Nubes entre los árboles

En los Andes más cercanos a la línea del Ecuador, las nubes se forman entre los 2000 y los 3500 metros sobre el nivel del mar, en la llamada ‘franja de condensación’, justo el rango de altitud en que las copas de los árboles montanos –de curvadas y largas ramas– se abren como reservorios de agua. El nombre de estos montes es su descripción más exacta: bosques de niebla o bosques de agua dulce. El segundo título se le atribuye debido a que pocos ecosistemas producen tanta agua dulce como él, y la explicación no revela ningún misterio, aunque sí una maravilla. Esa sorprendente cualidad para destilar las nubes y convertir aquello intangible en gotas, después en hilos y luego en ríos, tiene un relato, una historia con más de una enseñanza.

En los días de sol, los paisajes del bosque montano nublado se ven como una postal. La fronda se alza por entre las nubes y las cimas de los cerros parecen un animal agazapado que cobija en sus dominios singulares habitantes. El suelo, oscuro y nutrido, es el hogar de insectos y palmeras andinas que forman rodales. Hacia arriba, en las ramas que crecen, uno puede encontrar numerosas especies endémicas como el mono choro de cola amarilla y el colorido gallito de las rocas. En ese escenario natural hay una ironía: la quina, el árbol más célebre del Perú, aquel del escudo oficial del país, resulta ser el más escaso. Los botánicos la consideran una joya por sus cualidades astringentes, antisépticas, febrífugas, cicatrizantes y tónicas. Ya desde el siglo XVII se usaba la corteza de la quina para combatir el paludismo y aún hoy, pese al desarrollo de medicamentos sintéticos, se la sigue utilizando contra la malaria más resistente.

En las partes bajas del bosque de niebla se alzan árboles enormes, algunos de hasta cuarenta metros. Foto: André Baertschi.

La biodiversidad se sustenta en condiciones que para muchos serían poco atractivas: humedad y bajas temperaturas. En el bosque montano nublado, sin embargo, hay otro ánimo. En sus terrenos reinan las orquídeas, esas flores con sutiles pétalos que parecen delineados a mano y crecen adosadas en las ramas de los árboles y las rocas. Solo en el Perú las especies suman tres mil, y una de las más peculiares crece en los bosques de niebla: la Sobralia altissima o inkill (lengua en quechua) alcanza hasta catorce metros de longitud y su flor, de un intenso color púrpura, tiene las puntas de los pétalos de color blanco.

En el bosque nublado montano, donde las innumerables gotas de lluvias simulan el sonido de las aves, la naturaleza no solo crece hacia arriba: avanza también en forma de agua. Aquí cientos de arroyos corren laderas abajo, chorrean desde sus acantilados, chocan unos con otros, aumentando sus caudales para luego anudarse en los pasos más estrechos.

El pico largo del zafiro de cola dorada (Crysuronia oenone) evolucionó para polinizar flores de cáliz profundo. Foto: Gabriel Herrera.

Aquel itinerario hace posible la proliferación de peces y crustáceos, alimento del pato de los torrentes, un ave equilibrista que flota sobre los remolinos como un juguete de bañera e indiferente a la humedad que viene desde las llanuras amazónicas, a miles de kilómetros de distancia, en un viaje que trae de vuelta los arroyos que antes se desataron laderas abajo.

En este bosque ocurre lo imposible: la gota de agua en la flor de la quina puede ser la misma que un delfín rosado salpicó hasta la hoja de un árbol de guanábana, a orillas del río Amazonas. ■


El texto pertenece al libro Perú, Reino de Bosques, publicado por el MINAM en el 2021.

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Redaccion Apacheta

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