI, LO ABRAZARON FUERTEMENTE […] Y MESHI SINTIÓ TANTO AMOR DE ANIA Y KIN QUE SE LLENÓ DE ENERGÍA Y ESPERANZA, Y VOLVIÓ A PRODUCIR CIENTOS DE SEMILLAS Y FLORES. |
En un lugar remoto de la selva de Madre de Dios, Joaquín Leguía intentaba cruzar una quebrada sobre un tronco, pero estaba aterrado de caerse. Una niña indígena que lo acompañaba se dio cuenta y le tendió su mano. Este gesto fue interpretado por Joaquín como una lección reveladora. “Ella me hizo descubrir que cuando muestras tu lado vulnerable en un entorno de afecto te permite empoderar a la otra persona”.
Para Joaquín, en la cultura de las sociedades machistas –el piensa que son la mayoría– prima el concepto de que el hombre es menos vulnerable que la mujer, pero eso no es cierto; la vulnerabilidad se convierte en sinónimo de debilidad y suele ser disimulada a través de la fuerza. Los hombres se vuelven más violentos y quieren someter a todo su entorno, sea un hombre, una mujer o la naturaleza. “La mala salud del planeta no es más que el reflejo de cómo estamos aquí dentro”, revela el padre de Ania mientras se toca el pecho a la altura del corazón. “Cuando escucho que el medio ambiente está mal pienso que es porque nos hemos olvidado de nuestro medio ambiente interno”.
Estratégicamente, estas reflexiones de Joaquín se materializaron en la creación de Kin, el hermano mayor de Ania. El nuevo personaje nació por la necesidad de involucrar en sus procesos no solo a las niñas sino también a los niños; y hacerlo desde un contexto de afectividad para nutrir en ellos su capacidad de proteger y proveer.
Jóvenes como Danny Tapullima, de 15 años; Cristian Ahuanari, de 16; o Joil Padilla, de 17, durante los tres últimos años han estado expuestos a reflexiones como éstas gracias al BONI. Ema Tapullima, la presidenta de Puerto Prado, confiesa que, después de liderar la comunidad por más de 13 años, de estar abriendo trocha —como a ella le gusta calificar su gestión—, no tenía claro su futuro relevo; pero en los últimos meses ha comprobado que “las acciones impulsadas por los niños dentro del BONI están forjando verdaderas vocaciones”. El bosque ha comenzado a dar frutos.
Hay asuntos entre comunidades en donde los niños han dado verdaderas lecciones a los adultos. Hace unos meses, por ejemplo, varios jóvenes de otra comunidad entraron al BONI sin autorización, lo cual fue considerado una provocación. Danny Tapullima, la presidenta actual del BONI, convocó a todas las partes a una reunión y llegaron a un buen acuerdo.
Joil finalizará en un mes sus estudios de secundaria. Si mantiene su promedio de notas accederá a una subvención del Programa Nacional Beca 18. Si lo logra, el joven formará parte del 5,4% de personas de más de 15 años que, provenientes de zonas pobres, acceden a un instituto tecnológico. Joil, al igual que Danny, quiere ser ingeniero forestal y especializarse en árboles maderables. Quiere seguir ligado al bosque.
Puerto Prado necesita más que nunca que los sueños de sus niños se cumplan para progresar como comunidad y estar mejor preparados frente a los desafíos de la naturaleza y del clima. Ema recuerda con resignación las cuatro veces que la comunidad completa tuvo que mudarse por culpa de las crecidas anómalas de los ríos Ucayali y Marañón, y la pérdida de sus fuentes de agua potable.
Mientras la educación no ayude a cerrar las diferentes brechas sociales, económicas o de género, los efectos climáticos no afectarán a todos por igual. Ema confía en la buena educación que les permitirá tomar mejores decisiones: “Todos en la comunidad nativa: niños, adolescentes y adultos, hombres y mujeres, sufrimos el problema ambiental; pero ahora también sabemos que somos parte de la solución”.
Como dice la pequeña Ania, “cada uno ha venido a este mundo con un pedazo del rompecabezas”.
Ania, la última pregunta: ¿es cierto el rumor de que tenías un pequeño escritorio en el junto al ministro del Ambiente?
Antonio Brack siempre decía que yo era su tercera viceministra. ■
Crónica escrita por Xabier Díaz de Cerio –con fotografías de Enrique Cúneo– que forma parte del libro Una misma mirada a partir de muchas voces. Fue publicada por el MINAM y el MIMP en julio del 2017.